La exclusión duele

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Hay una relación entre el dolor físico y el sentimiento provocado por la marginación, según recientes estudios neurobiológicos. El bullying, el racismo y otras expresiones de una vivencia individual con causas y consecuencias políticas y sociales.

Algunos hablan del inconsciente colectivo. Hay quienes sostienen que el significado real de una palabra es aquel que se quiso dar a entender la primera vez que fue pronunciada. Otros sostienen que el lenguaje encierra un saber en sí mismo, independientemente del hablante, un saber que es necesario sacar a la luz porque el hábito y el uso tienden a cubrirlo con un manto de niebla. Parece demasiado abstracto, sin embargo, un hallazgo relativamente reciente puede ayudar a darle cuerpo a esa idea.

Habituados, a la concepción científica del mundo, no es tan difícil pensar en el dolor físico como una exacerbación del sentido del tacto. Cualquier contacto de la piel con lo exterior produce una excitación nerviosa que el cerebro luego interpreta. Las cosquillas, la presión, el prurito, son una intensificación de ese mismo fenómeno: la excitación de los nervios periféricos por cualquier estímulo externo o interno. Cuando el estímulo es más fuerte, se le llama dolor. En principio, no se puede comprobar objetivamente el dolor: ante quien lo manifiesta se puede verificar la posible causa, pero en última instancia solo cabe creerle o no creerle.
O al menos esto era así hasta que se descubrió la forma de obtener imágenes del cerebro en funcionamiento. La resonancia magnética funcional y la tomografía por emisión de positrones permiten registrar en el acto qué partes de este órgano se iluminan con cada acción de los sujetos bajo estudio.

Experimentos
De esos aparatos se sirvió el psicólogo Kipling Williams en la Universidad de Purdue (Indiana, Estados Unidos) para descubrir en 2003 que cuando las personas experimentan el sentimiento de ser dejadas de lado una ráfaga de actividad neuronal inunda la región cerebral asociada a los aspectos emocionales del dolor, en la llamada corteza cingulada anterior dorsal.
En diversas partes del mundo siguieron trabajando sobre la misma línea de investigación, y así fue que en 2010 un equipo de psicólogos encabezado por Nathan DeWall llegó aún más allá: sometió a 25 estudiantes a un experimento similar con juegos virtuales donde el quid de la cuestión era que en algún momento los participantes se sintieran excluidos. A algunos de ellos les habían dado paracetamol y a otros un placebo. La lógica indicaba que si sentirse excluido implica un fenómeno análogo al dolor físico, un analgésico común y corriente como el paracetamol debería aliviarlo. Y aseguran que, en efecto, así fue.
Williams asegura que este fenómeno se da igual, ya sea que a uno se lo excluya de un ámbito de pertenencia, de una invitación a jugar a la ruleta rusa o de la tarea más aburrida. Lo ha estudiado –también– en fenómenos más complejos como el bullying o el racismo. La tradición funcionalista lo obliga sin embargo a ver en las prácticas de ostracismo una «función evolutiva» y una invitación al excluido a mejorar su capacidad de socialización. Una interpretación que reduce el problema a sus aspectos individuales y deja de lado los factores políticos y sociales.

Marcelo Rodríguez

Nota reproducción de Accion Digital – Edición Nº 1200