El concepto de soberanía

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Cuarenta y ocho horas antes de celebrarse, este 2 de abril, un nuevo aniversario del Día del Veterano y los Caídos en la Guerra de las Malvinas, algunos diarios publicaron una reveladora carta de un descendiente de Anthony Cary, quinto vizconde de Falkland y personaje cuyo nombre los ingleses utilizaron para designar en el siglo XVII a las islas. Se trata de una comunicación escrita hace un tiempo por lord Lucius Falkland –así se llama el pariente del mencionado Cary- y dirigida a la embajadora de nuestro país en Gran Bretaña, Alicia Castro, quien la hizo pública en estos días. En esas líneas, reproducidas facsimilarmente en la prensa gráfica, el remitente de la misiva califica de acto de piratería la ocupación de Malvinas y se pronuncia a favor de una salida negociada al conflicto.

     El hecho tiene su miga por involucrar a un nombre emblemático para los ingleses en este tema y por decir lo que dice. Y por difundirse en la proximidad de aquel aniversario al que aludíamos y en medio de una escalada belicista del Reino Unido en el Atlántico Sur. Como se recordará, hace pocos días el gobierno británico decidió invertir 180 millones de libras esterlinas en la defensa de esas islas ante una supuesta amenaza de la Argentina. Como lo han interpretado varios analistas de la política internacional, la embestida de Gran Bretaña tiene como trasfondo las elecciones que tendrán lugar en ese país el 7 de mayo próximo, frente a las cuales los conservadores apuestan a crear un clima de chauvinismo similar al que creó Margaret Thatcher en 1982 para lograr su fortalecimiento en el poder. Suponen que esta operación le traerá idénticos réditos.

     El gobierno argentino respondió que presentaría una denuncia ante el Comité de Colonización de las Naciones Unidas para seguir demostrando que América Latina y el Caribe han decidido ser una zona de paz, posición que, como es obvio, irrita a los grandes mercaderes en la venta de armas para la guerra y sus socios del gran capital financiero especulativo internacional, que ven de esa manera que se les achica un mercado potencialmente muy rico para sus negocios y estimulan toda clase de provocaciones. Este asunto de Las Malvinas tiene gran parecido al episodio protagonizado hace algunas semanas por Estados Unidos con Venezuela, calificada de amenaza peligrosa para la nación del norte, en una decisión que mereció el repudio de la UNSUR, la CELAC, el ALBA y el Grupo 77+ China, entre otros. Gran Bretaña está en franca violación del derecho internacional como lo patentiza que ha hecho oídos sordos a 40 resoluciones de las Naciones Unidas desde 1965. No tiene otro camino, si no apela a la irracionalidad, que sentarse a la mesa de diálogo.

     Pero es verdad que la soberanía de cada país y la necesidad de no vulnerarla no es un asunto que esté en la agenda de prioridades de las potencias que hoy encabezan distintas guerras de agresión en el mundo para defender sus intereses económicos y geopolíticos. Son los propios pueblos los encargados de hacerla respetar. Durante las últimas décadas, los ilusionistas de un neoliberalismo, que soñó que venía a quedarse para siempre, intentaron hacer creer a quienes quisieran escucharlos que en el mundo global la soberanía no tenía razón de ser. En rigor, lo que querían decir, aunque sin reconocerlo en forma explícita, es que lo que no tenía razón de ser era resistir las nuevas normas de despojo, explotación y hambre que el capitalismo salvaje quería imponer. Pero, bastó que hace quince años comenzara en distintos países de América Latina un proceso de dignificación de sus pueblos para que el concepto volviera a adquirir un vigor inusitado. 

     Y, en el corazón mismo de ese proceso, el concepto se enriqueció. Y empezó a desbordar la concepción de un nacionalismo estrecho para convertirse en expresión de una voz en la que la ineludible defensa de los límites territoriales, tópico clásico de la soberanía,  estuviera vinculada necesariamente a una visión política y filosófica en la que el protagonismo, la participación cada vez mayor de los pueblos en los hechos y las decisiones de la sociedad fuera esencial. A través de ese pasaje, la soberanía nacional (que es la que representa el Estado como entidad jurídica) se transforma en la soberanía popular, o sea la que tiene en el conjunto de los habitantes de un país –debidamente representados y actuando por medio de los mecanismos de control democrático- su fuente de significación última.  La movilización del pueblo como sostén fundamental de esa soberanía es lo que realmente asegura que cualquier proceso de cambios se profundice y fortalezca. Y eso es lo que se expande en América Latina.

    El multitudinario despliegue de personas volcadas a la calle el 24 de marzo pasado, para recordar el trigésimo noveno aniversario del último golpe de Estado, demostró que la conciencia sobre la relevancia de la presencia y participación popular en los problemas que le atañen ha crecido de manera pujante en la Argentina, pero que tendrá que seguir creciendo. No es un camino terminado. La defensa de los derechos humanos, entendidos no solo como protección jurídica de las personas ante el despotismo represivo o el terrorismo de Estado, sino como la extensión de los derechos a todos los espacios de la existencia social y de una vida plena es hoy una convicción que se ha consolidado entre los pueblos de América Latina de un modo que evoca pocos precedentes en el pasado inmediato. Pero requiere nuevos horizontes.

   Algunos de estas ideas y otras fueron debatidas en el Teatro Cervantes por prestigiosas personalidades políticas y sociales internacionales invitadas al país para intervenir en lo que se denominó Foro por la Emancipación e Igualdad. Y, entre las muchas y ricas exposiciones oídas, algunas remarcaron, precisamente, que hoy el concepto de soberanía nacional y popular tiene, cada vez más, que amplificarse y robustecerse en la idea de una integración latinoamericana que, preservando las necesarias diferencias y rasgos de cada país, defienda a la región como un todo. Las alarmas prendidas por lo ocurrido con Venezuela y Las Malvinas en las recientes semanas lo prueba de forma palmaria.