César González: contar la violencia con poesía

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Nació en una villa, creció rodeado de violencia, fue adicto y estuvo detenido varias veces. Los enfrentamientos con la policía lo pusieron al borde de la muerte en más de una oportunidad.  Después pudo reconvertir esa tragedia, y empezó a escribir (publicó dos libros de poemas) y a filmar (lleva filmados tres cortos y dos largos). También edita una revista.

La muerte, en la vida de muchos, no es una abstracción sino una realidad que pesa en el cuerpo: son tiros en las piernas, es sangre en la garganta, es la soledad de ser huérfano y pasar muchas noches en un instituto para menores o en una cárcel y sentir que el mundo está hecho para otros. César González tuvo una vida muy dura, si alguien quisiera filmarla, no podría evitar mostrar los tramos más dolorosos de una historia a la que podría no haber sobrevivido: nacer y crecer en una villa - hacerte hombre sin otro impulso que la necesidad de seguir adelante- está lejos de ser una aventura agradable.

César nació en Morón, el 28 de febrero de 1989. Hijo de un hombre alcohólico y de una mujer que lo parió a sus 16 años (es el mayor de ocho hermanos), creció en una casilla en la que la violencia era una realidad de todos los días. La pobreza extrema –creció en los años menemistas- colaboraba para que el clima en la casa familiar se tensara a un punto insoportable. Por esos días empezó a consumir poxirrán , después clonazepam y cocaína, y poco después a delinquir: salía a robar con los amigos y fue detenido varias veces (por robo automotor, robo calificado, resistencia a la autoridad).

A sus 15 quiso llevarse un Ford Fiesta y fue herido gravemente por su dueño, que era un policía de civil: sufrió un paro cardíaco y fue reanimado y luego intervenido -llegó a estar varios días en terapia intensiva con asistencia mecánica- por médicos del hospital Posadas. Cinco meses después, volvió a ser herido por la policía, en un enfrentamiento armado. Recibió cinco tiros en el cuerpo, y nuevamente salió vivo, pero estaba lejos de curarse: volvería a drogarse y volvería a delinquir. Por esos días lo cuidaba su abuela –que tenía la tutela dictada por un juez-, mientras su madre, como él, parecía perdida en una vida de delitos y adicciones.
Tenía 16 se involucró en una causa de secuestro (a un empresario), y fue detenido días después, trasladado al penal de Ezeiza y después al de Marcos Paz. Lo que nadie hubiera imaginado era que en ese lugar –la cárcel- conocería a un mago que cambiaría su vida para siempre.

El mago –Patricio Montesano, que dictaba talleres de magia dentro y fuera de la prisión-, comenzó a enseñarle trucos y a transmitirle su visión acerca de las desigualdades sociales como desencadenantes de violencia. Quizás esos hayan sido los días en que César empezó a pensar en su situación y a adoptar una postura reflexiva. Lo cierto es que también empezó a leer;  lo suficiente como para sentir que podía argumentar algo acerca de esa vida que había vivido: la de las injusticias cotidianas que encumbran furia, la de la marginalidad sin aparente retorno; la vida de los que viven el día a día sin una perspectiva clara de cómo salir del fondo del pozo.

Probablemente nadie que no haya pasado por situaciones similares pueda imaginar hasta qué punto la falta de perspectiva amenaza la idea de futuro, el sentido de una moral y el compromiso con la vida, cuando no se tiene nada que perder. Pero el aprendizaje, la amistad y los libros, abrían nuevas perspectivas.
César empezó entonces a idear proyectos: se le ocurrió, allí mismo, en una celda, fundar una revista, y compartió la idea con Patricio. El mago tenía amigos afuera, que podrían aportar lo necesario -el diseño gráfico, más notas que se sumarían a los textos de ellos-, y así nació ¿Todo piola?, una revista bimestral que aspira a mostrar “la visión villera de las cosas”.

César empezó a firmar sus textos con seudónimo, como Camilo Blajaquis, en homenaje al revolucionario Camilo Cienfuegos, y al militante sindical Domingo Blajaquis, asesinado en Avellaneda en 1966. Quería hacer una revista en donde los pobres y olvidados pudieran expresarse con poesía, y lo logró. Mientras tanto, él se propuso mejorar su situación y comenzó a cursar talleres de reparación de computadoras, panadería, y electrónica; y como pudo terminó la secundaria. La suya es una historia de autosuperación.


Tras recuperar la libertad se inscribió en la carrera de Filosofía en la UBA y publicó su primer libro, La venganza del cordero atado (Ediciones Continente): un compilado de 90 poemas escritos en prisión -que presentó en la Feria del libro de Buenos Aires en el 2010, apoyado por el crítico literario Noe Jitrik-. En 2011, presentó en la Biblioteca Nacional su segundo libro, Crónica de una libertad condicional, también con poemas suyos.
Pero eso no es todo. Además es cineasta: lleva filmados tres cortos (El cuento de la mala pipa, Mundo Aparte y Condicional, y dos largos: Diagnostico Esperanza y ¿Qué puede un cuerpo?, éste último cuenta dos historias en paralelo: la de un cartonero que trabaja para su hija y la de un grupo de delincuentes juveniles. La película, que fue autogestionada, pero logró el apoyo del INCAA (Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales) una vez rodada, “es una ficción en la que se plantea una especie de ensayo sobre lo micro del capitalismo y cómo el consumismo ataca con locura a todas las clases sociales”, según él mismo define. En Canal Encuentro, entretanto, dirigió Corte rancho, un programa hecho “en diferentes villas, destacando logros colectivos”.


La violencia social, expresada en sus distintas formas, implícitas y explícitas: ese es el universo que César cuenta, porque conoce de cerca. No es el de los pistoleros de Hollywood, como dijo alguna vez, sino el de los pibes villeros del conurbano bonaerense: otra visión de nosotros mismos.