Bicentenario de la Declaración de la Independencia

Actualidad

Dos siglos de logros y algunas deudas impagas

El Congreso de Tucumán que hace doscientos años declaró la Independencia “de las Provincias Unidas en Sud América” dio uno de los primeros pasos hacia la libertad y la autodeterminación. Después vinieron marchas y contramarchas, avances y retrocesos, una marca registrada del país que entonces aún no era la Argentina y que por momentos parece conservar la frustración de una obra siempre en construcción.

Alberto Lettieri —doctor en Historia, docente titular de la UBA e investigador del Conicet— explica a Revista Cabal que “en 1816 el concepto de independencia era fragmentario y fundamentalmente político. Para el segmento de la elite comercial de Buenos Aires liderado por el protounitarismo, se trataba, ante todo, de una independencia política respecto de España. Para el protofederalismo, en cambio, de una independencia política a secas, y para los antiguos territorios virreinales, también de una independencia política de Buenos Aires y, en muchos casos, sobre todo en las provincias del NOA, las aristocracias mantenían expectativas de restauración de la hegemonía española”.
Para Alejandro Grimson —antropólogo, docente en la Universidad de San Martín, de la que fue decano en su Instituto de Altos Estudios Sociales, autor de Mitomanías argentinas—, “la independencia de 1816 no debe menospreciarse. Fue un logro importante que en gran medida se perdió por las guerras civiles. Fue la asunción de los destinos del país por gente nacida en estas tierras. Todos los aciertos y errores posteriores fueron argentinos. Sí, continuaron siempre las presiones. Pero siempre hubo tensiones argentinas donde esas presiones se jugaron y se resolvieron. Hoy, pienso que el concepto cambió: necesitamos autonomía”.

Como señala Marcela Ternavasio —doctora en Historia por la UBA, docente de la Unversidad Nacional de Rosario— en uno de los cinco ensayos que integran el flamante Crear la Independencia. Historia de un problema argentino (Editorial Capital Intelectual), aquella Declaración “como todo texto icónico se impone por lo que dice, por sus palabras, por la ruptura que establece con el pasado y por las promesas que ilumina para el futuro”. Pero también por sus enigmas, que “no derivan tanto de lo que el documento dice, sino de lo que calla”. Y grafica la idea con una carta de José de San Martín dirigida al diputado por Mendoza Tomás Godoy Cruz, en la que valora el texto aunque expresa que “solo hubiera deseado que al mismo tiempo hubiera hecho una pequeña exposición de los justos motivos que tenemos los americanos para tal proceder”. En el prólogo de la obra, Gabriel Entin —doctor en Historia y magíster en Estudios Políticos por la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de París e investigador del Conicet— describe el momento de la Independencia como “un laboratorio sobre los orígenes de la Argentina”, cuyo principal documento “desafía el ingenio: más que certezas, plantea enigmas y dilemas. ¿Quién se independizó? ¿Cuál es la relación con la revolución? ¿Por qué se declaró la Independencia?”.

¿Se tenía conciencia en su época de los alcances de esa Declaración? ¿O se la veía como un escalón hacia la verdadera independencia, incluida la económica? Para Lettieri, “el concepto de independencia económica no aparecerá hasta mediados del siglo XIX. Hasta entonces, nociones tales como independencia o soberanía solo tenían una matriz política. De todos modos, la proclama de Tucumán hace alusión a lo que por entonces se denominaba ‘gobierno de lo propio’, pero no definía una forma de gobierno, lo que dejaba pendiente según se resolviera el equilibrio de poder interno, la lucha armada y la redefinición del mapa político europeo. La dinámica política de los territorios coloniales, o en vías de descolonización, es siempre muy sensible a lo que suceda en su antiguo eje político”.

Los progresos y derrumbes institucionales, políticos, económicos y sociales de estos dos siglos de nación independiente conforman un inventario diverso, que puede funcionar como obstáculo para el análisis sobre logros obtenidos y deudas impagas. Aunque, como señala Grimson, “los argentinos creen que ellos han tenido la historia más trágica del planeta, pero eso es solo un narcisismo ignorante. La Argentina es un país con graves problemas y grandes logros. Entre sus deudas las principales es no definir un perfil productivo, no lograr una inclusión social de toda la población, no aceptar su compleja diversidad cultural, no consolidar una vida democrática transparente”.

Desde su rol de historiador, Lettieri opina que “el logro principal fue, sin dudas, la consagración de una voluntad de establecer un Estado independiente, ya anticipada por la Asamblea del Año XIII y el Congreso de Arroyo de la China, en 1815. Sus debilidades provienen, ante todo, de la debilidad de la situación económica legada por la etapa colonial, la fragmentación del mercado interno, el retroceso económico que significó la guerra continuada, y la conciencia —a veces exacerbada— de la elite comercial porteña, de que solo habría futuro a condición de celebrar un pacto neocolonial con Gran Bretaña. Esto lo concretará Rivadavia en 1824, con la suscripción del empréstito Baring Brothers, y la firma del Pacto de Amistad a principios de 1825, en el que Gran Bretaña reconoce la independencia política del Río de la Plata luego de haber acordado la dependencia económica. Por más que Rosas, y un siglo después el peronismo, trataron de deshacer esta vinculación colonial, no solo comercial sino también —y fundamentalmente— cultural, la generación de una nueva matriz democrática, pluralista y soberana en todos sus niveles constituye aún una asignatura pendiente”.

A diferencia de lo que sucede hoy, cuando los factores de dependencia suelen ser algo más sutiles y menos sangrientos que hace dos siglos —con lamentables, frecuentes y trágicas excepciones—, había en aquellos años, al menos en apariencia, un “opresor identificable”. ¿Hacía esto más sencillo el concepto de independencia y más clara la lucha para conseguirla? Lettieri dice que no: “En absoluto, ya que ese ‘opresor’ podía ser para algunos España, pero para otros lo eran las pretensiones porteñas. No olvidemos que, para las provincias del NOA Argentino, el cambio de eje comercial que se confirma con la creación del Virreinato del Río de la Plata, y luego el cierre del comercio con los antiguos circuitos con Chile y el Alto Perú generaron una situación de ruina económica”.
Ya independientes hace rato, hay sin embargo asignaturas pendientes. ¿Cuál es la mayor dependencia de la época? ¿Nos podemos asumir como independientes? ¿O en todo caso, por globalizados, somos interdependientes, o dependientes de poderes no institucionalizados? Dice Grimson: “Somos independientes. Si mañana elegimos un gobierno que decida encerrarnos económicamente o regalar todo el patrimonio nacional, ambas cosas son factibles. Hasta somos independientes para ceder soberanía. Claro que hablamos de procesos de interdependencia, pero siempre teniendo en cuenta desigualdades de poder entre los participantes”.

“En las condiciones de las sociedades contemporáneas —concluye Lettieri—, es razonable aspirar a contar con Estados, gobiernos atentos a las expectativas y reclamos populares y una indispensable dosis de consumo de contenidos culturales compartidos a escala universal, que permitan la coexistencia en el marco de la multiculturalidad. Creo que, por el contrario, el Estado se encuentra excesivamente permeado por intereses corporativos que benefician a grupos fragmentarios (lo que Guillermo O’Donnell denominó como ‘poliarquía’: se llega con los votos de las mayorías, pero se gobierna a partir de las presiones de las corporaciones), la presencia de los intereses financieros extra o transnacionales han colonizado las instituciones económicas, y hay en marcha un proceso de aculturación muy agresivo, que se evidencia, por ejemplo, en la privatización de las celebraciones patrióticas o en la voluntad de excluir a las mayorías populares del espacio público”.