Bochorno

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El presidente de Cabal, Rubén Vázquez reflexiona sobre algunos malestares de la sociedad, que no se deben solo a los factores climatológicos

    Febrero fue considerado ya por los servicios climáticos locales como el mes más caluroso de cuantos han tenido registro en los archivos históricos del país. No es un récord que haga feliz a nadie en particular ni del que se pueda tampoco responsabilizar a ninguna persona o sector de nuestra sociedad. Hay una causa que procede de un factor exógeno: los desequilibrios provocados en el medio ambiente mundial por la acción depredadora del hombre, que han comenzado a provocar ya los primeros daños evidentes en la vida del planeta y que tienen en estos calores estivales, en todo caso, un eco, una expresión más de los muchos otros desastres que se producen por inundaciones, sequías y desertificaciones de enormes territorios del globo, fríos de una intensidad inusitada y nevadas gigantes, huracanes, el agujero de Ozono y tantas otras plagas que sería difícil enumerar aquí por completo.

    El acuerdo logrado en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático, realizada en París en noviembre y diciembre de 2015, de limitar el calentamiento global muy por debajo de los 2° C., aunque tardía, es una clara señal de que existe preocupación en el ámbito internacional por los nuevos fenómenos meteorológicos que tan graves consecuencias generan a la vida humana en todos lados. El Papa Francisco también ha expresado reiteradas veces su inquietud por lo que ocurre con el medio ambiente y en su reciente viaje a México, la visita a Chiapas sirvió para que en su discurso, además de pedir disculpas a los pueblos originarios por el maltrato, el dolor, la pobreza y la exclusión a que fueron y son sometidos, elogiara su sabiduría en la relación con la naturaleza, lo que obviamente fue una reiteración de las críticas que habitualmente le hace al capitalismo por su desprecio por la Madre Tierra.

      Hablábamos en el primer párrafo de un factor exógeno que eximía de responsabilidad por estos desarreglos naturales, pero en lo que no hay justificación alguna es en la ausencia de inversiones en obras de las empresas distribuidoras de electricidad (Ej: Edenor, Edusur, etc.) La ejecución de reformas que mejore la obsolescencia del sistema de tendido de cables en distintos segmentos de la ciudad es una necesidad conocida. Hace rato que se sabe que la modernización del sistema es urgente. No obstante, no hubo obras de ningún tipo. No porque las empresas carecieran de rentabilidad para hacerlo, porque no les importa la calidad del servicio, solo les preocupa aumentar sus ganancias. El año pasado obtuvieron importantes ganancias y no hubo ni un peso gastado en reformas. Concretamente, en el caso de Edesur, su balance cerrado al 31/12/15 arrojó una ganancia de $1.342 millones. Para eso se otorgaban los subsidios: para dejar ganancias a las empresas, pero al mismo tiempo que invirtieran parte de ellas en cambios en el sistema. Nada de esto se hizo. Ahora se autorizó un incremento de las tarifas que, en algunos casos, llegará hasta el 500 por ciento y se afirma que la emergencia eléctrica (la que prevé cortes programados, que no se sufrían desde la época del alfonsinismo) durará dos años. Lo que no se ha dicho es ni una palabra sobre qué tipo de control hará el Estado para que esa enorme transferencia de dinero que irá de los usuarios a las empresas (la de los incrementos en las tarifas) redunde efectivamente en mejoras reales.

     Expresar confianza en que la buena voluntad de las corporaciones que ofrecen el servicio garantizará esa inversión es ingenuo. Es lo que se ha hecho hasta ahora. Es la misma tesitura que se ha empleado para el tema de los precios en general de los bienes de primera necesidad y los resultados están a la vista. Todos los artículos de venta en góndola de supermercados y otros espacios de venta han subido en forma inusitada y hasta límites que no tiene justificación alguna en los costos auténticos. Es pura especulación parar aprovechar la volada y acumular las mayores ganancias posibles en el corto plazo. Y en esto ganan siempre los grandes formadores de precios, que son las empresas concentradas. El mismo gobierno que asumió afirmando que lucharía sin denuedo contra el fenómeno de la inflación ha expresado ya su preocupación por la suba vertical de todos los indicadores. En ningún lugar del mundo el mercado se autorregula solo, ni se entrega a la varita mágica de su mano invisible, que de tan invisible parece que en realidad no existe. Y si esta estampida perjudica el consumo en el mercado interno, que ante las restricciones que provoca la crisis de varios países desarrollados constituye el refugio natural para salvarse de una caída en el abismo, las cosas pueden llegar a agravarse.

      Durante esos dos últimos meses se han escuchado voces que piden paciencia para permitir que el nuevo gobierno pueda cumplir su proyecto económico y social. No se puede decir que la sociedad ni las instituciones políticas no le hayan otorgado durante este tiempo un compás de espera para que actúe en el cumplimiento de lo que quiere. Eso a pesar de que conjunto de las medidas tomadas ha tenido un carácter por demás inquietante, grave, y que reconocen aún quienes son hoy aliados del oficialismo, pero no quieren, por lo menos en lo verbal, extender un cheque en blanco que los comprometa en el futuro como corresponsables de lo que pueda venir. Las críticas abundan, pero eso es normal en una democracia. Y se incrementará si se avanza en la conculcación de derechos. No es una perspectiva deseable para nadie. Una cosa es un país agobiado por el calor ambiente, por el bochorno generado por una temperatura que oscila entre los 30 y 40 grados, otra el que hierve porque sus más elementales derechos a una vida justa, protegida del hambre, el desempleo y la exclusión, son arrasados. Eso lo vimos y no lo queremos de vuelta. Nunca más.