Tres conceptos rectores

Actualidad

   Hay tres conceptos ligados a la idea de independencia de un país, que al momento de la celebración en la Argentina de un nuevo aniversario de su declaración por el Congreso de Tucumán, el 9 de julio de 1816, y de otros hechos recientes conviene refrescar. Creo que esos conceptos fundamentales, y sin perjuicio de que se puedan añadir otros, son los de soberanía, autonomía y dignidad. Son conceptos relacionados entre sí, pero que tienen a su vez cada uno de ellos sustancia propia. Repasemos un poco su significado.   

   La soberanía es el derecho que tiene el pueblo a elegir sus gobernantes, darse sus leyes y exigir que su territorio no sea vulnerado por nadie. Es un concepto que nació con el francés Jean Bodin, allá por el siglo XVI, pero que perfeccionó luego Jean Jacobo Rousseau. La Constitución argentina dice en su artículo 33 que las declaraciones, derechos y garantías que consagra su texto nacen de la soberanía popular.

    La autonomía es el estado y condición del pueblo y de la Nación que disfrutan de independencia. Y que se expresa, de manera muy particular en el plano de las relaciones internacionales. La dignidad alude a un valor inherente a los individuos y a los pueblos: el de ejercer en libertad sus decisiones y, sobre todo, en exigir que ellas merezcan el debido respeto.

    Todos los pueblos tienen derecho a que se respeten esos atributos. Por algo en las últimas décadas se ha avanzado tanto en la conciencia y en la legislación mundiales para extirpar los males del colonialismo, si bien es lícito reconocer que todavía no se los ha eliminado del todo, como lo prueba la existencia de enclaves de esa naturaleza en diversas partes del planeta, entre ellos el de nuestras usurpadas islas Malvinas.

    Sin embargo, días atrás, la decisión de impedir que el avión presidencial de Bolivia atravesara el espacio aéreo de algunas naciones europeas es un atropello de una gravedad realmente insólita y que recuerda las peores experiencias del colonialismo. No es que en los últimos tiempos no se haya perpetrado otros actos de avasallamiento de la soberanía o la dignidad de distintos países, pero no se había llegado todavía a un límite tal como la de interceptar un avión presidencial.

    Es un procedimiento humillante e hizo muy bien la Unasur en mostrar, si bien con algunas defecciones, rápidos reflejos y reunirse en Cochabamba para sacar un documento de condena al hecho. Bolivia ha sido herida en su dignidad con este acto ilegal y, junto con esta nación, todos los países hermanos de la región. De ahí la inmediata reacción y solidaridad con el presidente Evo Morales y con su pueblo.         

   Si las relaciones entre los países no se inspiran en el respeto a las leyes internacionales se vuelve a la ley de la jungla. La convivencia en cualquier terreno de la vida, incluso la que tiene lugar en la rueda cotidiana de las transacciones comerciales más cotidianas y elementales, no puede llevarse a cabo con plena eficacia si no se tiene como regla de oro el respeto a las leyes y los derechos del otro.

    Este acto de cuño colonial, que ni los gobiernos de Estados Unidos o la vieja Europa han creído que requería una disculpa, deja una interesante lección: que los países del Sur de América deben acelerar sus pasos para lograr lo más pronto posible una integración vasta, profunda y en distintos planos de sus países. Será la mejor manera de defender, frente a los poderes imperiales, ese concepto entrañable y necesario de independencia, que articulada en políticas de ayuda mutua y solidaridad, pueda hacer invulnerable nuestras soberanías.