Trastorno por Déficit de Atención (TDA), ¿mito o realidad?

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El trastorno de déficit de atención con o sin hiperactividad (TDA/TDAH o ADD por sus siglas en inglés- justificó en los últimos años el tratamiento y la medicalización de millones de chicos en el mundo, aunque su supuesto descubridor lo definió antes de morir como una “enfermedad ficticia”. Cómo distinguir la patología –que afecta a entre el 5 y 7% de la población infantil- de la hiperactividad propia de la infancia.

Siete meses antes de morir, el famoso psiquiatra estadounidense Leon Eisenberg, hasta entonces considerado el descubridor del trastorno de déficit de atención e hiperactividad (TDAH), afirmó que el caso representaba un caso genuino de "enfermedad ficticia". Su declaración, publicada por el semanario alemán 'Der Spiegel', conmovió a la opinión pública mundial: había sido justamente este médico quien, en los años 60’, había hablado por primera vez  del TDA (en 1968 se incluyó la enfermedad en el 'Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales') y, desde entonces, con un notable incremento en los últimos 15 años, millones de niños en todo el mundo habían sido diagnosticados con este trastorno y tratados con medicación.

Eisenberg abría sin saberlo, antes de morir, una polémica sin precedentes: ¿si los síntomas interpretados como patológicos fueran sólo signos propios de la infancia? ¿Cómo interpretar con precisión si la inquietud propia de un chico es o no es patológica y requiere tratamiento médico?

Las opiniones de médicos, psicólogos, especialistas y padres que intentan develar cuál es la diferencia entre la travesura y la hiperactividad, son variadas y no estipulan un límite univoco entre la movilidad propia de esta etapa evolutiva –la infancia-, y el trastorno mental. Hay síntomas a los que conviene atender –ver debajo-, y que pueden revelar un trastorno patológico, pero preocupa  la posibilidad de que médicos y docentes confundan lo que puede ser un TDA de lo que a menudo son signos de inmadurez o excitación que no ameritan tratamiento ni medicación.
Es que desde el comienzo del siglo XXI, y siguiendo una tendencia que llega desde los Estados Unidos –allí los excesivos diagnósticos y la sobre medicalización en el caso de los niños ya es un problema asumido por la comunidad médica-, en la Argentina miles de chicos con carácter inquieto y/o dificultades para concentrarse fueron estudiados o directamente diagnosticados con el TDA, con o sin hiperactividad (TDA y TDAH); muchas veces, sin que haya mediado un análisis del entorno o de las causas psicosociales que pueden a menudo provocar ciertas conductas o estados de ansiedad.
Marcelo Peretta, presidente del Sindicato Argentino de Farmacéuticos y Bioquímicos (Safyb), aseguraba hace un tiempo que en la Argentina actual “los chicos de entre 6 y 14 años "tienen un 40% más de probabilidades de recibir el diagnóstico y una receta que hace 15 años atrás”.  "Prescribir una pastilla siempre es mucho más rápido", reconocía Eisenberg, quien en los últimos meses de su vida recomendaba a sus colegas “intentar ayudar a los niños sin medicarlos innecesariamente ni dando por descontado que padecían alguna enfermedad”.

Lo que es evidente, y muchas veces no se admite, es que el interés comercial de las empresas de la industria farmacéutica –que han hecho del TDA un motor de ganancias millonarias- fue sin duda otro de los factores determinantes de la sobre medicalización de estos chicos, y es y será en futuro una variable difícil de erradicar. 
El sobre diagnóstico y la sobre medicalización  traen aparejadas indeseables consecuencias físicas -ya que las intervenciones farmacológicas siempre conllevan efectos secundarios-, psicológicas -asociadas a la baja en la autoestima del chico y sus padres, asociada al estigma y la discriminación que suelen padecer estos chicos- y económicas, en virtud los altos costos que suelen tener los tratamientos.
También hay que tener en cuenta que un diagnóstico no apropiado puede ser tan nocivo como el hecho de no reconocer el trastorno cuando efectivamente existe.

Andrea Abadi, que preside la Asociación Argentina de Psiquiatría Infanto Juvenil (AAPI) y también dirige la Sección Psiquiatría del Servicio de Salud Mental Pediátrica del Hospital Italiano, declara  que "el no reconocimiento de este cuadro somete a los chicos a larguísimos tratamientos que terminan provocándoles más complicaciones." 
Según las estadísticas que manejan estos centros, el déficit de atención real –es decir por fuera de los casos mal diagnosticados- afecta a entre el 5 y 7% de la población infantil –del total de 5.469.470 chicos argentinos en edad escolar, 328.000 alumnos de entre 5 y 12 años estarían padeciendo déficit de atención. "Hay pocos estudios de prevalencia en nuestro país, pero los que hay hablan de cifras similares a las del resto del mundo", explicó la especialista de la AAPI.

Los síntomas principales por los que se diagnostica el trastorno, y que pueden aparecer aislados o combinados, son:
1) La dificultad para sostener la concentración, moderada o grave (déficit de atención)
2) La falta de inhibición o control cognitivo sobre los impulsos, la inquietud motora (lo que se llama hiperactividad o impulsividad)
3) La inestabilidad emocional.

Estos chicos suelen presentar conductas impulsivas, aunque no necesariamente agresivas, entre la temprana niñez e incluso después de la adolescencia.

El paso del tiempo, y el proceso de maduración, muchas veces, resuelve el problema por sí solo. En este sentido, es importante que los especialistas no se apresuren a hacer un diagnóstico, sobre todo teniendo en cuenta que en los últimos años el TDA fue diagnosticado en miles de niños de 4 ó 5 años, cuando a esa edad este tipo de conductas -en apariencia compulsivas o “hiperactivas”- suelen ser no patológicas.
Los signos que en cambio deberían alertar a los padres o motivar una consulta –con el pediatra en primera instancia, o con una analista especializado en niños- estarán en cambio relacionadas con las dificultades de sus hijos para adaptarse a la vida escolar o social.