Entre límites y acuerdos, desafíos de los papás de hoy

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Cómo fijar límites sin recurrir a las sanciones excesivas, que terminan siendo contraproducentes. El desafío de preservar la autoridad paterna sin restringir el diálogo y la importancia de acompañar a los hijos sin violencia y con reglas claras: el equilibrio que buscan y redefinen los padres modernos.

  La etimología de la palabra “padre”, que proviene del latín (pater, patris), remite al sentido de la protección: significa “protector, patrono, defensor”. La figura paterna funciona, sobre todo en la infancia, como una instancia de seguridad y protección ante el mundo exterior; y la psicología y el psicoanálisis han dejado claro que la función paterna se relaciona con el orden, la ley, la justicia y los límites. Aunque, culturalmente, este rol ha sufrido cambios en las últimas décadas: las sanciones y castigos antaño tan instaurados, se flexibilizaron a través del tiempo, y actualmente los padres modernos se debaten muchas veces entre la permisividad y la excesiva represión, sin tener en claro cuál es el balance exacto para dar contención a sus hijos.

Los especialistas, entre tanto, advierten que la disciplina es necesaria pero no debe estar basada en el fomento del temor: la buena educación debe favorecer la reflexión sobre los motivos y consecuencias de las posibles faltas del  hijo, y orientarlo en función de lo que se considera correcto. Ese es uno de los mayores desafíos a los que se enfrentan los padres modernos: encontrar alternativas educativas eficaces e ingeniosas, por fuera de los métodos violentos o autoritarios, que en muchos casos caracterizaron en el pasado al rol paterno.

Cambio de época
“Lo que recibimos de nuestros padres, y que ellos a su vez recibieron de los suyos, no nos sirve para nada. Ahora tenemos que preparar a los chicos para una vida que no conocemos”, planteó recientemente Catherine Dolto,  hija de la prestigiosa psicoanalista francesa Françoise Dolto. “Antes estaba instalada una educación dirigista, que trataba a los chicos como si fueran pequeños primates. Y de allí se pasó a una especie de abandono del niño, porque no decir que no es una especie de abandono por parte de los adultos. Eso produjo una catástrofe de gran perversión y ahora se quiere volver al rigor. Pero el ser humano es un mamífero muy particular, de modo que no tiene que educarse como un animal ni abandonado a sí mismo”
Todo chico intentará transgredir las prohibiciones que le imponen, el desafío de los padres contemporáneos puede definirse en parte por su nueva función: seguir orientando y poniendo límites a los hijos, sin caer en formas autoritarias que han probado no ser efectivas.

Ambos extremos pueden ser contraproducentes: si el padre es excesivamente laxo en el acompañamiento o inseguro en la marcación de las normas (porque responde a una personalidad inmadura y quiere ser “el amigo de los hijos”, como suele decirse), probablemente no será capaz de fijar límite alguno, pero si es excesivamente represivo probablemente tampoco tendrá éxito en su función orientadora, ya que se corre el riesgo de potenciar la resistencia de los chicos, sobre todo en la pubertad y la adolescencia.
  El “éxito” del acompañamiento y la educación que un padre provee a un hijo dependerá en gran medida de que encuentre un equilibrio saludable entre la autoridad y la capacidad de diálogo y entendimiento, para asignarle al chico autonomía y responsabilidad ante sus actos.  La explicación coherente, en este marco, es una herramienta imprescindible.
La ley, las prohibiciones y las normas deberán ir acompañadas de explicaciones adecuadas para cada edad; esa es la manera que el chico se sienta contenido, informado  y confiado, para responder a lo que se le ha impuesto. “Educar a un niño es eso: informarlo por adelantado de lo que su experiencia le probará. De esta manera, sabe que no debe hacer tal cosa no porque se lo hayan prohibido, sino porque sería una imprudencia, por la naturaleza de las cosas, por las leyes universales, y también por su falta de experiencia y de ejercicio previo en presencia del adulto-guía”, escribió Dolto.

Por su parte, la psicóloga María Luisa Ferrerós, autora de ¡Castigados! ¿Es necesario?, advierte en su libro que el exceso de autoritarismo es tan malo como el exceso de permisividad: “Una cosa es la no violencia y otra que el chico crea que puede hacer cualquier cosa. La clave está en que los padres logren ser firmes sin enojarse, y que los chicos entiendan que todo lo que hacen tiene consecuencias”. La propuesta es educar sin castigar; y la tolerancia es clave y necesaria, para poder fijar los límites y hacerlos cumplir de manera sostenida y efectiva, por fuera del rigor excesivo.

Para qué sirven los límites
Las normas y pautas disciplinarias son una de las instancias fundamentales del crecimiento y el desarrollo afectivo, y psicológico: todo ser humano en formación precisa aprender a manejarse en función de lo que está o no permitido –o es o no riesgoso- en los diferentes contextos. La interiorización de los límites será un factor clave del crecimiento, en un marco previsible y saludable. Quienes sepan cómo manejarse de manera adecuada se conducirán de manera cuidadosa y respetuosa: la carencia de límites impide la autorregulación de las conductas y acciones. Las pautas de comportamiento –lo que está permitido y lo que no- son esenciales y formativos, ya que enseñan al chico cuestiones relativas a la ética (lo que está bien y lo que está mal) y a su seguridad (lo que es peligroso para su integridad y lo que no). Sin embargo, la crueldad y la tiranía no son el camino.
En la temprana infancia, los límites ayudan a la socialización del chico y a su integración en sociedad, al permitirle interiorizar las pautas que rigen la interacción social (entre las normas se incluyen las relativas al respeto por la integridad del otro, la no agresión física o verbal, las medidas básicas de seguridad, etc.). La función del padre, en esta etapa, es acompañar al hijo a descubrir y respetar los límites que rigen su sociedad: la socialización primaria se completa cuando se interiorizan las normas que rigen para todos los demás.
La adolescencia, entretanto, traerá aparejados nuevos desafíos, ya que los cambios físicos y emocionales que afectan a los jóvenes  con frecuencia los llevan a modificar su forma de actuar, de pensar y sentir, y a cuestionar su relación con la autoridad y los mayores.

Los límites en la adolescencia
La adolescencia supone la aparición de un egocentrismo marcado y puede desencadenar reacciones imprevistas, explican los especialistas, además de dejar expuestas fisuras en el vínculo con la figura paterna, que suele encarnar la mayor autoridad. Los adolescentes están dispuestos a cuestionar y enfrentar los mandatos externos en su búsqueda de autonomía, y esto trae aparejas crisis inevitables.

¿Cuál es la función paterna en ese marco? El psicoanálisis ofrece algunas claves: “El adolescente sigue precisando de los límites, y que le recuerden valores y normas, al tiempo que necesita respeto y un acompañamiento amoroso”, explica la especialista en adolescencia Norma G. Kohen.  “Los cambios indican el fin de una etapa y la aparición de emociones turbulentas, intensos sentimientos de tristeza, y la necesidad de rebeldía. La oposición, la discusión o la pelea con el padre le darán la fortaleza necesaria para llegar a la adultez –y esas expresiones convivirán durante un tiempo con otras de ternura y amor que le costará más reconocer-. Lo importante es tener presente que aunque se quiebre la idealización de la infancia, el padre o tutor sigue ocupando un lugar central. El desafío es seguir marcando y sosteniendo los límites en función de valores y normas que  ayuden a los hijos a forjar su independencia y autonomía. Sin violencia para no destruir los vínculos y con predisposición al diálogo y la tolerancia, que también son parte de la autoridad que se ejerce de manera amorosa y responsable.”

La tentación de transgredir y desafiar –características propias de esta etapa- presenta sus riesgos, si los padres no fijan límites claros y a su vez no ofrecen un acompañamiento afectivo. El desafío en esta etapa es limitar y contener, apostando a la comunicación, la transmisión de seguridad, la firmeza sin violencia, humillación ni descalificaciones, que alimentarán la rebeldía. La intimidación, el sometimiento y el miedo deben ser reemplazados por el incentivo de la cooperación y la responsabilidad.

Temas a tener en cuenta, a la hora de fijar límites
•Objetividad: Fijar normas claras y explicitarlas.
•Alternativas: Para evitar resistencias, sobre todo con los adolescentes, se puede fijar un marco posible dentro del cual el chico pueda decidir alternativas.
•Firmeza: Ante cuestiones importantes o riesgosas es fundamental sostener los límites y hacerlos cumplir, con mensajes no agresivos pero firmes.
•Positiva: Es preferible plantear un límite por su “positiva” (“Por favor, hablá más bajo”) que ordenar su negativa (“No grites”).
•Diálogo: es importante explicitar las razones de los límites impuestos (el por qué se debe obedecer una norma, por ejemplo). Una vez que se comunica la razón, es importante que ese límite se cumpla.
•Control emocional. Los abusos y la agresión se relacionan con un desequilibrio emocional que los padres muchas veces no saben manejar, y es clara evidencia de la falta de autoridad. El control emocional es importante para impartir con límites con firmeza pero sin reacciones violentas. El descontrol es evidencia de la falta de poder.