Día de la Diversidad

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El presidente de Cabal, Rubén Vázquez analiza qué ha significado históricamente el 12 de Octubre, hoy Día del Respeto a la Diversidad Cultural.

     Desde hace cuatro años, y por decreto presidencial, la Argentina celebra el 12 de Octubre, fecha en que el navegante genovés Cristóbal Colón descubrió América en 1492, como el Día del Respeto a la Diversidad Cultural, denominación concebida en reemplazo de la antigua mención de esa jornada como el Día de la Raza. El cambio de nombre, que otros países de la región han adoptado también pero bajo  designaciones distintas, es un acto de justicia y de reparación simbólica en la memoria de lo que aquel hecho histórico significó como comienzo de una larga cadena de penurias para las poblaciones originarias del continente. Y también de revalorización de lo que ese suceso originó, junto a otros de ese período, como factor de reconfiguración en el orden de una economía mundial que pugnaba por salir de la Edad Media. Por eso, se ha señalado a esa fecha, celebrada hace algunos días, como una oportunidad especial para reflexionar sobre los verdaderos alcances y contenidos de ese acontecimiento. Y es bueno que lo sea.

     La llegada de las carabelas de Colón a estas tierras fue el punto de partida de una vasta operación de exterminio por parte de España de sus poblaciones originarias y de apropiación y saqueo de sus riquezas, empezando por las que se obtuvieron en los ricos yacimientos de oro y plata. Ese proceso, acompañado por la conquista de las Indias Orientales y la conversión del continente africano en un feroz cazadero de esclavos negros, a cargo de las potencias coloniales de esa época, provoca las primeras señales de lo que se iría conformando como un nuevo sistema de producción internacional: el capitalismo, cuya etapa de acumulación originaria se da a través de algunos de estos hechos concomitantes.

     Han pasado más de 500 años desde aquel entonces y el planeta ha modificado de una manera radical su fisonomía y sus costumbres. Si un habitante del siglo XV tuviera la posibilidad de atravesar el tiempo y visitar estos días, se asombraría de los cambios que se han producido en la sociedades de esta Tierra, de cómo ha mutado el mapamundi desde entonces y qué transformaciones han sufrido los hábitos culturales, sociales y de otra naturaleza en los diversos países, algunos totalmente nuevos. Ese habitante quedaría perplejo sin duda ante la asombrosa revolución científica y tecnológica que ha modificado la existencia del mundo, comprobaría que los hombres de hoy se comunican con una instantaneidad y fluidez que no era ni soñada en su época, que disponen de artefactos o productos que les solucionan con facilidad increíble problemas que en el pasado eran imposibles de resolver o que cuentan con medicinas que curan enfermedades que antes eran mortales. A ese visitante no le alcanzaría su vida entera para detectar todas las novedades que se han producido a lo largo de los últimos siglos y en especial en las más recientes décadas. No hay duda: De Cristóbal Colón a Bill Gates el planeta ha trastocado muchos de sus rasgos. 

     Sin embargo, ese habitante podría descubrir también que algo no ha cambiado en la tierra: que la injusta y desigual distribución de las riquezas entre los hombres que está en la raíz de aquel sistema y que por esos años se hallaban sus albores, se ha ahondado hasta límites insospechados. Averiguaría que existe otra potencia imperial hegemónica, que ha satelizado en torno a sus intereses a las poderosas metrópolis de otrora, pero que el afán de rapiña, de máxima ganancia que guía su conducta en diversas latitudes de la sociedad humana del presente, sigue intacto en las plutocracias globales que lo representan. Podría comprobar, leyendo una investigación de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) y la Universidad de Utrech de 2014, que la situación en términos de desigualdad es peor hoy que en 1820, la época del zar Nicolás y de la Compañía Británica de las Indias Orientales. En ese año, el país más rico, Gran Bretaña, era cinco veces más rico que una nación promedio pobre. Ahora el más rico es más de 25 veces más rico que el promedio de los pobres.

      Qué duro reparar en que, entre tantos cambios, algunos extraordinariamente buenos para la vida humana, otros rasgos de los sistemas de convivencia en la tierra, lacerados por esas desproporciones brutales e inequitativas, no hayan podido modificarse y sigan idénticos a los del pasado. “De aquellos vientos, estos lodos”, podríamos decir acudiendo a un viejo refrán y nadie tendría nada que objetar. Han pasado más de 500 años y lo que ocurrió no se puede remediar. Nadie puede cambiar los hechos que vivió en su existencia, pero sí puede estudiar la historia, la de todos, para cambiar hacia adelante el destino tanto individual como social del mundo. Eso es lo que ha intentado hacer, y en parte lo ha hecho, Argentina en la última década: decidió dejar atrás un modelo económico y político basado en el neoliberalismo, que es el que más claramente representa ese espíritu de la máxima ganancia al que nos referimos un poco antes, un espíritu de despojo e infelicidad para millones de habitantes en el planeta y que a nosotros los argentinos nos sumió en la trágica experiencia del 2001.

     Faltan muchas asignaturas por cumplir, pero se ha avanzado mucho en el camino que lleva a la construcción de una sociedad más igualitaria y emancipada. Los desafíos son enormes y las asechanzas y presiones muchas. La moderna piratería no necesita apelar a la fuerza –o por lo menos no en todos los casos- para arrancarles la riqueza a las naciones pobres, ahora han encontrado otra fórmula de colonización tan efectiva o más que aquella: endeudan a los países y los mantienen así atados a las cadenas del sometimiento durante años y años. Pero esos piratas sufren en estos días, como nunca antes, el rechazo de la comunidad internacional, como lo probó el respaldo de las Naciones Unidas a la Argentina en el tema de los fondos buitres y el litigio generado por el juez Thomas Griesa. O la crítica formulada contra estos por el mismísimo Fondo Monetario Internacional el lunes 6 de octubre. Lo que sí tienen es, dentro del propio país, algunos voceros o embajadores que, por afinidad ideológica o conveniencia económica, prefieren sumarse blandamente a sus reclamos en una actitud que la Patria algún día seguramente les demandará.

      No tienen razones valederas para oponerse al desarrollo de una política soberana como la actual. Solo los inspira el odio. Pero mientras ellos se oponen a todo, hay otra parte del país que trabaja para que aquella opción igualitaria y emancipadora siga progresando. Esa parte del país apoya las distintas medidas que han sido tomadas en apoyo a esa opción. Entre esas iniciativas están todas las dirigidas a generar recursos en distintos sectores sociales con vistas a aumentar su capacidad de consumo y fortalecer el mercado interno, pieza clave del actual esquema económico. Una de las más importantes de ellas tal vez sea el Programa Ahora 12, de fomento al consumo y a la producción de bienes y servicios. Y al cual pueden incorporarse todas las tarjetas de crédito que, como Cabal, expresen su voluntad de hacerlo.

     Se puede disentir con un gobierno, eso constituye un derecho consagrado por el juego democrático y constitucional. Lo que no se puede hacer es desear el mal de la propia comunidad social en la que vivimos y en la que se desarrollará el futuro de nuestros hijos. Eso no tiene nada que ver con la democracia ni la convivencia.