Crítica de cine: Sangre de mi sangre



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Sangre de mi sangre. (Sangue del mio sangue, Italia 2015). Guion y dirección: Marco Bellochio. Fotografía: Daniela Cipri. Música: Carlo Crivelli. Intérpretes: Roberto Herlitzka, Pier Giorgio Bellochio, Alba Rohnwacher, Filippo Timi, Toni Bertorelli, Ivan Franek. Duración: 107 minutos.

   Uno de los realizadores cinematográficos más interesantes que Italia ha cobijado en el último medio siglo, como lo demuestra su larga y pródiga trayectoria desde su primer película, I pugni in tasca, estrenada en 1965, Marco Bellochio sigue a sus 78 años sorprendiendo a sus adictos y a los amantes del buen cine con excelentes trabajos que, por lo común y como en otras entregas suyas, siguen siendo refractarios a la rutina y el convencionalismo. Sangre de mi sangre es una prueba irrefutable de ello. Artista de ideas radicales –se define a sí mismo como anarquista y enemigo de todo poder institucionalizado-, su oposición a los dogmas religiosos y represivos que ponen un dique a los deseos de plenitud y felicidad de los seres humanos es un tema recurrente en sus largometrajes, que de todas maneras han acudido siempre a una gran variedad de temas.

      Lejos de las recetas del cine más de moda, Bellochio opera aquí con la misma libertad que ha utilizado para sus anteriores largometrajes. Esta narración está dividida en dos historias y un epílogo, que, con plena deliberación según nuestra opinión, dejan intersticios y pasajes secretos por donde la fantasía del espectador puede establecer ligaduras, aunque el director haya dicho que el hecho de que los episodios transcurran en un mismo lugar y los personajes se llamen en algunos casos igual no implica que haya entre ellos necesarias correspondencias. Pero difícilmente ningún espectador se prive de hacer estas asociaciones, sobre todo teniendo en cuenta que Bellochio maneja yuxtaposiciones y situaciones en espejo que estimulan el impulso de buscar semejanzas.

      La primera historia transcurre en un convento medieval del siglo XVll y describe el calvario de una monja que es sometida a toda clase de pruebas y torturas para que confiese su pacto con el diablo. Un sacerdote, que se enamoró de ella, se ha suicidado y quieren culparla a ella de esa decisión para evitar que el cuerpo del religioso sea enterrado fuera de tierra santa, precisamente por haberse quitado la vida. El que más empuja esta operación es un conde, hermano mellizo del suicida y casi idéntico a él, con la excusa de que eso dejará tranquila a su madre, con seguridad una de las aportantes de la institución. La monja, de nombre Benedetta, resiste con una fuerza realmente sobrenatural todos los martirios y entretanto ha hechizado con su belleza también al mellizo, dejando abierta la puerta a la suposición de que pudo haber existido un conocimiento previo entre ellos o algo parecido. Este personaje femenino, según el autor, fue imaginado a partir del caso de Virginia María de Leyva, monja de Monza que inspiró a Alessandro Manzoni a escribir Los novios, una de las novelas más importantes de la historia de la literatura italiana.

     La segunda historia expone una situación más contemporánea. En el mismo convento, que ahora parecer ser una antigua prisión y que habita un extraño conde con hábitos de vampiro, aunque ya no use sus dientes, porque ni siquiera los tiene, para extraer la sangre de sus víctimas. Alguien llega al lugar, en apariencia para comprar a nombre de un inversor ruso ese lugar que el Estado ya no puede sostener. El conde, dueño de una extendida red de influencia sobre los negocios de ese pueblo algo grotesco y desquiciado, se opondrá a que se haga la venta, pero una energía superior a él amenaza su reino, que en definitiva es la del poder del dinero con que vampiriza y parasita a los habitantes de ese lugar. Esta idea amenazante toma forma en el epílogo cuando llega al convento un monseñor a presenciar la agonía de una pupila encerrada bajo castigo hace mucho.  Al derrumbarse la celda sin luz donde se la ha enclaustrado de por vida y en castigo aparece desnuda y hermosa, incólume al tiempo, Benedetta. Monseñor cae muerto -¿es acaso la reencarnación de aquel soldado que la condenó y luego tomó los hábitos, como dijo que deseaba hacer?- y al costado de una escalera también ha expirado el antiguo conde-vampiro, émulo desvaído y ridiculizado del temible Drácula. A través de esta escena, Bellochio construye una clara y bella metáfora de la fuerza transformadora de la mujer, como símbolo del amor y el deseo, en la sociedad moderna. La mujer ha sido un factor clave en las narraciones de este director, como lo prueban films del estilo de El diablo en el cuerpo, La nodriza, Buongiorno notte, Bella adormentata. Acá esa reivindicación toma el contorno de una bella y desmesurada fábula con la que el público puede juguetear aunque sepa que, como en los cuentos de hadas, se está acudiendo a hechos fantásticos para hablarnos de otros asuntos del presente.

     El convento que sirve de espacio de desarrollo a la trama es una vieja prisión abandonada de Santa Chiara, ubicada en Bobbio, el pueblo de la región de la Emilia-Romaña donde el director pasó su infancia y su adolescencia. Y que él descubrió durante un paseo. El paisaje de esa geografía deslumbrante le ha servido como escenografía al autor para dar rienda libre a su imaginación, que nunca es poca. Junto con técnicos que lo acompañan hace tiempo y actores de mucha capacidad expresiva, entre los cuales figuran parientes directos del director, la película seduce por su historia y por la recreación extraordinaria de época. Sangre de mi sangre –el mismo título hace homenaje de algún modo a sus ancestros de ciudad natal- es su película número 23. El opus 24, Fai beli sogni, fue presentada en Cannes el mayo pasado y esperemos que pronto también esté por estas latitudes.
 

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