Tribus de crianza: un espacio de madres e hijos

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Si maternar es difícil, hacerlo sola lo es aún más. Un grupo de mujeres que estén pasando por lo mismo puede resultar un buen antídoto contra el natural desconcierto del puerperio. 

Hubo un tiempo lejano en el que ciertas culturas aseguraban que para criar a un niño se necesitaba de una tribu entera. Entonces, ya desde el parto, las mujeres rodeaban en círculo a la nueva madre como una forma de protegerla de ese estado de fragilidad tan singular que se desencadena desde el minuto cero del puerperio. Porque para criar con amor hace falta volverse un poco vulnerable, y para poder ser vulnerable hace falta un sostén. Ese sostén era la tribu. Por eso esas madres nunca estaban solas.

Pero sin tener que hurgar en el fondo de la historia, lo cierto es que un par de generaciones atrás también se tendía a criar en grupo. Tal vez porque las familias extendidas eran más grandes y vivían más cerca, o porque los padres y madres trabajaban menos horas, o porque el barrio solía ser un lugar de pertenencia que bastante entendía de acompañamiento y contención.

Ahora todo cambió. Trabajamos demasiadas horas y raramente nos vinculamos con nuestros vecinos en una ciudad que extendió su “mancha urbana” aumentando también las distancias entre las familias y los amigos. La tecnología nos acerca, pero con eso no siempre alcanza. Mucho menos para una primeriza que pasa sus días junto a un bebé que todavía no habla, pero lo necesita todo. Entre la soledad y las inquietudes aparece un deseo gigante de hablar, de desahogarse, de compartir vivencias y de resolver dudas, y qué mejor para eso que un grupo de pares: solo mamás con sus bebés. Que vivan relativamente cerca, que estén pasando por lo mismo y que sean capaces de recrear, como les salga y con lo que puedan, lo que alguna vez supo ser la tribu. Porque las sociedades cambian, pero ciertas necesidades persisten. Y es ahí donde las prácticas sociales pueden reinventarse en un camino diferente, tal vez como prueba de que seguimos siendo seres sociales y de que al fin y al cabo no todo está perdido.

¿Qué es hoy la tribu de crianza? Madres conectadas con otras madres en grupos que pueden autogestarse o funcionar de una forma más estructurada bajo la coordinación de una psicóloga, o doula, o puericultora. “Muchas mujeres piensan que después de parir la vida va a ser igual, pero con un chico. Que casi nada va a cambiar, salvo que ahora van a tener que cambiar pañales. Y la realidad es que cambia todo, porque cambia una”, explica Florencia La Rosa, quien es doula, astróloga y autora del libro Primerizas: el lado B de la maternidad. Hoy coordina una tribu que se junta una vez por mes durante dos horas y media que, según afirma, “pasan volando”. “En el grupo hay muchas voces. Está la mamá más jugada, la que tiene más miedo, la que no puede más. Y en esas voces estamos todas nosotras. Por eso cada una puede ver en la otra un reflejo y descubrir cuestiones que tal vez ni siquiera se había atrevido a pensar. Hay algo en lo grupal que siempre suma, porque nos convierte en capaces de escuchar y respetar a la que parió de otra manera, amamantó de otra manera o educa distinto. Se trata de conocer lo que le pasa al otro para empatizar y para aprender”, enfatiza. 

Después de tener a su hija, Luciana Ré quedó en contacto con las compañeras de su curso de preparto, con quienes compartía una cadena de mails que pronto pasó al Whatsapp. “Una de las chicas propuso un día ´¿Y si nos encontramos todas con los pibes?’. Éramos como 20, y para entonces ellos tenían alrededor de tres meses. Terminamos yendo a un bar de Palermo donde los mozos no entendían nada: tetas por todos lados, bebés que lloraban y nosotras que no podíamos parar de hablar con la que teníamos al lado. Porque si hay algo que te sucede después de ser madre es que necesitás hablar. Hablar de lo que te está pasando y a tus amigas tal vez no les interesa, porque ya lo vivieron o porque todavía están muy lejos de todo eso y es un bodrio”, comenta. Y agrega: “Tanto mi propia familia como mi familia política viven en otras ciudades, y la verdad que me sentía bastante sola. Ese grupo se transformó en un lugar de referencia fundamental, que más de una vez me salvó de salir corriendo a una guardia. Hasta mi marido cada tanto me preguntaba: ‘¿qué te dicen las chicas de tal cosa?’. La maternidad así es mucho más llevadera, incluso más interesante. A veces el grupo te ayuda a anticipar algo y otras te abre la cabeza a una opción diferente, pero en todos los casos se trata de algo solidario”. 

También Carolina Chande quedó en contacto vía Whatsapp con las mujeres con las que compartió el curso de preparto. “Cuando estábamos embarazadas –recuerda- éramos todas omnipotentes con nuestras panzotas y nuestras vidas laborales. Íbamos al curso con maridos, madres y suegras, lo cierto que entre nosotras no nos dábamos demasiada bola. Pero el postparto nos empezó a igualar en esa situación de estar mal dormidas, abrumadas por las hormonas, doloridas físicamente y en medio de ese cuadro de ‘bebé en teta, celular en mano’. Así fue como ese grupo en el que tenía compañeras 24x7 comenzó a ser un espacio de desahogo, de identificación, de aliento. El único lugar donde nadie te iba a juzgar por estar hipersensible o sintiéndote incomprendida por tu pareja o por el mundo entero. Porque ni médico, ni parientes, ni pareja pueden cumplir ese rol del grupo de crianza. De hecho creo que nuestros maridos están agradecidos de que hubiéramos podido tener esos muchos pares de orejas dispuestos a cualquier hora, de esas mujeres que nos ayudaron a dimensionar nuestros propios problemas, algo que en realidad es característico de cualquier trabajo en grupo”.

La lactancia, el sueño, la pareja, la propia madre y las opiniones de los demás son, según La Rosa, los temas que más seguido despuntan en los encuentros que coordina. “El puerperio es un tiempo oscuro –sostiene-. Después de dar a luz viene un momento de mucho desconcierto en el que te fundís con el bebé, perdés tu identidad y empezás a cambiar. No es para estar pum para arriba, pero sí una gran oportunidad para revisar cuestiones y transformarlas, una circunstancia intensa y de profunda conexión con las emociones y con el mundo interno”. De acuerdo a la experta, “es en ese sentido que el encuentro con otros puede resultar positivo para encontrarnos con esa realidad que jamás nos hubiésemos imaginado: la realidad de nuestra realidad”. 

 

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