Crítica de cine: Hay que sacar al perro



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Hay que sacar a pasear al perro. Autor: Tomislav Zajec. Traductora: Nikolina Zidek. Director: Matías Sendón. Colaboración artística: Lisandro Rodríguez. Intérpretes: Mariano Zayavedra, Vanesa Montes y Horacio Banega. Elefante Club de Teatro. Jueves 21 horas. Duración: 70 minutos.

En los últimos años, el teatro croata ha alcanzado un nivel muy apreciable, lanzando a la notoriedad internacional a más de un buen dramaturgo, entre los cuales uno de los más destacados es Ivor Martinic, autor de Mi hijo solo camina más lento. Otro de ellos es también Tomislav Zajec, como lo prueba Hay que sacar a pasear al perro y que según las referencias que se ofrecen en el programa de mano de la sala donde se representa la obra, es un creador graduado en Dramaturgia en la Academia de Arte Dramático de Zagreb en 2002. Y que ha escrito, entre otros textos, John Smith, Princesa de Gales, Asesinos, Salvados y Lo que falta.

     Hay que sacar a pasear al perro es una pieza que, desde su propio título, parecería querer  ya plantear como una distancia irónica y poco involucrada emocionalmente con los hechos que se van a contar. Esa sensación se refuerza de inmediato con el recurso de utilizar a uno de los personajes (la mujer) para hacer un relato de la historia que se pretende narrar como si estuviera fuera de ella. O, como si estuviera dentro, pero desde una cierta lejanía. El segundo personaje es un hombre, que es el que se encuentra con la mujer, a la que ha estado buscando, para ver cómo está y hacerle un pedido. Ella ha sido pareja de él hasta hace poco, pero fue abandonada abruptamente, sin aviso. El tercer personaje es un profesor y traductor, que es el padre del hombre, que se está preparando para recibir un homenaje a su trayectoria. Es un académico viejo, algo sordo y más preocupado por sus asuntos que por los de los otros.

     Combinando el relato al público con el diálogo entre los personajes, instrumento que él autor utiliza también con mucha más frecuencia, se va tejiendo la historia de vida y sentimental de estos tres seres bastante desolados y totalmente escépticos de poder alcanzar la felicidad. El padre vivió enamorado durante años de una rusa que lo dejó sin poder nunca decidirse a separarse de su esposa, el hijo repite el ciclo de su padre, pero abandona a su mujer y confiesa más tarde que nunca la quiso, ella se ha desorientado con el abandono de hogar que él hace y luego hace una relación con un hombre casado. La encrucijada en que ingresarán comienza a develarse cuando el hombre le confiesa a la mujer que quiere que se quede con su perro, porque alguien tiene que seguir paseándolo y él no podrá ser. Hay un secreto de gravedad que no se anuncia de inmediato, pero se adivina, solo que está envuelto en un pedido (“quedarse con el perro”) que le resta toda solemnidad a lo que se está  escondiendo. Es como si se fuera a anunciar un hecho trágico, pero por una vía que no es la del llanto, sino la de la resignación que provoca la conciencia de saber que toda cólera es inútil y debe ser ahogada.

        Los tres personajes permiten un muy buen trabajo de composición por parte de los actores. Los más ricos y variados son los del padre y la mujer, porque pasan por distintos registros, que le permiten ir desde la distancia (o cierta extravagancia en el caso del padre) al contacto con lo emocional. El registro del hombre es más uniforme, no ensaya muchos matices en su coloratura, como si el director hubiera querido que fuera allí, en ese personaje,  donde cierta impronta estilística del autor y cierto pesimismo filosófico que tiñe a casi toda la obra, tuviera encarnación más directa. Es como un hombre, en apariencia, sin contradicciones en su esfuerzo de esconder sus sentimientos. La escena en la que el padre lo abraza, tal vez por primera vez en la vida, es una demostración de eso. Como si hubiera una decisión estética destinada a mostrar hasta qué punto el borramiento de lo emotivo puede llegar a dañar el espíritu de una persona.

      Ese desempeño de los actores expone, por cierto, un cuidadoso trabajo del director, Matías Sendón que ha empezado con esta experiencia a transitar un nuevo rol, sin dejar de lado el diseño de iluminación y escenografía en los que tiene una prestigiosa trayectoria y mucho reconocimiento. En este caso particular, el uso de las posibilidades lumínicas que da el espacio es utilizado con virtuosismo.

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