El lado B de las Fiestas

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Para muchos es una celebración religiosa, pero quizá la mayoría las considera una ocasión para la reunión familiar y el balance anual. Llenas de tradiciones, también suelen ser motivo de disputas, estrés, ansiedad y hasta depresión. Cómo hacer para pasarla bien y no sufrir en esta época del año tan especial.

Al margen de los vaivenes de la economía o la política, cada diciembre trae al mismo tiempo dosis no siempre parejas de celebración y duelo, felicidad y desdicha, euforia y desazón, como si fuera un mes bipolar, un inevitable yin-yang emocional al que a veces enfrentamos con fortaleza y del que en otras ocasiones cuesta recuperarse. Acá, para colmo, hace calor. Y aunque algunas tradiciones originadas en el norte del planeta con su clima invernal para la época —los platos típicos de Navidad, el disfraz de Papá Noel— ya se encuentran en franco retroceso, hay otras —las reuniones familiares y sus entuertos, principalmente— que parecen renacer con más fuerza cada año y que suelen dejarnos al borde de un ataque de nervios. Literalmente.

Eso que disfrutábamos cuando niños —el reencuentro con tíos y primos, los juegos, la pirotecnia, el vitel toné, los regalos, etc.—, muchas veces lo sufrimos en la edad adulta. ¿Por qué? Dice el licenciado Sergio Zabalza, psicólogo UBA y Magister en Clínica Psicoanalítica de la Universidad de San Martín, que “toda fiesta esconde la celebración de un duelo, y hoy la finitud está expulsada de nuestra subjetividad. El balance del año nos enfrenta con nuestras limitaciones y esto no siempre resulta ser tolerado”.

 

Las diferencias en las familias, que durante el resto del año permanecen por lo general en stand by, se disparan las semanas previas a las Fiestas. Módicos conflictos que podrían resolverse logrando un consenso lógico sobre la sede de la celebración, el aporte de cada miembro a la mesa de delicias y otros detalles claramente menores, se convierten en escaramuzas, cuando no en guerras declaradas, a medida que diciembre avanza. “Los afectos primarios —explica Zabalza— se exacerban hasta límites increíbles, de manera que cualquier palabra, gesto o mohín adquiere una significación enorme. La familia es una institución esencialmente conservadora en la cual los roles suelen estar muy estereotipados; de pronto, en un santiamén, una persona puede revivir situaciones desagradables que creía superadas o, al menos, mantenía a distancia”. 

 

Memoria y balance

Consciente o inconscientemente, en la cabeza o en el papel, privado o público, el balance de fin de año también tiñe estos días, y a veces no con los colores más alegres. Así, según cuál haya sido su resultado (un corolario individual sometido a las reglas de la subjetividad), puede terminar afectando no solo a los individuos, sino también a la pareja y a los grupos familiares. “El balance —señala el psicoanalista— es casi inevitable, de manera que la competencia entre los logros de unos y otros se hace presente. Sobre todo porque, tal como quedó dicho, los roles suelen mantenerse fijos, por lo que, a los ojos del resto, el triunfador sigue triunfando y el loser perdiendo, aunque esto poco tenga que ver con la realidad. Quien espere en Navidad o Año Nuevo el reconocimiento que no tuvo anteriormente, va por mal camino”. En ese sentido, el especialista, que también integra el Dispositivo Hospital de Día del Hospital Álvarez, explica que esta situación no afecta especialmente a hombres, mujeres, niños, personas separadas, personas solas..., sino que, “en líneas muy generales, cuanto más narcisismo habite una persona, más vulnerable se encontrará ante toda señal o comentario que amenace su imagen”. 

Fiestas

¿Qué cosas podrían hacerse individual y/o colectivamente para pasarla bien en las Fiestas? ¿Funcionan los pactos de sociabilidad o de no agresión, o la de evitar de temas conflictivos, relacionados o no con la historia familiar? “Una familia —define Zabalza— es un pacto de sociabilidad, nada menos. Y no está mal que falle, de lo contrario nos quedaríamos con mamá y papá toda la vida. Respecto de la evitación es complicado, con tres o cuatro vasos de vino encima y la decepción porque un hijo no llamó o porque la nena la pasa en la casa del novio, se hace difícil sostener un control que no resulte agobiante. En general, cuanto más control, más paranoia, y por lo tanto más empuje a pasar al acto. Esto es: discusión, pelea, violencia, etc.”. 

Además de todo lo anterior, en estos días de celebraciones y padecimientos hay una presencia que se hace muy fuerte: los ausentes. “Nada más presente que un muerto. En estas Fiestas se pone a prueba la calidad de esos amores señeros y determinantes en la vida de una persona. El buen amor, el amor generoso, que dona, permite duelos rápidos y reparatorios”, agrega. Y cuenta que la consulta psicoanalítica para fin de año, en su experiencia, se vuelca a la ansiedad, y que ya semanas antes del Día D circula el discurso paranoico que pretende evitar todo tipo de situación desagradable o la imposición de condiciones respecto de dónde, con quién y por qué. También las fobias están a la orden del día.

Una tendencia de los últimos años, quizá más arraigada en sectores medios urbanos, mayormente con hijos adolescentes o jóvenes, es evitar el período de celebraciones, con un per saltum vacacional desde antes de Navidad hasta después de Año Nuevo que puede ser, o no, el comienzo de un período de descanso más prolongado, las vacaciones mismas o un viaje familiar anhelado. ¿Es una manera saludable de encarar el asunto? “Todo depende del caso y de las circunstancias singulares. Las Fiestas constituyen un hito simbólico al que hay que respetar, una oportunidad para elaborar el paso del tiempo y la renovación de las ilusiones y horizontes que organizan la vida cotidiana. Desde esta perspectiva, está bueno que cada uno atraviese ese momento de la manera que mejor le sienta, sin dejar de atender las obligaciones que supone el lazo social. Para decirlo de una manera gruesa: no es lo mismo someterse a estar ‘con la bruja de tu hermana’ que acompañar a un hijo”.