Crítica de teatro: La crueldad de los animales



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La crueldad de los animales. De Juan Ignacio Fernández. Dirección: Guillermo Cacace. Música original: Patricia Casares. Escenografía e iluminación: Alberto Albelda. Vestuario: Magda Banach. Elenco: Ivan Moschner, Ana María Castel, Gaby Ferrero, Sebastian Villacorta y otros. Teatro Cervantes.

Luego de una exitosa gira por el interior del país, esta obra que fue premiada en el concurso Teatro Cervantes-Argentores del año pasado, hizo su temporada prevista en la sala Luisa Vehil del conocido edificio de la calle Libertad y Córdoba. Se trata de un texto de un joven autor, cuya peripecia transcurre a orillas del Paraná y desarrolla una pintura de tres generaciones diferentes y enfrentadas por conflictos familiares y políticos. El drama que se parece bastante al país que lo cobija en la etapa que sirve de contexto de época a la historia: la del menemismo.
    El conflicto se produce en el patio de una casa de familia donde el dueño y su socio político, el intendente, tratan de convencer a un vecino que abandone –previa indemnización y ubicación de esa persona y su familia en otro lugar- una vivienda ubicada sobre una barranca que da al río y que no quiere dejar. Si el hombre no se va, a ambos hombres se les arruina un negocio inmobiliario millonario que ya está en marcha. El vecino se resiste y los hombres se desesperan. A la vez, la madre de la dueña de casa, que ve con buenos ojos el propósito del vecino de quedarse y lo considera legítimo, entra en colisión con su yerno. Y todo se oscurece más. A lo cual se le agrega un problema paralelo que enfrentan a los dos hijos del intendente (una muchacha y un joven) y el hijo menor del dueño de casa, que fuera del domicilio terminan matando a una perra preñada. En todos esos choques que se registran entre los propios jóvenes, en el de ellos con los adultos y en el de los adultos con otros, se permite entrever la trama turbia y convulsa de un país donde las generaciones están separadas y no se entienden –o más bien se someten-. Y donde las reglas morales han cedido a las conveniencias. La puesta de Guillermo Cacace, uno de los mejores directores de la actualidad, es creativa, pero en su afán de evitar las literalidades demasiado explícitas que surgen de las indicaciones del texto o de expurgarlo de cierto realismo excesivo, lo  recarga con un relato paralelo que vuelve demasiado densa la narración escénica. El trabajo de algunos actores, en especial los más veteranos (Gaby Ferrero, Ana María Castel, Iván Moschner), es excelente.

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