Arqueología en Córdoba

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Arqueólogos argentinos trabajan en el corazón de la ciudad de Córdoba junto con profesionales de la historia, la antropología, la biología, la arquitectura y la ingeniería. Escarban en diversos sitios y en cada metro cuadrado que zarandean, con sus cucharines, cepillos y estecas, exhuman un sinfín de enigmas que vinculan aborígenes, colonia e inmigración en las coordenadas pasadas del tiempo.

En el corazón de la ciudad de Córdoba y en los suburbios capitalinos, a la vera de la inconmensurable laguna Mar Chiquita, en la ruralidad serrana de Potrero de Garay y Santa Rosa de Calamuchita, en las tierras de Bialet Massé y en otros tantos sitios de la provincia mediterránea, trabajan, soterrada pero tenazmente, los arqueólogos. Ellos, junto con profesionales de la historia, la antropología, la biología, la arquitectura y la ingeniería, hace años que escarban en diversos sitios y en cada metro cuadrado que zarandean, con sus cucharines, cepillos y estecas, exhuman un sinfín de enigmas que vinculan aborígenes, colonia e inmigración en las coordenadas pasadas del tiempo.
Alfonso Uribe, licenciado en Historia con vasta experiencia en rescate arqueológico, explica: «Hoy el trabajo de los arqueólogos tiene una visibilidad urbana grande, porque estamos en una enorme emergencia debido al boom de la construcción. Es en ese avance edilicio cuando debemos actuar para rescatar la Córdoba subterránea». «El progreso y el desarrollo de la ciudad –agrega Alejandra Funes, directora del Museo Arqueológico de Potrero de Garay– no deberían estar en tensión con la arqueología. Todo lo contrario, nosotros aportamos nuestro estudio para diagnosticar el posible impacto y dejar en evidencia las huellas arqueológicas para su preservación, en el área de las 70 manzanas fundacionales de la capital cordobesa sobre las que rige una ordenanza municipal que las protege».


La riqueza arqueológica de Córdoba y sus alrededores tiene raíces que datan de tiempos remotos, antes de que la llegada de los conquistadores comenzara a cambiar la fisonomía de los territorios habitados por pueblos originarios. «Los márgenes del río Suquía (curso de agua que atraviesa el casco urbano) eran territorios densamente poblados cuando llegó Jerónimo Luis de Cabrera –relata Alfonso Uribe– y justamente donde se concentraban esas distintas parcialidades étnicas es el área donde hoy se está construyendo el Centro Cívico y la nueva terminal de ómnibus de la ciudad, pero también hay otros sitios urbanos donde se hallaron desde restos de megafauna datados en 10.000 años hasta material lítico, cerámica indígena y restos de la cultura material producto del contacto colonial». Otros sitios arqueológicos de importancia son el museo Sobremonte, la Cripta Jesuítica, el Cabildo y la Manzana Jesuítica, todos ubicados en la zona céntrica.
Marta Bonofiglio, pionera en trabajos arqueológicos de campo, es artífice de una particular experiencia educativa con alumnos de cuarto grado, que se realiza en el museo de La Para, población a la vera de la laguna Mar Chiquita, al este de la provincia. Ella explica: «El patrimonio es un tema importante en el contenido de la currícula escolar y no siempre está al alcance de la escuela; revisando los manuales, fuente de información más utilizada, encontramos escasas o nulas referencias al pasado aborigen regional o contenidos erróneos transmitidos desde bibliografías no actualizadas». Con el objeto de revertir esta situación, nace el proyecto «Nuestros remotos antepasados ribereños», para que, según la docente, «los objetos dejen de ser importantes por su singularidad estética y pasen a ser parte de un texto complejo de contenido social».

 

Texto y fotos: Bibiana Fulchieri