León Gieco, un compromiso profundo

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León Gieco, el artista que a través de su música se convirtió en un cronista de la realidad

Nacido en el campo santafesino hace 62 años, Raúl Alberto Antonio “León” Gieco vivió en estado de mágica inocencia hasta que se mudó al que sería su pueblo, Cañada Rosquín, antes de cumplir los seis. Allí, por problemas económicos y familiares, entró en contacto con una realidad difícil, a la que enfrentó con voluntad, coraje y precoz madurez. Además de buen alumno, “Luli” —su primer apodo— pronto se inició en el mundo del trabajo, que a la vez le permitía ayudar a su familia y alimentar sus sueños más osados. Así, pudo comprarse en cuotas su primera guitarra que, entonces aún no lo sabía, resultaría “un arma cargada de futuro”.


Con la guitarra recorrió primero los caminos del folklore y más tarde los del rock, ni más ni menos que los que habría de recorrer durante toda su vida, hasta hoy y hasta siempre. Nutrido por las raíces de su origen campesino y del pequeño pueblo de provincias, sumó a ese alimento esencial el de otras culturas y otros horizontes que la vida, con los años, le permitiría conocer de cerca.


Hasta su viaje iniciático a Buenos Aires, poco después de terminar el colegio secundario, León compartió el tiempo del estudio con el del trabajo y el de la música y en todos, para satisfacción de los suyos, logró destacarse. Como lo hizo todavía niño, a los 13, cuando fue seleccionado para viajar a Bolivia en un plan de intercambio en el que, créase o no, adelantó un bosquejo de lo que luego sería quizá su obra cumbre: De Ushuaia a La Quiaca. León llegó a Bolivia con su guitarra y una serie de diapositivas de distintos lugares de la Argentina; tocó ritmos de las diferentes regiones y armó así un mapa del país para mostrar en el extranjero inmediato.


La guitarra, siempre presente como medio de expresión, empezó a ser una herramienta para generar contenidos cuando León se decidió a contar y cantar sus propias historias. Al principio, para describir aspectos de su vida en el interior, luego para denunciar, expresar su bronca, mostrar realidades deliberadamente ocultas. Fue con Hombres de hierro, presentada en Buenos Aires en el festival Acusticazo, del que hay editada una grabación en vivo, que se reveló como “cronista”, en el sentido del que cuenta las cosas que pasan. Como un periodista, casi, pero en envase artístico. Muchos años después de ese bautismo que lo empujó al centro del escenario, León definió uno de sus métodos para componer: “Escribo canciones leyendo el diario”.


El éxito y la popularidad no le impidieron a León seguir en contacto directo con la realidad. Al contrario, además de materia prima de muchas de sus canciones, incluidas “himnos” como Solo le pido a Dios, le permitieron en muchísimas ocasiones ser verdaderamente “la voz de los que no tienen voz”. Pero también, y muy en especial, esa realidad le permitió mostrar otras dignidades más allá de su rol de artista popular. Sus alegatos en contra de la violencia, por la democracia, a favor de los juicios a los responsables del terrorismo de Estado, por los derechos de todas las minorías, su presencia permanente acompañando a los trabajadores que reclaman por lo suyo son aspectos que fueron convirtiendo a León en una persona imprescindible también abajo del escenario. 


Aunque descree de su existencia, la coherencia es otro de los atributos de Gieco, y lo es en una dimensión muy poco frecuente. Basta con revisar sus dichos de la década del 70 y compararlos con los de la semana pasada para comprobarlo. Una coherencia que, por supuesto, también le dio no pocos dolores de cabeza. Como cuando escribió una canción para Romina Tejerina, la joven jujeña que mató a su bebé, nacido como producto de una violación, a quien no solo acompañó durante todo el proceso judicial, hasta su liberación, sino también solventó sus gastos para que siguiera estudiando, apenas uno de los muchos casos en los que estos gestos de León son reconocidos por él públicamente.

 

Su coherencia ideológica tiene también su correlato artístico: “tocó con todos”. La lista interminable de artistas con los que compartió escenario incluye a auténticos próceres, del país y del mundo, reconocidos por sus valores insobornables y por su vocación para meterse en problemas por cantar aquello que pasa en la vida real, como Pete Seeger, por nombrar a uno de los más revoltosos y espejo en el que León se mira cada día.


La permanente prédica por la necesidad de continuar en busca de Verdad y Justicia, desde muy temprano y aún en los 90´, cuando el tema se había sumado a la lista de desaparecidos, es uno de sus mayores aportes para mantener viva la lucha por los derechos humanos, otro de los motivos que algunos encuentran para fustigarlo.
Su elevada exposición le provocó en su momento episodios de ansiedad que, con el tiempo, pudo manejar. Con el tiempo y con proyectos como “Mundo alas”, una experiencia conjunta con personas especiales —en todos los sentidos—, que le dieron vuelta como una media su mirada sobre temas esenciales y también de los otros, como el dinero y los usos que le damos. Así lo explica en “Crónica de un sueño”, el libro que escribió con el periodista Oscar Finkelstein:
“¿Qué hacen Bruce Springsteen o Paul McCartney con los millones de dólares que tienen? ¿Para qué guardan, no sé, 300 millones de dólares en el banco? Yo estoy seguro de que si tuviera un nivel así de plata me quedaría con 2 millones para vivir bien, para viajar… No hace falta más, no somos eternos. Además, seguiría trabajando, porque la pasión mía está en eso. Con la pasión no se jode: a mí me gusta subir a un escenario, llamar la atención, que me aplaudan. Pero aun así me quedarían 298 millones para hacer cosas. Por ejemplo para construir hospitales donde hagan falta, acá o en Bolivia.


Si yo tuviera en los Estados Unidos el nivel de popularidad que tengo acá, tendría una fortuna. Esa es una diferencia grande entre ellos y nosotros. Pero la pasión estoy seguro que es la misma. ¿Qué se hace con esa plata? ¿A quién se le deja y para qué? ¿Por qué no agarran la plata que se merecen, que puede ser mucha pero no 300 millones, y con el resto hacen cosas?
Con 300 millones tengo poder para destinar 298 millones a buenas obras. Si no hago nada para los demás —en serio, no un concierto a beneficio o una donación simbólica—, ¿para qué quiero tanta plata? Creo que le podría dar un sentido más elevado a mi vida. Para que todo el mundo pueda comer, para crear huertas de comida orgánica en todo el mundo, para atender a los chicos con sida en África.


Con ‘Mundo alas’ encontré un pedazo de sociedad no contaminada y además puedo crear cosas con ellos, puedo hacer canciones con ellos, igual que podría hacerlo con Bruce Springsteen o con Paul McCartney. Es decir, con la misma pasión, más allá de que simbólicamente sea distinto, o de que la repercusión no sea la misma.
Además, los 300 millones de dólares no existen. Si un día Bruce o Paul se levantan y dicen: ‘Voy a sacar la plata del banco’, se le ríen en la cara. Pueden comprarse 18 guitarras, sí, pero los billetes no los van a tener.
Tener eso no significa nada, no sirve. Una de mis fantasías es tener mucha plata, meterla adentro de un camión y salir a la calle con un megáfono a decir: ‘Vengan muchachos, acá tengo algo para ustedes’.


Sin embargo, de alguna manera yo también tengo la enfermedad de tener y acumular. Porque si bien doy y hago cosas por los demás, podría hacer más y podría dar más plata también. Por eso no me comparo con los chicos de ‘Mundo alas’. Por eso me gusta estar ahí: me hace mejor persona, y me encanta poder ser mejor persona. Si pudiera, cada día un poco mejor. Y me hace bien tocar gratis con ellos e invertir plata en el proyecto.


Eso también explica mi admiración por Pete Seeger: cuando estuvo acá por segunda vez, después de no haber ganado dinero la primera, le dije que ahora sí podíamos organizar una pequeña gira por el país. Quise saber cuánto cobraba, a través del nieto. Él le preguntó y después me dijo: ‘Mi abuelo no cobra más por actuar, ya desde hace cinco años’. Y ahí recordé que en ningún momento me habló de plata. Evidentemente en algún momento consideró que tenía lo suficiente y a partir de ahí tocó gratis. Es un ejemplo de vida. Trato de promocionarlo para que la gente se contagie, entienda que la vida es eso y no tener 300 millones en el banco. La plata es un poder-trampa y cada vez se hace más difícil salir de ahí”.


León, como otros seres dignos de ser, trabaja duramente para conseguirlo.