El voto ciudadano

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 Las elecciones nacionales de medio tiempo, con su convocatoria inicial a las Primarias Abiertas Simultáneas Obligatorias (PASO) el 11 de agosto, y luego a los comicios para renovar el 27 de octubre la mitad de la Cámara de Diputados (127 legisladores) y un tercio de la Cámara de Senadores (24 escaños), coloca una vez más a la sociedad argentina frente al reto a que, de manera periódica, la emplaza la democracia: que es el de participar en una consulta –lo que significa opinar y decidir- de cuyos resultados depende la composición de las instituciones que gobiernan al país.
 
Para quienes sufrieron en carne propia las ignominias de los gobiernos dictatoriales de este país y para los que se han enterado de ellas a través del conocimiento de la historia pocas cosas deben resultar más refrescantes y fortalecedoras de su identidad de ciudadanos libres que la de acudir a las urnas, aquellas que, alguna vez, como se mentaba en una tan célebre como triste frase, estuvieron “bien guardadas” y que hoy son visitadas regularmente por el pueblo para expresar su voluntad.

Tal vez estas consultas, unidas a lo que debería ser el perfeccionamiento cada vez mayor de la participación ciudadana en los mecanismos de control y gestión públicas    –objetivo en el que todavía hay mucho que avanzar-, son dos de las grandes opciones que la vida política moderna ofrece al elector para garantizar y mejorar el cada vez más aceitado funcionamiento de la democracia, esa forma de gobierno cuya más genuina realización se alcanza cuando se cumplen los ideales de equidad, fraternidad y libertad entre los hombres.

Para el cooperativismo esta no es una verdad descubierta ayer. Desde sus propios orígenes, y por mandato de su filosofía fundante, el verdadero cooperativismo ha basado su actividad, su transito por el mundo, en los principios democráticos, expresados de una manera categórica en las ideas de solidaridad y en aquel concepto liminar que es el de “un hombre, un voto.”  El movimiento cooperativo de crédito ligado en la Argentina al Instituto Movilizador de Fondos Cooperativos, como es nuestro caso, ha valorado siempre la importancia de aquellas iniciativas que puedan contribuir al objetivo de ofrecer a la gente servicios que mejoren su calidad de vida. Cabal es un ejemplo de ello.

Pero, al mismo tiempo, no ha dejado nunca de tener en cuenta que los principios de solidaridad se pueden impulsar también mediante acciones comunes de las personas destinadas a impulsar las transformaciones que la sociedad necesita. Y esas transformaciones no se realizan sino en el ámbito concreto de la política, que no es otra cosa que derecho que les compete a los ciudadanos de participar en los asuntos públicos del país, aquellos que nos atañen a todos. Y el ejercicio de ese derecho se logra no solo votando –esa es una de las formas-, sino haciéndose cargo de la defensa de sus intereses todos los días.

Durante los años del neoliberalismo, junto con el descrédito al que se condenaba a la política –tal vez algunos políticos merecían ese repudio pero no la política-, se había propalado en la sociedad el miedo a actuar, a intervenir en la historia, como ese lugar donde el ciudadano debe participar para poder concretar los ideales de equidad y emancipación. Para qué participar en la historia, se decía, si ésta no tenía ya nada más que ofrecer a los hombres. La Argentina de este tiempo, por fortuna, ha cambiado en forma radical esa postura. La ciudadanía quiere protagonizar la historia.

¿Por qué? Porque la historia siempre tiene cambios que ofrecer al hombre, opciones para modificar su destino. Pero hay que participar en ella para que esos cambios u opciones se pongan en movimiento. Votar esa una de esas maneras de participar en la historia. No la única, pero sí una fundamental. Es el camino de inicio hacia la formación integral de la conciencia ciudadana, que es algo más complejo pero que no se logra si no se da, una y otra vez, este primer paso.