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El imperio Alphabet. Desde satélites o autos voladores, hasta investigaciones para vencer a la muerte: todo es posible en el universo Google. La corporación, que cambió de nombre y no para de diversificar sus inversiones, es hoy un actor de peso en la geopolítica mundial.

El fenómeno Pokémon Go volvió a poner sobre la mesa el vínculo entre Google y el aparato de defensa y de inteligencia de los Estados Unidos. La maraña es intrincada, pero vale la pena repasarla: en algunas notas aparecidas en los últimos meses se recordó que Niantic, la creadora del juego, es una «startup» que surgió de Google. Su director general es John Hanke, quien en 2001 había fundado Keyhole, una empresa especializada en datos geoespaciales. Como consta en el sitio de la CIA, Keyhole recibió inversiones de esa agencia de inteligencia para su proyecto. En 2004, Google adquirió Keyhole y la utilizó como base para el conocido mapa virtual Google Earth, proyecto que dirigió Hanke. Años más tarde, el mismo Hanke formó Niantic, empresa que en 2012 lanzó Ingress, un juego donde cualquier persona puede sumarse desde su celular a una competencia, por controlar la ciudad. Durante la competencia los jugadores envían datos precisos de la geolocalización de lugares de interés de todo el mundo. Esa fue la información que le permitió a Niantic lanzar Pokémon Go (junto con Nintendo y The Pokémon Company) y recopilar aún más datos geolocalizados que incluyen, por ejemplo, fotos de las casas de los jugadores: alcanza con ubicar un Pokémon en algún punto ciego para la tecnología actual y en instantes recibirá fotos del lugar para sus archivos. La información es poder; estas empresas y sus socios lo acumulan en cantidad.
La omnipresencia de Google, su capacidad de sumar y procesar datos que pueden parecer tontos o inútiles a primera vista pero que brindan detalles de los intereses, redes de amigos y actividades de buena parte de la población del planeta, lo ha transformado en un actor de peso en la geopolítica global. De hecho, sus lazos con sectores militares, de inteligencia y del establishment político de los Estados Unidos han quedado en evidencia sobre todo a partir de las revelaciones de Edward Snowden. Julian Assange también explica en libros y artículos cómo su crecimiento ha sido acompañado, fomentado y apoyado por un Estado con clara vocación de poder: «Google es más poderoso que lo que la Iglesia ha sido jamás», aseguró en una entrevista.

Disparos a la Luna
Desde su creación en la década del 90 (ver recuadro), el crecimiento económico de Google ha sido imparable: actualmente la compañía está valuada en cerca de 500.000 millones de dólares y solo es superada por Apple. Más del 90% de sus ingresos provienen de la publicidad. Su corazón se nutre de los datos que generan los usuarios desde el buscador, pero también desde los celulares con Android, distintas apps, juegos, etcétera, que le sirven para ubicar publicidad específica a la medida del consumidor. Las ganancias acumuladas llevaron a la corporación a diversificar su inversión hasta tal punto que la palabra «Google» les quedó chica. Así fue que en agosto de 2015, Larry Page explicaba que la variedad de proyectos incomodaba a algunos inversores. Por eso decidieron que Google fuera solo una pata de muchas dentro de la empresa que pasó a llamarse Alphabet; de esta manera la corporación madre podría ir por proyectos alocados (a los que llaman «moonshots» o disparos a la Luna) sin espantar a socios que prefieren negocios seguros y estables. ¿Qué hay dentro de Alphabet? De todo.
En primer lugar, está Google, el corazón del negocio y dentro del cual se mantienen YouTube, Android, Gmail, las Google Apps, mapas, traductores y otras aplicaciones. De allí surgen los datos que luego transforma en ingresos publicitarios y, como reveló Snowden, información accesible a la National Security Agency o NSA. Bajo este paraguas también se encuentran AdSense y AdWords, dos empresas que, resumidamente, actúan como agentes de publicidad: los clientes contratan el servicio, colocan unas líneas de código en sus sitios y este se encarga de analizar el perfil de los visitantes, decide qué publicidades de sus avisadores mostrarles y comparte los ingresos con el dueño de la página, aplicación móvil u otro tipo de plataforma. Como todo el sistema está automatizado los márgenes de ganancia son enormes y permiten invertir, ahora sí, en disparos a la Luna.
Fuera de la zona de confort para inversores, hay numerosas iniciativas. Una de las que más prensa recibe es Google X, por lo innovador y atractivo de sus investigaciones. Dentro de esa empresa está Google Car, el auto que se maneja solo. También están proyectos más innovadores como Google Glass, los anteojos que permiten ver información permanentemente en una pequeñísima pantalla y que responde a movimientos de la cabeza u órdenes  verbales. El «wearable», como se llama a las tecnologías que se usan en el cuerpo, tuvo un fuerte lanzamiento en 2013 e incluso se llegaron a vender prototipos, pero luego el proyecto se congeló por falta de avances significativos y las críticas que recibía por cuestiones de seguridad y privacidad. También dentro de Google X están proyectos como Loon, unos globos aerostáticos para brindar acceso a Internet a zonas remotas donde no hay proveedores; Wings, drones capaces de hacer delivery automatizado de productos, uno de los mayores desafíos para poder expandir el mercado de las compras online. En los últimos años también adquirió numerosas empresas dedicadas a la robótica y la inteligencia artificial. Una de ellas en particular, Boston Dynamics, desarrolla unos robots sorprendentes por su fuerza, estabilidad y velocidad. En la página oficial menciona que entre sus clientes se cuentan el Ejército y la Marina de los Estados Unidos.
La lista de empresas de Alphabet continúa pero sin duda el mayor disparo a la Luna de Alphabet es la «California Life Company» o CALICO, lanzada en 2013 para terminar nada menos que con la muerte: según expertos de la empresa, el envejecimiento está determinado en buena medida por los genes cuya cantidad y variedad es tan enorme que solo Alphabet podría procesarlos y encontrar patrones que permitan detenerlo.
Es más lo que puede encontrarse dentro de Alphabet (por ejemplo satélites o autos voladores) nutrido de cientos de iniciativas apoyadas por Google Ventures, la encargada de invertir en nuevos «startups» como Niantic y darles la fuerza que solo el conocimiento y el dinero del gigante pueden aportar.

Consumo
Las ambiciosas iniciativas de la corporación muestran vínculos con el proyecto político nacional o, incluso, imperial, de los EE.UU. También dan cuenta de su deseo de seguir liderando el mercado tecnológico en todos sus aspecto, pero también en el ideológico: Julian Assange, en su libro  Cuando Google conoció a WikiLeaks, relata una entrevista con el CEO de Google, Eric Schmidt, a la que asistió junto a Jared Cohen quien antes había trabajado en el Departamento de Estado tanto para Condolezza Rice como para Hillary Clinton. Al momento de la entrevista Cohen era el director de Google Ideas, el «think tank» de la corporación y viajaba con frecuencia a Oriente Medio para encontrarse con distintos grupos políticos. Assange lo describe como el nexo entre las empresas de Silicon Valley y la política de Estado. La entrevista que le hicieron era para el libro de Schmidt y Cohen La nueva era digital; Assange lo describió como «una versión banalizada del mundo del mañana» en donde el «progreso es guiado por la inexorable difusión de la tecnología de consumo estadounidense sobre la superficie de la Tierra».
Alphabet cuenta con los datos, la tecnología, el dinero y los contactos para ser uno de los encargados de moldear el destino de la humanidad en los próximos años y, además, mantenerla entretenida capturando pokemones.

 

Esteban Magnani

Nota reproducción de Acción Digital – Edición Nº 1207

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