Ginóbili: el mago que superó a “Mandrake"

Deportes

El basquetbolista es sinónimo de grandeza para el pueblo argentino. Su labor deportiva y estilo de vida le permiten ser un referente de época que en los últimos diez años ha acaparado todas las miradas del básquet en nuestro país. Hoy a punto de cumplir 35 años y jugar su tercer juego olímpico es difícil aventurar cuál puede ser el punto culmine de una carrera extraordinaria.

Un oro y bronce olímpico consecutivos, tres anillos de la NBA, un campeonato de Europa y un subcampeonato del mundo es, seguramente, mucho más de lo que cualquier niño puede llegar a proyectar en los tempranos años de la infancia. Mientras jugaba un veintiuno o una vela en cualquier llave de Bahía Blanca, su ciudad natal, hace casi  tres décadas, el sueño de algunos “locos” se materializaba en 1985 con el nombre de Liga Nacional.  Aunque por aquellos años, todavía,  ser jugador de básquet no era un plan a futuro de esos que los padres suelen acompañar. Desde muy pequeño Emanuel David Ginóbili  convivió con el consejo de su mamá Raquel para que “no arruine su vida” y estudie Ciencias Económicas, pero su destino parecía predestinado muchos años antes de su nacimiento.


La seguidilla de campeonatos Provinciales y Nacionales que el Básquet de Bahía Blanca logró desde mediados de la década del 60`, tal vez, encontró uno de sus momentos más memorables el 1º de Julio de 1971. Aquella noche el equipo de la ciudad comandado por el extraordinario Alberto Pedro “Mandrake” Cabrera venció a Yugoslavia, la selección campeona mundial vigente. Desde entonces el mote de capital del básquet se mimetizó con el nombre de la perla del sur de la provincia de Buenos Aires y, el nombre de Cabrera se convirtió en un “mito” que parecía imposible de superar.

 

El 28 de julio de 1977, unos días después que se cumplió el sexto aniversario de aquella victoria rutilante, nació Manu. Tercer hijo varón de Jorge (“Yuyo”) y Raquel. El relato familiar sostiene que a los dos años incentivado por un amigo de sus padres, el reconocido entrenador Oscar “huevo” Sánchez, ya picaba la pelota con ambas manos y las sillas de la cocina fueron –sin saberlo- sus primeros driblings imaginarios. Sin lugar a dudas el primer gran espejo en su vida deportiva fue su papá. Amante del básquet de toda la vida, Jorge repartía las horas del día entre su trabajo de distribuidor de cigarrillos y la pasión por el club de sus amores: Bahiense del Norte. Allí sus hermanos Leandro -7 años mayor- y Sebastián -5 años mayor-, quienes fueron sus primeros ídolos, ya jugaban en las categorías de minibasquet. Un sábado por la tarde, terminada una serie de partidos de visitante en el club Pacífico de Bahía Blanca, cuando Manu tenía tres años, Jorge cargó a los chicos -propios y ajenos- del  barrio en una camioneta y se olvidó al pequeño en la cancha. “Era extraño que se hayan olvidado de mí pero sabía que vendrían a buscarme en cualquier momento” recuerda el astro. Posiblemente aquella marca, que puede dejar una secuela en cualquier niño, no haya significado nada para él porque cualquier cancha de básquet era, es y será su hábitat natural. Mamá Raquel, ama de casa, poco podía hacer con la pasión de sus cuatro hombres. El lema era andar bien en el colegio y jugar en el club. “Nunca me dejó tener un aro porque decía que le iba a romper las plantas” comenta la estrella de San Antonio Spurs cada vez que recuerda aquellos años maravillosos. “Además vivíamos a una cuadra del club y en Bahía es más común una cancha de Básquet que un potrero de fútbol”.


La responsabilidad y competitividad fueron dos cualidades que lo marcaron desde sus primeros años de vida. “Buscaba los boletines de Leandro cuando iba al mismo grado que él y comparaba las notas” según recordó su papá en un reciente homenaje en televisión. Manu se reconoce como amante de todas las novedades tecnológicas que salen a la venta en Estados Unidos y, en este camino, la anécdota de cómo consiguió su primer computadora es un claro ejemplo de su sentido de la prolijidad en la administración, la misma que lo ha acompañado toda su vida. “De chico iba al club y me pagaban cinco pesos por hacer planillas y fui juntando sin tocar un mango hasta que un día llegué a la Commodore 64”.
Por aquellos días sus hermanos habían crecido y superaban la media normal para sus edades pero  él no podía, como se dice comúnmente, pegar el estirón. Esto se iba convirtiendo en una especie de obsesión semanal  que dejó sus huellas en los muebles de la cocina de sus padres. “Lo que mis viejos no sabían es que me medía en casa y al rato me iba a lo de la abuela y hacía lo mismo. Pero no había caso” recuerda con gracia el consagrado escolta de un metro noventa y ocho de estatura.


A la espera que su físico acompañe su sueño de ser un basquetbolista profesional -quizás en la época que luego de un entrenamiento encestó 50 tiros libres consecutivos bajo la rigurosa mirada de sus compañeros- el camino de casa al colegio y viceversa era una ruta repetida de doble pasos y brazos extendidos. Las chapitas con los números de las direcciones de las casas del barrio representaban mucho más que los tres metros y cinco centímetros de un aro profesional. Hasta los 15 años, Manu, se recuerda como uno de los más bajos del equipo pero en dos años llegó el ansiado estirón y creció 24 centímetros. El paso al metro noventa y cuatro fue tan abrupto que hasta su propio padre llegó a desconocerlo una tarde que llegó sobre la hora a un partido. “Veo una volcada impresionante al finalizar la entrada en calor y pregunté: ¿Quién es este?  Todos se me rieron, yo no entendía por qué. Es tu hijo me dijo un amigo”. Aquel acontecimiento fue vital para Manu, que aunque parezca un chiste de mal gusto, hacía menos de un año atrás había sufrido el duro golpe de quedarse afuera del representativo de su ciudad.


El décimo aniversario de La Liga Nacional lo recogió como el novato del año. Con 17 años Emanuel  salta al profesionalismo convocado por Oscar Sánchez a Andino de La Rioja. El mismo personaje que primero le enseño a picar la pelota y le ponía unos anteojos especiales para naturalizar la acción sin que pudiera verla cuando era un niñito le daba su primer gran oportunidad. El viaje Bahía Blanca- La Rioja  junto a sus padres en el Fiat Regata azul de la familia, fue una puja constante con su mamá quien lo incitaba a volverse a casa cada 10 minutos pero su tozudez por triunfar no iba a dar el brazo a torcer. Desde el comienzo de su carrera comenzó a hacer oro todo lo que tocaba. La primera bola que tuvo en sus manos aportó tres puntos ante Peñarol de Mar del Plata y poco a poco el flaquito de 73 kilos y 1,94 metros dejó de ser una revelación para convertirse en un proyecto renovador para el básquet argentino.  La temporada siguiente fue la única que jugó en su ciudad para Estudiantes. En aquel 96/97 fue nombrado el jugador más valioso en el juego de las promesas de la Liga y recibió el premio al mayor progreso en la LNB. Inmediatamente su talento natural y condiciones de guerrero y ganador nato, sumado a “un biotipo atípico para la etnia blanca” –según su primer entrenador-, adelantaron su partida al Básquet europeo.

 

En 1997 se instaló al sur de la península itálica donde jugó en el Reggio Calabria y su nombre empezó a resonar fuertemente en los Estados Unidos.
En 1999 fue elegido en el draft de la NBA por los San Antonio Spurs, alcanzando una de las metas que más ansió desde niño. Esa misma temporada decidió quedarse en Italia y se sumó al Kinder Bologna. “Llegué a Bologna sin haber ganado nada hasta entonces” recuerda Ginóbili, y ahí fue cuando los títulos no se hicieron esperar.  Manu ganó dos Copas Italia (01 y 02`siendo el MVP de la segunda), una Liga Italiana (01`también siendo el MVP) y una Euroliga (01`donde fue el MVP de las finales).
Su llegada a la NBA se concretó en 2002. El 29 de Octubre con la camiseta número 20 hizo su bautismo de fuego, nada más y nada menos, ante el campeón vigente: Los Angeles Lakers. En aquella noche soñada, más de una vez en su habitación donde supo tener posters de Michael Jordan, debió marcar a Kobe Bryant. El heredero natural del ex 23 de los Chicago Bull´s. La planilla del bahiense data de 7 puntos (3 de 9 tiros de campo, incluido un triple de cuatro intentos), dos rebotes, tres asistencias, cuatro robos de balón, una tapa, una pérdida y tres faltas personales. La temporada lo puso en el Olimpo del básquet mundial cuando se consagró campeón de la liga más poderosa del mundo tras vencer New Jersey Nets. Como combo en las temporadas 2005 y 2007 los Spurs repitieron la hazaña con un Manu mucho mas consolidado.

 

Los casi quince años de idilio con la celeste y blanca merecen un párrafo aparte. Debutó en 1998 para el Campeonato Mundial de Grecia. Pero el mundial de Indianápolis en 2002 lo catapultó al grupo de los ídolos. Ginobili fue la figura de un equipo renovador que hizo historia tras ser la primera selección FIBA en vencer al “Dream Team” (equipo de los sueños), luego de un invicto de 58 partidos que habían comenzado en Barcelona 1992. Un esguince de tobillo en la semifinal, ante la Alemania de Nowitzky, lo dejó sin la chance de jugar activamente el partido decisivo –solo participó escasos minutos por debajo de sus posibilidades-. Aun hoy prevalece el sabor amargo y la pregunta de cómo hubiera sido la final ante Serbia con Manu al cien por ciento. Lo cierto es que los europeos vencieron por la mínima en un final con polémica.


Si bien parecía que el gran sueño dorado se esfumaba entre las manos luego de la frustración mundialista, solo hubo que esperar dos años hasta la cita olímpica de Atenas para que Ginobili y la generación dorada escribieran, la página más gloriosa –a criterio personal- de un equipo argentino. Le aportó casi 20 puntos de promedio a un equipo brillante que se quedó con la medalla de oro en un torneo donde se ratificó todo lo logrado dos años antes en Indianápolis. Primero se tomó revancha de Serbia en un match inaugural infartante donde el bahiense lo revirtió en la última milésima, luego ratificaron el triunfo ante Estados Unidos y como broche de dorado derrotaron a Italia para consumar el mayor logro colectivo de un equipo argentino. La medalla de bronce en los Juegos de Beijing 2008 y el cuarto lugar en el Mundial de España 2006 son algunos pergaminos más, que este equipo que lo tiene como abanderado, supo cosechar.

Los Juegos de Londres serán, posiblemente la última página, de este fenómeno de “Alas blancas” con la selección. Y nadie mejor que él, quien “soñó desde pibe los logros de hoy”, para digitar con el trazo de su pluma izquierda como será el último renglón de la historia. Lo que queda claro, que pase lo que pase, su legado es cosa de “mandrake”.

El héroe de una generación

Para aquellos que crecimos viendo el mundo de la NBA como un universo imposible de alcanzar podemos decir que el “mito” Ginóbili convirtió está utopía en una realidad inesperada. El deporte, una vez más, volvió a constituirse en un espacio de coincidencia para la historia de nuestro país y la figura de Emanuel Ginóbili logró que las noticias de básquet despierten el interés del pueblo argentino sobrepasando el universo deportivo. Por ello cabe la pregunta, hoy con su carrera aún vigente, cual es la dimensión que ocupa su figura en la historia del deporte argentino. El periodista especializado de Canal 7, Daniel Jacubovich cree que la consolidación para el mejor basquetbolista argentino de la historia se dio de afuera hacia adentro y, que recién con la llegada a la NBA Ginobili obtuvo el reconocimiento en nuestro país. “Su capacidad y seriedad para afrontar la competencia, sin relativizar sus valores técnicos, que los tiene innatos de por sí, son todo lo que connota Emanuel. Creo que todo eso hace que por momentos que parezca indestructible”. Y esto lo convierte en el abanderado de una generación histórica. Por su parte el periodista Gabriel Rosenbaun, quien cubre los compromisos de la Selección básquet para el Diario La Voz del interior de Córdoba, cuenta que ha podido comprobar  “una fascinación por “Manu” que no observó en otro deportista argentino por fuera del fútbol” y coloca al bahiense “entre los más grandes del deporte argentino, junto con Maradona, Fangio y Vilas, entre una lista selecta”.

Mientras que para el sociólogo y especialista en la materia, Emilio Gutiérrez, el escolta “Ocupará, sin duda, un sitial de honor en el Olimpo del deporte argentino y dejará su marca por mucho tiempo”. Pero cabe plantearnos que para ser héroe irrefutable de una generación con los méritos deportivos a veces no alcanza. Y ahí es donde emerge el hombre sobre el deportista y aparecen esas acciones que lo proyectan como indestructible. “Manu es nuestra nave insignia, nuestro arquetipo, lo que quisiéramos ser como deportistas. No solo es un grande cuando juega, cuida mucho su imagen, sabe que hay miles de personas mirando hasta el último de sus gestos” argumenta Gutiérrez para referirse a lo que genera este icono. Por su parte Jacubovich observa “su gran fortaleza mental para superar la adversidad” como una marca indeleble en Ginobili que lo diferencia del resto. Rosenbaun, por su parte, relata una actividad que no hace más que corroborar esta tendencia: “En 2005, luego de ser campeón de la NBA, llegó a la Argentina con su entrenador de San Antonio Spurs, Gregg Popovich, y varias figuras de la Liga, para un campus denominado Básquet Sin Fronteras. Entre las actividades, visitaron una escuela muy pobre en Bajo Flores. El “profe” de educación física de ese colegio, “Chango” Alonso, había sido quien, por sus insistentes cartas a la NBA, logró esa visita estelar. El “profe” era un personaje encantador. Cuando conoció la historia, y terminada la parte oficial del acto, Ginóbili se sacó sus zapatillas y se las regaló al “Chango”. Él se fue caminando en medias y Alonso se quedó con un trofeo inolvidable”.

 

La carrera de Emanuel Ginóbili es una de las mas prolíferas del deporte argentino. El se ganó todo lo que logró -claro está que nadie le regaló nada- pero creo que a estos palmares podemos adicionarle que es la resultante de un sueño colectivo. Porque como argumenta el Sociólogo Emilio Gutiérrez “Emanuel es claramente producto de la LNB y para que esto pudiera darse, confluyeron innumerables variables, siendo la más significativa -a su entender- la calidad de los entrenadores de base que (Manu) y los muchachos tuvieron desde pequeños”. Por ello este héroe colectivo será, por siempre, para Gabriel Rosenbaun “el referente máximo de un equipo argentino que, lejos del biotipo del jugador ideal de básquetbol, logró dos proezas imperecederas: derrotar por primera vez al hasta entonces invencible Dream Team y, sobre todo, conseguir la medalla de oro en Atenas 2004”. Y como si esto fuera poco “su legado indica que no sólo se preocupó por su crecimiento individual, sino por el desarrollo colectivo. Al mismo tiempo que fue Jugador Más Valioso o pieza indispensable en la Selección Argentina, en Europa o en la NBA, sus equipos fueron campeones o lucharon por el título”.

                                                                                                 Jordán Gallicchio