Escrito en el cuerpo

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Tatuajes. Primero fueron líneas y puntos. Hoy, son sofisticados diseños que adornan la piel de personas de todas las edades. Una técnica cuyo origen se remonta a tiempos inmemoriales, que dejó de estar asociada a la marginalidad y atraviesa una verdadera explosión.

La joven está sentada, inmóvil, en uno de los tantos locales de tatuajes de la mítica galería Bond Street, en el barrio porteño de Recoleta. El tatuador, a su lado, fija la mirada en la muñeca derecha de la chica, hunde la aguja en la piel y plasma el diseño elegido. Mientras dura la sesión, ella, Tatiana Lang, no se queja ni refleja gestos de dolor. Todo lo contrario. Se la ve feliz. No es la primera vez que pasa por esta experiencia. Su tatuaje iniciático, y el más grande –dos flores de loto que forman el yin y el yang–, ubicado en su espalda, se lo hizo a los 16 años por un impulso de «adolescente rebelde». En otras partes del cuerpo tiene el calendario azteca, frases que la identifican de alguna manera, la obra de un pintor japonés que le gusta y un triángulo que comparte con un amigo. «Esta vez elegí la palabra Adelante. Era un tema que me cantaba mi novio. Cuando él falleció decidí hacérmelo. Siempre pasa algo que querés llevarlo para toda la vida», dice Tatiana.

Tinta indeleble

A través de su concepto de «técnicas del cuerpo», el sociólogo y antropólogo francés Marcel Mauss explicó que en cada sociedad los hombres utilizan diferencialmente sus cuerpos y adoptan hábitos que más que variar entre los individuos, varían entre las culturas. El cuerpo es entonces el primer y más natural instrumento del hombre. Los tatuajes, esas marcas que se imprimen en la piel de manera indeleble.

Si bien no se puede determinar con precisión el origen de este tipo de metamorfosis corporal, se sabe que se trata de una disciplina ancestral, desarrollada por muchos pueblos a lo largo de su historia, con múltiples significados y motivaciones. La evidencia más antigua con la que hoy se cuenta son los restos de un hombre que vivió hace más de 5.300 años. «Oetzi», el cadáver congelado hallado en un glaciar de los Alpes en 1991, presenta 61 dibujos formados por puntos y rayas. Luego, los antiguos pobladores de la Polinesia se destacaron por desarrollar un diseño más complejo. Más acá en el tiempo, durante buena parte del siglo xx, esta intervención permaneció restringida de manera casi exclusiva al ámbito de los marineros o los presos. En los años 60, fueron los hippies quienes se sumaron a esta práctica, en una clara y manifiesta actitud antisistema. Sin embargo, hay cierto carácter que parece permanecer en el tiempo ya que el tatuaje es, para todo aquel que lo porta, una marca de identidad.

 En cuanto a nuestro país, el tatuaje empezó a tener cierta presencia a principios de los 90, de la mano de las tribus urbanas que lo adoptaron como sinónimo de contracultura. Pero la situación cambió de manera evidente. Y este hábito, que hasta no hace mucho estaba asociado con una actitud transgresora, hoy atraviesa una verdadera explosión. Rocío Blasco, diseñadora gráfica y tatuadora del local American Tattoo, asegura que la decisión de tatuarse puede responder a cuestiones emocionales, generacionales o puramente estéticas, es decir, a la necesidad de lucir de determinada manera. Esta joven ilustradora salteña hace foco en lo emocional y explica el fenómeno. «En una era en lo que todo parece efímero y descartable, donde hay tan poco compromiso, en el tatuaje encontramos algo que es para toda la vida –afirma–. Creo que hay mucha gente que busca algo que lo acompañe hasta la tumba. Además hay numerosos íconos sociales que se tatúan. Probablemente, hace 20 años esta práctica se relacionaba con cuestiones más negativas. Antes se tatuaban en zonas menos visibles. La gente lo está aceptando más positivamente y hoy tatuarse se relaciona con la buena onda. Esto habla de una interesante apertura de pensamiento. Hace poco vino una mujer de 70 años a tatuarse un Rosario en el pie para cumplir una promesa. Eso está buenísimo. Exteriorizar lo que tenés adentro, de una manera permanente en tu cuerpo, para mí es mágico».

 

Florencia Vidal