Crítica de cine: El precio de un hombre



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El precio de un hombre.  (La loi du marché, en el original. Francia, 2015). Dirección: Stéphane Brizé. Guion: S. Brizé y Oliver Gorce. Fotografía: Eric Dumont. Intérpretes: Vincent Lindon, Karine de Mirbeck, Matthieu Schalier. Duración: 93 minutos.

El desempleo es un mal que corroe cada vez más a Europa y el mundo. La persona adulta que pierde su trabajo difícilmente pueda lograr otro, salvo en condiciones de indignidad que asombran. Millones de jóvenes acceden a la edad laboral sin tener idea de lo que significa trabajar y en general suelen ocupar el espacio etario que sufre del mayor porcentaje de desocupación. Siendo la falta de trabajo un problema tan importante para la vida, es llamativo observar como distintas organizaciones, entre otras, algunas con tradición de izquierda como el Partido Socialista Obrero Español –lo testimonia una reciente entrevista a la presidenta de esa entidad, Micaela Navarro-, no lo menciona ya entre sus reivindicaciones. Habla de mejora de salarios, derechos civiles y otras demandas, pero elude nombrar al desempleo, que es uno de los flagelos más profundos de España y que, obviamente, tanto el PSOE como el Partido Popular de Rajoy llevaron a niveles fatídicos. Como si bastara con sobrevivir solo de los subsidios –que son nada más que una parte del ex salario y se recortan con regularidad, además de tener fecha de vencimiento- para satisfacer el pasaje de un ser humano por el mundo. Es un problema realmente terrible. Y por eso, la filmografía europea, y sobre todo la francesa, cada tanto aborda el tema con mucha seriedad y rigor, subrayando la existencia de este problema que conmueve e inquieta la existencia de millones de personas. Que lo digan sino los argentinos que lo sufrieron en carne propia hace más de una década y en estos días sienten escozor por los despidos que amenazan con llevar al país otra vez a una situación de un pasado que parecía superada.

     El precio de un hombre, que traducida literalmente de su título original seria La ley del mercado, refleja este asunto tan vital de la contemporaneidad. Hasta hace pocas semanas estaba todavía en cartelera una película de los hermanos Dardenne (Jean-Pierre y Luc), Dos días y una noche, con la notable Marion Cotillard, que mostraba una problemática similar, pero en este caso protagonizada por una joven que corría el riesgo de perder su trabajo y buscaba desesperadamente la solidaridad de sus compañeros para impedirlo. En este caso, en El precio de un hombre, el que se queda sin su empleo es un trabajador manual, Thierry Thaugordeau, un sujeto maduro y casado, que mantiene su familia integrada por su mujer y un hijo discapacitado. La película se inicia ya con un diálogo formidable que Thierry mantiene con un funcionario en la oficina de empleo y en el que le reprocha el haberle hecho hacer un curso de capacitación totalmente inútil y a sabiendas de que la decisión de echarlo ya estaba tomada. Lo que sigue es la búsqueda por parte de Thierry de una nueva ocupación y la obtención de ella en un supermercado, que lo toma para desempeñar un rol no calificado: como miembro del personal de vigilancia. Y allí comienza, en rigor, el fragmento más intenso de la película que, teniendo como telón de fondo la dura realidad de la desocupación, expone y desarrolla las verdaderas causas que se esconden detrás de ese y otros fenómenos del mundo moderno: la ferocidad de un sistema que no tiene compasión por los seres humanos, que los usa como mercancía para llenar sus bolsillos de ganancias y cuando ya no le sirven los descarta.

      Thierry observa en su nuevo empleo toda clase de tropelías contra sus propios compañeros de tareas. En verdad, una y otra vez ellos son interrogados y duramente acusados de haber cometido pequeñas transgresiones con la finalidad de echarlos. De algún modo, eso demuestra cómo detrás de estos despidos está la necesidad de las grandes empresas de provocar cesantías regulares como una forma de mantener la inestabilidad del empleo y por ese camino lograr bajos  salarios, inseguridad emocional y un clima de vigilancia y represión donde prima la sospecha permanente de unos contra otros. Ante esa situación, Thierry siente que, poco a poco, lo va invadiendo una enorme sensación de asco y termina abandonando su labor sin avisar a nadie. Con mucho acierto, el presidente del Festival de Cannes, Thierry Frémeaux definió a El precio de un hombre como una película sobre la dignidad. Un tema ético de primer orden de la sociedad contemporánea, a pesar de que no suele ser debatido con frecuencia. ¿Hasta qué punto un hombre puede soportar la humillación propia y la de sus semejantes por el solo hecho de mantener un trabajo? ¿Es posible hacer la vista gorda ante la injusticia o la arbitrariedad cuando no nos toca directamente a nosotros? ¿Se puede vivir con ciertos principios en la sociedad de estos días o es necesario adaptar a cada rato las convicciones con tal de sobrevivir, siguiendo un poco la humorada de Groucho Marx de que si los principios que se sustentan no gustan al poderoso pueden ser cambiados por otros de signo contrario? Hay allí un núcleo de reflexión poderoso que nos plantea la película sobre el hoy y sobre el que difícilmente, quien todavía no haya perdido del todo la sensibilidad por sus semejantes, deje de meditar al ver este film.

      En un estilo realista y seco, sin maniqueísmos ni ornamentaciones innecesarias, con secuencias de tres o cinco minutos que se cortan abruptamente y dan lugar a saltos temporales (elipsis), y el uso de planos y contraplanos y diálogos que van a lo esencial -todo puesto al servicio de mantener la atención permanente del espectador-, Stéphane Brizé logra un testimonio humano de genuina sinceridad y una pintura contundente de lo que es la vida en una sociedad en la que los poderosos solo piensan en ganar y ganar cada vez más y hacen de eso una carrera desenfrenada hacia el abismo, hacia la degradación creciente del medio social. El precio de un hombre recibió el premio en Cannes a la mejor actuación, que le tocó Vincent Lindon, un intérprete muy del agrado del director, que ya contó con su concurso en otras dos películas vistas aquí (Mademoiselle Chambon y Algunas horas de primavera). Lindon es tal vez uno de los actores más indicados para hacer este papel, que compone con total convicción. El intérprete confesó en una entrevista que es un papel con el que se identifica en la propia vida. “Admiro muchísimo a la gente que se conduce dignamente y es combativa, sobre todo si no tienen los recursos y toman el riesgo de suicidarse socialmente para salvar su ética. Son personas con mucho coraje. Si la gente que nos gobierna se condujera como Thierry, el mundo sería formidable”, dijo en uno de esos reportajes.
 

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