¿El fin de la vida privada? Cuando la intimidad reina en las redes sociales

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El uso masivo de las redes sociales exacerba el exhibicionismo y el voyeurismo, lo que condujo a un fenómeno inquietante: la exteriorización -e incluso, espectacularización- de las vidas privadas, y las nuevas prácticas de exhibición de la intimidad. Las paradojas de la exposición continua y los cambios que plantea esta nueva realidad.

Hasta hace muy pocos años, la vida privada trascurría a puertas cerradas. Estaban bien delimitados los límites entre lo que las personas hacían a nivel doméstico y/o familiar, y aquello que mostraban cuando se relacionaban en público. Hoy, a nadie sorprende ver la selfie de un conocido en una situación personal que, en cuestión de segundos, se comparte a  través de las redes y queda expuesta ante miles de personas. Aunque esta progresiva exposición no es algo nuevo –ya en 1974, el sociólogo estadounidense Richard Sennett denunciaba El declive del hombre público en la cultura contemporánea, y denunciaba que el discurso sobre lo público había sido reemplazado por una suma de obsesiones y discursos sobre la vida privada- a partir del uso masivo de Facebook, Twitter e Instagram, el fenómeno ha experimentado una aceleración radical, e inaugurado un nuevo escenario, subjetivo y comunicacional.
Uno de los aspectos más llamativos del fenómeno es que quienes no formaban parte de las redes comenzaron a sentir de manera acelerada que estaban perdiéndose algo, o quedaban “fuera del mundo”, si no participaban de estos canales de comunicación, y esto sigue ocurriendo, lo que lleva a millones de personas a sumarse cada día a Facebook, Twitter o MySpace, así como en los blogs, fotologs, y YouTube, y postear información, textos, videos y fotos para compartir con los demás.


Las cifras aportan una dimensión del fenómeno, en el país: la Argentina cuenta con 22 millones de personas activas en Facebook por mes, mientras que Twitter suma 4,7 millones de usuarios activos.
Uno de los cambios más revolucionarios a nivel cultural, reside en el hecho de que cualquier persona con acceso a una computadora y conexión a Internet o a un celular (smartphones) puede publicar información, relatar sucesos o exhibir parte de su vida personal en cuestión de segundos (información verdadera, falsa o mejorada, vale aclarar, ya que no son pocos los que retocan las fotos que postean con programas de edición fotográfica para dar una imagen que los beneficie, a los ojos de terceros). Aunque esto hoy parezca natural, es la primera vez en la historia que los ciudadanos del mundo están habilitados a mostrarse e interactuar de manera virtual.


Esto ha desencadenado un fenómeno inquietante: la exteriorización -e incluso, espectacularización- de las vidas privadas. Y el surgimiento de lo que podría llamarse la “cultura selfie”:  una infografía de Techinfographics.com demostró hace unas semanas atrás que, del millón de selfies subidas por día a Internet a lo largo del 2013, un 14 por ciento fueron retocadas digitalmente, lo que revela que detrás de esa exhibición siempre hay –en mayor o menor medida- una construcción. El informe también reveló que Facebook es la vía por la que circulan más autofotos, con el 48 % de las selfies, seguida por WhatsApp, con 27 %, Twitter con el 9 % e Instagram, con el 8%. Las selfies representan el 30 % de las fotos tomadas por las personas de entre 18 y 24 años, en la actualidad.


La tendencia a la extimidad (lo contrario de la intimidad), de todos modos, incluye la moda de las selfies -desde el Papa Francisco y el presidente Obama, a actores y actrices, cantantes, y millones de ignotos ciudadanos- pero es mucho más abarcativo: si las pantallas funcionan a modo de ventanas siempre abiertas entre usuarios, no sorprende que el deseo de curiosear vidas ajenas, sumado al deseo de mostrar –una necesidad o capricho si se quiere exhibicionista-, redunde en nuevas prácticas de exhibición de la intimidad y publicidad de la vida doméstica.
Si eso revela que asistimos a una era que define una cultura por el egocentrismo y el exhibicionismo –en la que los individuos gritan “mírenme”-, al colapso intelectual y espiritual de la sociedad posmoderna, o es apenas una forma de vincularse de las nuevas generaciones que se traduce en nuevos modos de informarse y contar, es algo que nadie puede responder con certeza. Están quienes interpretan la tendencia como una moda banal y narcisista –los más extremistas hablan de las prácticas confesionales y la continua tematización del “yo”  como pura basura digital, Digital Trash, y quienes suponen que continúa una tradición narrativa-la de los géneros autobiográficos tradicionales -como el epistolar, los diarios íntimos, la novela intimista del siglo XIX-, que traerá aparejadas nuevas y valiosas formas de vincularse y comunicar.


“Andy Warhol nos prometió 15 minutos de fama a todos. Las redes sociales superaron esa promesa y ahora podemos ser famosos todos los días, porque tenemos una legión de seguidores que reaccionan a nuestros posts”,  opina el escritor Ernesto Mallo. “El éxito de las redes es el que persiguen todos los emprendimientos comerciales: hacerse adictivos, porque esa fama hay que renovarla todos los días y, si no contamos con otra cosa, está nuestra vida íntima para compartir, apenar, escandalizar, lo que sea con tal de renovar la ilusión de que somos alguien en un mundo de nadies. No está lejos el día en que comencemos a mostrar selfies de nuestras intervenciones quirúrgicas en una práctica extrema del strip tease y de la intimidad convertida en espectáculo. Las redes nos permiten olvidar, como se dice en los velorios, que no somos nada”.


Paula Sibilia (Buenos Aires, 1967), comunicadora social residente en Brasil, y autora de un interesante libro titulado La intimidad como espectáculo (FCE), se refiere a estos nuevos “discursos autorreferenciales” como pruebas de un profundo cambio sociocultural que instaura nuevos hábitos y obliga a repensar el sentido de categorías hasta ahora estáticas (verdad-mentira, público-privado, realidad-ficción).
En su libro, analiza las claves con las que se presenta la exhibición de la intimidad en la escena contemporánea y los diversos modos que asume el “yo” de quienes deciden abandonar el anonimato para lanzarse al dominio del espacio público. “Ya no contamos nuestras narrativas existenciales siguiendo el modelo de la épica o la tragicomedia romántica”, explica Sibilia, profesora del Departamento de Estudios Culturales y Medios de la Universidad Federal Fluminense (UFF). “Nuestras narraciones vitales ganan contornos audiovisuales, cambian de forma, inauguran nuevos géneros y espacios en la web. Vivimos la era de la espectacularización de la intimidad cotidiana. Cambian los soportes pero también la subjetividad, el yo conquista cada vez más visibilidad y a eso habrá que habituarse”.


Si esta tendencia sumará valor a la comunicación o se trata apenas de una “espectacularización de lo banal (multiplicidad de voces que no dicen nada, o nada demasiado importante) es una cuestión hondamente discutida, asume la autora. “Es frecuente comprobar la necesidad de mostrarse constantemente, incluso cuando no parece haber nada muy importante para mostrar o para decir. Hay mucha soledad y vacío por detrás de todo eso, eso revela la necesidad de comprobar que uno está vivo y hay otros a los que gusta o puede gustar.” Para ella, de todos modos, la reflexión tiene valor en sí misma, y se vincula también con otras manifestaciones que han tenido lugar en la última década, como parte del mismo fenómeno cultural: la aparición de los reality-shows y los talk-shows de la televisión, el auge de las biografías en el mercado editorial y en el cine, el surgimiento de nuevos géneros como los documentales en primera persona y las variaciones que ha tenido el autorretrato en los diversos campos artísticos.
Su hipótesis central es que todos estos fenómenos representan un momento cultural de transición. La auténtica revolución que estos cambios traen aparejados puede resumirse en esta frase: “Cambiaron las premisas a partir de las cuales edificamos el yo”. Hoy la identidad se construye a la vista de los otros y en esa misma interacción, predomina lo visual por sobre lo textual.


Evidentemente -como argumenta Sibilia-, hay pros y contras presentes en las nuevas tendencias: por un lado, cree ella, estamos perdiendo la posibilidad de refugiarnos en todo aquel equipaje de la propia interioridad, que ofrecía una especie de anclaje o un puerto seguro para cada sujeto, que protegía su "yo" contra las inclemencias del mundo exterior; por otro ganamos y nos liberamos de aquella prisión ‘interior’ para vincularnos y comunicar a otros.