Beata ignoranza

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Beata ignoranza (Italia, 2017). Dirección: Massimiliano Bruno. Guion: Massimiliano Bruno, Gianni Corsi y Herbert Simone Paragnani. Fotografía: Allesandro Pesci. Intérpretes: Marco Giallini, Alessandro Gassman, Valeria Biello, Carolina Crescentini, Teresa Romagnoli. Duración: 102 minutos.

     Beata ignoranza (“Bendita ignorancia”, sería la traducción de esas dos palabras) no oculta en ningún momento lo que es: un producto comercial destinado al gran público, sin pretensiones de abordar con hondura los temas que roza, pero sí bajo un tratamiento entretenido al que no le falta lucidez, simpatía y en muchos pasajes ternura, todos componentes  de las comedias pensadas en una hechura donde el objetivo esencial es que predominen más los destellos de humor que los del dramatismo y donde los diálogos y ritmos a veces se parecen más a los de la televisión que a los del cine. De ahí que, desde un comienzo, los caracteres y las conductas de algunos de sus personajes estén claramente virados hacia la exageración, para explotar luego de esa desmesura los contrastes y efectos que se pueden extraer de ella, a veces con cierta simpleza, otras con mayor acierto.

      Los dos personajes principales de este film del comediante y realizador Massimiliano Bruno, el quinto dentro de su producción, son dos profesores de colegio secundario encarnados por Marco Giallini y Allesandro Gassman, actores a los que ya se los vio juntos en Si Dios quiere, una película de Edoardo  Falcone. Después de muchos años, esos dos hombres, Fillipo y Ernesto se llaman, vuelven a encontrarse en ese ámbito educativo y esa es la oportunidad de que desempolven viejos rencores. En su niñez y juventud fueron amigos, pero los separó el amor de una mujer: Marianne.  Resulta que ella fue novia primero de Ernesto (Gassman), pero luego se casó con Fillipo (Giallini). Éste y Marianne  tuvieron durante su matrimonio a una hija, Nina, que fue criada por su padre sin saber que, en realidad, era descendiente biológica de Ernesto, como consecuencia de haber sido concebida por su madre en ocasión de un desliz con él. Al enterarse, algo después de 15 años, Fillipo se separa de Marianne. Y la hija completa su crecimiento al lado de su madre, porque ni el padre de sangre ni el que figura como el legal se quieren hacer cargo de ella.

      Mientras, estos dos personajes están en el presente enfrascados en sus reyertas, aparece Nina –ya con sus 25 años y sin su madre, quien ha fallecido en un accidente automovilístico- y los enfrenta con distintos reproches, luego de los cuales y, tal vez como una forma de que purguen y reparen su mal comportamiento con ella, les propone hacer un documental que le ha ofrecido hacer “sobre las relaciones humanas en la era de Internet”. Los dos profesores están en cuanto a actitud frente a la tecnología en las antípodas.  Filippo es un profesor culto y austero, amigo de la poesía y frecuentador de los libros de literatura, pero no usa ni celular ni computadora. Y no se relaciona bien con sus alumnos, que se aburren soberanamente cuando les lee fragmentos de obras famosas. Ernesto, en cambio, es un individuo seductor y apasionado de las redes sociales, que está todo el día pendiente de los likes de sus lectores en Facebook y enseña matemáticas a través de una aplicación móvil personalizada que resuelve las ecuaciones de forma automática.  Y, desde luego, tiene a los alumnos en el bolsillo.

       La propuesta de Nina, frente a esas dos posiciones tan extremas y como un desafío para reconciliarse con ella, es que ambos se dejen filmar en actitudes completamente diferentes a las que desarrollan cotidianamente. Fillipo debe ponerse un contacto diario con el mundo on line y aprender lo que no sabe y Ernesto desconectarse de su adicción virtual. El rodaje del documental, que sirve como plataforma para generar situaciones de humor eficaces, y el armado de nuevas subtramas que se agregan al relato central, entre ellas las de un romance de Fillipo con una profesora del colegio a través de una comunicación por mail, van terminando de redondear el cuerpo final del film que, como una leve crítica al exceso de encapsulamiento en el universo informático que impone la época contemporánea y una revalorización de los lazos afectivos, cumple con un propósito aleccionador que no disimula y que, sin ser sutil, es sin embargo cálido y bienvenido. De los dos actores protagónicos el que más se luce es Allesandro Gassman, que es mucho más expresivo que su partener –es difícil que no lo fuera siendo hijo del gran Vittorio- y tiene un papel más servido. Giallini está muy bien, pero a veces parecería que subraya en demasía sus rasgos más duros. Las tres mujeres principales del film (Valeria Biello, Caroline Crescentini y Teresa Romagnoli), además de bonitas, desbordan encanto y verdad en sus papeles. 

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