La historia de la hija de Estela

Actualidad

El libro "Laura. Vida y militancia de Laura Carlotto", de María Eugenia Ludueña, cuenta la historia de la hija desaparecida de la presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo, pero es a su vez reflejo de una lucha colectiva. Un relato conmovedor, que da cuenta y contextualiza el compromiso político de una generación diezmada por el terrorismo de Estado.

La última imagen que existe de Laura con vida, es una foto carnet en que se la ve con la despreocupación y la belleza propias de la juventud: la piel blanca y tersa, la mirada inocente, los ojos maquillados con delineador negro, bien marcados, para ir a alguna fiesta. Esa fue la foto que el subcomisario de la Comisaría de Isidro Casanova extendió a los padres de la chica, Estela y Guido, la noche del 25 de agosto de 1978, un momento antes de comunicarles con absoluta frialdad que su hija de 23 años había fallecido, en el marco de un supuesto “enfrentamiento” con la policía.

Estela sintió entonces que se volvía loca: la mente en blanco, un latigazo frío corriéndole por la columna. La necesidad de comprender qué le habían hecho a su hija, desaparecida nueve meses antes.

Un instante después, la furia, los gritos:

-¡Ustedes la asesinaron! ¿Por qué? ¡Canallas, criminales, cobardes!

El subcomisario no se inmutó, ante esa mujer deshecha por el dolor. Se limitó a decir que no sabía nada, que cumplía órdenes. Tenía la orden, además, de comunicarles que el cuerpo de Laura yacía afuera, desparramado sobre el piso sucio de una camioneta.

A partir de esa noche trágica, la vida de Estela de Carlotto cambiaría para siempre: si la desaparición de Laura la había llevado, de ser una madre temerosa a iniciar una búsqueda incansable, la confirmación de su muerte y el hecho de desconocer el destino del bebé que su hija llevaba en el vientre, la convertirían en la luchadora implacable, en el máximo referente de la lucha por los Derechos Humanos en la Argentina. Laura, a su modo, había parido a la nueva Estela. Y había intuido, como expresó a sus compañeros de cautiverio, que Estela jamás les perdonaría a los milicos lo que habían hecho.

Treinta y cinco años después, la periodista María Eugenia Ludueña se propuso recomponer ese gran rompecabezas: la historia de esa joven mujer que, como tantos compañeros, había dado su vida "por un ideal, por el compromiso con su pueblo”, como le gusta decir a Estela. Una vida corta e intensa, la de Laura, signada en los últimos tiempos por la militancia, y que Ludueña reconstruye con paciencia oriental, a partir de los testimonios de amigos, familiares y ex parejas de la joven que aparecen en el libro intercalados con la voz narradora. Es también el fresco de una época: la crónica de una generación que peleó por sus ideas, en los turbulentos años 70’.

Laura (1955-1978), se sabría finalmente, fue asesinada en el centro clandestino de detención La Cacha, ubicado en la provincia de Buenos Aires. Su hijo Guido, nacido en cautiverio, fue robado y aún se desconoce su paradero, como el de otros 400 chicos apropiados durante la última dictadura.

 

-¿Cuál fue el criterio que orientó la investigación y cuánto tiempo le insumió la realización de entrevistas más la escritura?
- El punto de partida fue contar la historia de Laura -quién era- situándola en el contexto de aquellos años y a través de las voces de quienes la conocieron. Cómo vivía, qué sentía, qué música escuchaba, qué leía, qué pensaba, qué deseaba. Quería tratar de entender qué impulsó a una militante de base periférica -pero también a tantos- a sostener ese compromiso. Arranqué en el 2010. Los dos primeros años fueron básicamente encontrar el tiempo entre mis otros trabajos para viajar a La Plata a hacer entrevistas. En 2011 empecé a escribir. Me llevó tres años, dedicándome a otras cosas también. El libro estuvo escrito a final de febrero de 2013, y después vinieron meses de correcciones y ajustes.


- El libro narra la vida de Laura, en el marco de una historia generacional, colectiva ¿Tuvo desde el comienzo la claridad de pensar en esos dos relatos simultáneos?
-Sólo sabía que iba a contar la historia en un contexto y con los testimonios de su familia, amigas, compañeras, hombres que la amaron. A medida que hacía las entrevistas, entendía que el modo en que los demás hablaban de Laura era también un modo de decir quién era cada uno, y de contar cómo la dictadura había marcado de maneras tan distintas -con desapariciones, torturas, secuestros, exilios forzados- a muchos de los entrevistados. Era como armar un rompecabezas. Ya con varias entrevistas hechas y editadas, decidí esa estructura de distintas voces que cuentan cada una un momento con Laura y un momento de su propia vida. Me pareció un modo de reforzar la idea de que la historia de Laura solo se puede comprender desde esa dimensión colectiva. Además, lo grupal era la medida de muchas cosas en aquella época.

 

-Plantea que Laura, como muchos de sus compañeros tenían plena conciencia del peligro que corrían, ¿la convicción de la militancia fue, en casos como el que narra, más poderosa que el miedo que pudieron haber sentido, incluso en los peores momentos?
-En Laura, por lo que me contaron de ella, parece que fueron más poderosas las convicciones. La secuestran a fines de noviembre de 1977, cuando la dictadura ya había arrasado con la Juventud Universitaria Peronista y con la mayor parte de los militantes de La Plata, y de tantos lugares del país. Por las conversaciones que recuerdan sus amigas o Estela, al principio Laura no sentía miedo. Creía que era una militante muy de base para que se fijaran en ella. Pero al momento en que desapareció su padre ya había sido secuestrado, vivía de un modo muy precario y debe haber tenido bastante conciencia del peligro. Gran parte de sus compañeros ya estaban muertos. Y cuando alguien le decía que por qué no se iba o abandonaba la militancia ella respondía que era en esos momentos cuando más había que estar.


-¿Cuál diría que es el mayor legado de la generación de Laura?
-El compromiso. El coraje, la voluntad, la esperanza, el trabajo por un mundo más justo para todos. Más allá de sus errores y de sus lecturas del mapa de situación, estos jóvenes y tantas otras personas entregaron su vida -no me refiero a morir, porque en definitiva fueron asesinados, y ellos querían vivir, que todos vivieran bien- en el sentido de que toda su cotidianeidad estaba en función de ese cambio para todos por el que militaban. 


-¿Los militares imaginaron en un comienzo la fortaleza con la que estos jóvenes encarnarían la lucha y la resistencia posterior?
-No puedo siquiera sospechar lo que pasa por la cabeza de un militar que actuó en aquel momento. Cuando Estela fue a visitar a Bignone, antes de que fuera presidente, para reclamarle por su hija desaparecida, él le respondió: “Usted me dice que la pasen al Poder Ejecutivo: yo hace unos días he estado en el Uruguay, en las cárceles donde están los tupamaros. Le puedo asegurar que allí se fortalecen. Y hasta convencen a los guardiacárceles y hay que rotarlos constantemente. Eso no queremos que pase aquí, señora. Acá hay que hacerlo”. Pero no creo que les temieran. Los militares encarnaban el Estado y todo su poder, y militantes como Laura eran el último eslabón de una estructura militante arrasada.


- ¿Qué es lo más valioso que, como mujer y periodista, le ha aportado experiencia de la escritura de "Laura"?
- Para empezar, haberme acercado a Abuelas de Plaza de Mayo, a Estela, y a toda una generación muy rica en matices y convicciones diferentes. Haber conocido a militantes como Raquel Barreto, mayor que Laura. Mujeres con una fortaleza, formación, tarea política y lucidez. En los relatos sobre los 70 curiosamente las mujeres aparecen en gran medida subordinadas a organizaciones que se decían revolucionarias, y vistas desde hoy eran  machistas y verticalistas. Me permitió conocer y encontrar a un montón de mujeres valientes, como la hermana de Laura, Claudia, o las sobrevivientes del cautiverio en La Cacha. Pero como mujer también me dejó una infinita tristeza de pensar que alguien sea capaz de infringir semejantes crueldades a una persona.


- ¿Cómo definiría a Estela, qué cualidades la distinguen y le permitieron liderar durante tantos años Abuelas?
-Estela desborda vitalidad, energía y calidez. No se puede creer que tenga 82 años y esa agenda agotadora, de viajes y compromisos con otras causas. Como me dijo Remo, el hermano de Laura, Estela de algún modo fue “parida” por esa hija mayor. Si bien cuentan que ella siempre tuvo esa manera de relacionarse, la muerte de su hija mayor la abrió a otro universo. Es impresionante la transformación: pasar a rogarle a su hija que no militara, o de mirar con sospecha a sus compañeros, a convertirse en quién es hoy y el colectivo que lidera.

-¿Tiene en mente un nuevo proyecto?
-Antes de empezar con este proyecto yo venía trabajando en un libro de cuentos. Lo abandoné completamente cuando me puse a escribir Laura. Ahora quiero terminar de corregirlo. En uno de esos relatos hay un personaje muy secundario, una militante de los 70, a la que le puse Laura por la hija de Estela. Ahora parece increíble, pero es un relato que hice bastante antes de que se me cruzara en el camino la idea de escribir un libro sobre ella.
                                                                                                                                         

 

                                                                                             Verónica Abdala

Mini Bio de la autora
María Eugenia Ludueña (Santa Fe, 1969) se licenció en Ciencias de la Comunicación en la Universidad de Buenos Aires. Como periodista escribe para diarios y revistas; trabaja como editora de la agencia Infojus Noticias y colabora con el equipo de Comunicación de Conectar Igualdad en el Ministerio de Educación de la Nación.