Javier Daulte, un director todo terreno

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Es guionista, dramaturgo y director de teatro. Ha recibido más de ochenta distinciones tanto en el ámbito nacional como fuera del país. Sus obras han contribuido a la renovación del teatro nacional introduciendo en sus argumentos elementos fantásticos y de género dentro de una construcción hiperrealista. Revista Cabal lo entrevistó para conocer su método de trabajo

Javier Daulte es uno de los dramaturgos más prólíficos de la escena porteña y con mayor proyección dentro de la nueva generación de creadores. Autor y director, ha escrito y dirigido algunas de las obras y programas televisivos más originales de los últimos tiempos -entre sus creaciones se destacan Criminal, La escala humana , Bésame mucho , ¿Estás ahí? , Nunca estuviste tan adorable , Automáticos, La felicidad , Cómo es posible que te quiera tanto, Espejos Circulares, Un dios salvaje, 4D Óptico, Lluvia constante-, y ha dirigido piezas ajenas como Baraka, de Maria Goos y Un dios salvaje, de Yasmina Reza-, en la Argentina, México y España. En TV, estuvo al frente de éxitos como Para vestir santos y Fiscales. Fue fundador e integrante del ya disuelto grupo Caraja-ji de Buenos Aires.

Vive en una casona reciclada del barrio del Abasto a la que se ingresa a través de un jardín bien cuidado, un oasis en medio del asfalto. Atravesando el verde se llega a un ambiente amplio y decorado con buen gusto, en el que los muebles antiguos conviven con algunos adornos modernos, estratégicamente dispuestos; un espacio que sirve a la vez como living-comedor y escritorio de trabajo.
Su forma de abordar el teatro de algún modo se opone a ciertos principios que algunos de sus colegas suponían indiscutibles: Daulte sostiene, entre otros axiomas que orientan su trabajo, que el teatro no puede cambiar la realidad, porque el teatro es realidad. Que el teatro es necesariamente innecesario, inofensivo y optimista. Que es un acto de celebración y que sus mayores enemigos son la solemnidad y la celebridad. Que no debe transmitir ideas sino inventarlas. Y que no es importante, porque “al teatro sólo le interesa el teatro”.

“Descubrí con el tiempo que, de una u otra forma, siempre cuento una historia de amor, quizá porque por amor los personajes son capaces de hacer cualquier cosa, y a mí me interesa por sobre todas las cosas alejarme de lo previsible”, explica él.  A la hora de encarar un nuevo proyecto, el director privilegia, ante todo juego escénico que propone una obra. “En Baraka vislumbré desde el primer momento que ese material, hecho por estos cuatro actores que elegí, daría un resultado insospechado en su lectura inicial y no me equivoqué. En Un dios salvaje hubo elementos de la lectura que le daban un brillo particular, y la obra funcionó. Pero muchas veces las claves de un éxito no saltan en la primera lectura”, define.

Para él, el juego escénico tiene sentido y peso propio, por sobre otros elementos como el argumento. “Yo no me ocupo tanto del argumento como de lo que ocurre en escena: me ocupo de contar, de narrar, que es poner en acción”, dice. “Quiero dinamismo sobre el escenario, que la propuesta entretenga. A eso va uno al teatro, a pasarlo bien. Uno no va al teatro a aprender, ni para ser más culto o mejor persona. Tampoco a ver grandes actuaciones, porque hoy es fácil encender la tele y encontrar un buen trabajo actoral en alguno de los tantos canales de que disponemos. En todo caso uno va a todo eso y más: uno va fundamentalmente a pasarlo bien, a vivir una experiencia, a ser parte de ella. Uno va a participar de un juego mágico y entretenido, y a ser engañado, por sobre todas las cosas. Queremos que nos mientan. Los espectadores son preciosas víctimas de la ilusión. El teatro es una experiencia totalmente mentirosa de la que queremos participar. El público paga para que lo engañemos, pero hay que saber engañarlo, hay que hacerlo bien. Creo que el teatro no tiene ningún sentido en sí mismo, pero que si por un momento nos emociona, nos conmueve, nos sacude, entonces vale la pena. Cuando se produce ese clima en el que actores, director y público se sincronizan, aparece esa chispa que tanto buscamos, ese algo fantástico que yo llamo teatro. Y es también ese deseo de que algo ocurra, esa emoción que nos invade cuando se apagan las luces y se descorre el telón, esa expectativa: en ese momento todo es posible. Lo paradójico es que en cada función pueda producirse esa magia cuando el teatro es un arte en el que todo está cronometrado, todo está previsto y ensayado, se trabaja duro para excluir el azar. Es un artificio con el que podemos comprometernos”.


Cuando se le pregunta por qué sostiene que el teatro no tiene sentido en sí mismo, explica: “Porque es absolutamente innecesario. Lo hacemos porque nos gusta, simplemente. Los mayores enemigos del teatro son la solemnidad y la frivolidad. Lo opuesto es un teatro lúdico”.
Entre las historias que le interesa contar, reconoce obsesiones o búsquedas recurrentes a lo largo de estos años. “Antes que en las historias que cuento, a mí me interesa indagar los mecanismos teatrales, me interesa generar esa ilusión de la que hablé. ¿Cómo hacer que el público crea que un actor no está solo en el escenario cuando en realidad lo está? O ¿cómo hacerle creer al público que existen dos realidades paralelas, como en 4D Óptico? Son experimentos actorales que seguramente al público no le interesan en lo más mínimo, pero que me cautivan a mí; diría que esa es mi principal obsesión. La otra es el amor; el tiempo me demuestra que es un tema recurrente. En nombre del amor se justifican crímenes, estados de locura o éxtasis, depresiones. En nombre del amor uno puede llevar a los personajes realmente adonde le da la gana. En el caso de Un dios salvaje, por ejemplo, el espectador podría preguntarse por qué estos tipos se ponen tan locos por una pavada. La respuesta es: por los hijos. Por amor a un hijo, qué no podría hacer un padre. Podría hacer cualquier cosa; entonces aparece la imprevisibilidad. Cuando estudié psicología entendí que todos respondemos a nuestra singularidad y que cualquier persona es capaz de hacer cualquier cosa. Todo depende de adónde la conduzcan las circunstancias”.


El director reconoce en su historia profesional un estilo particular de hacer teatro. “La gente me asocia con un estilo, aunque yo preferiría ser siempre imprevisible, distinto. Cuando empiezo un proyecto, elijo el que no se parece a los anteriores, porque creo que la única manera de crecer es venciendo prejuicios. El conservadurismo tiene que ver con mantener los prejuicios, el statu quo. Creo que hay que hacer caer los prejuicios. Yo vi y padecí el prejuicio de los sectores más conservadores, el prejuicio fascista, pero también vi los prejuicios progresistas, que son infinitos. Por eso creo que pude hacer televisión, estar en la avenida Corrientes y en el teatro under. Rompo prejuicios, soy un combativo en el trabajo y no descanso en la experiencia ganada. Arriesgo siempre”.

A la experimentación, reconoce reservarle un espacio trascendente: “No conozco otra cosa. Yo no hago una lectura previa de las obras, no hago un análisis de tipo intelectual; me mando directamente a la aventura, y afortunadamente siempre encuentro gente dispuesta a seguirme. Creo que en teatro hay algo que excede ese ejercicio intelectual de comprensión de una obra, y que eso se manifiesta en el escenario. Uno no hace una obra porque la entienda, uno la hace porque le gusta: el teatro no nace de la comprensión sino del misterio, como el amor. Al teatro hay que pensarlo en términos amorosos: las parejas no se forman o duran porque uno las entienda, sino porque a uno le gusta alguien o porque se enamora. El secreto, en ambos casos, está en mantener el misterio el mayor tiempo posible”.

Como autor trabajó en la televisión y el teatro, y esto es lo que opina respecto de las características de cada medio: “La televisión es mucho más experimental; allí se arriesga mucho más en términos argumentales, se tuerce el rumbo a cada momento, es muy divertido. Lo nuevo de la tele, lo más cuestionable, es esta obsesión impúdica por el rating, que puede funcionar como una limitación. Vivimos en la era del rating, y eso excede el campo de la televisión: se ha extendido a nuestra vida cotidiana. En México, por ejemplo, mis amigos contaban los seguidores que tenían en Twitter y competían para ver quién tenía más seguidores o adhesiones, y lo mismo ocurre con Facebook. ¿Nos estaremos volviendo objetos de consumo nosotros también? Yo lo llamo el rating personal. Es muy llamativo y produce adicción, por eso le huyo”.

Daulte ha recorrido un largo camino, pero todavía desea concretar más sueños. “Creo que uno puede orientar el barco hasta un punto; la vida es un equilibrio entre las corrientes que te arrastran y el lugar al que uno quiere ir”, piensa. “Con Para vestir santos se dio la situación ideal: hice lo que quise y salió genial. Tengo una novela empezada; quiero incursionar en otros lenguajes, como la narrativa. Seguir diversificándome, seguir conociendo otras idiosincrasias teatrales, trabajar por el mundo, como ya lo hice en México y España. Quisiera hacer otra película, también. Tantas cosas…”

 

Enlaces relacionados: www.javierdaulte.com.ar

 

Obras en cartel:


* AMADEUS, de Peter Shaffer. Sala Metropolitan Citi. Av. Corrientes 1343.
Dirección: Javier Daulte.
Versión: Federico González Del Pino, Fernando Masllorens.
Elenco: Rodrigo De La Serna, Gerardo Chendo, Oscar Martínez, Jorge Priano, Guido Botto Fiora, Juan Carrasco, Diego Jaraz, Ana Fontán, Paula Truchi, León Bara, Verónica Pelaccini.
*UNA RELACIÓN PORNOGRÁFICA, de Philippe Balasband. Sala Pablo Neruda Complejo La plaza.
Versión y Dirección: Javier Daulte.
Elenco: Darío Grandinetti y Cecilia Roth
*EL HIJO DE P#!@ DEL SOMBRERO, de Stephen Adly Guirgis. Sala: Metropolitan Citi. Av. Corrientes 1343

Dirección: Javier Daulte.
Elenco: Pablo Echarri, Fernán Mirás, Nancy Duplaa, Marcelo Mazzarello y Andrea Garrote