Crítica de teatro: Tiempo de partir



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Tiempo de partir. Autor: Luis Agustoni. Escenografía y vestuario: Nadia Casaux. Iluminación. Ramiro Galmes. Sonido: Lucas González. Dirección: Santiago Bauzá. Elenco: Luis Agustoni, Any Messore, Esteban Astorga, Ivana Cur y Segundo Pinto. Teatro del Ojo. Viernes a las 21 horas.

Esta obra del actor, director y autor Luis Agustoni refleja de manera casi testimonial los últimos día de la vida del poeta y escritor argentino Leopoldo Lugones, quien como se recordará se suicidó en un recreo del Tigre en 1938 y aquí aparece bajo el púdico nombre de Luciano Serantes. Toda la propuesta de reconstruir los hechos históricos vinculados a Lugones –el famoso autor de la expresión “la hora de la espada”, que abrió paso al golpe militar que inauguró la “década infame”- no pueden ser más que bienvenidos, en tanto reproducen un período de triste memoria para el país que sería indispensable no olvidar. La tarea de volcar esto en una ficción es ya más delicada. No hay duda que en la vida real de ese escritor, en sus enfrentamientos con su hijo (famoso torturador de aquel período), en su pasión amorosa llena de culpa por una joven alumna y en las sombras de un posible remordimiento por haber sido gestor intelectual de esa criatura funesta que fue la dictadura de Uruburu, hay material de sobra y muy seductor para llevarlo a una obra.

    Y Agustoni encaró ese desafío. Creemos que, en algunos momentos, cediendo a la tentación de la retórica (o el propósito de dejar bien en claro lo que quiere decir) apela a herramientas de construcción teatrales poco sutiles. Y es este elemento, de a ratos altamente discursivo, el que atenta contra una composición más sugestiva en la composición de algunos personajes, sobre todo el de Lugones y su hijo (Luciano y Lucio Serantes), que parecen elaborados como vehículos de expresión de ciertas ideas antes que como seres de carne y hueso. De ahí, que la interpretación de Luis Agustoni tenga tramos de mucho aplomo –sobre todo aquellos en los que el intelectual filosofa- y otros francamente opacos en lo emocional, que son aquellos donde debería aparecer su perfil más atormentado. Otro tanto ocurre con el hijo, cuya perfidia e hijoputez –de la que nadie debe dudar- es tan extrema que por instantes suena maníquea. Mejor están en la actuación las dos mujeres, aunque es verdad que en papeles menos comprometidos. De la escenografía se puede decir que es funcional a las intenciones de la dirección, pero sin ningún rasgo demasiado destacable.

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