Crítica de cine: 12 años de esclavitud



Entretenimientos

Doce años de esclavitud. (Twelve years a slave). Estados Unidos/Reino Unidos, 2013. Dirección. Steve Moqueen. Guión: John Ridley. Fotografía: Sean Bobbitt. Montaje: Joe Walker. Música: Hans Zimmer. Elenco: Chiwetel Ejiofor, Michael Fassbender, Lupita Nyong’o, Benedict Cumberbatch, Paul Dano, Paul Giamatti, Sara Paulson, Brad Pitt. Duración: 134 minutos.

Una de las películas favoritas para la próxima entrega de los Oscar, 12 años de esclavitud, es el primer largometraje que hace en los Estados Unidos el director inglés Steve McQueen. Alabada hasta el ditirambo (el periodista Rupert Cornwell, de The Independent de Gran Bretaña la señala como “el mejor filme que se haya hecho alguna vez desde el punto de vista del esclavo”) o desdeñada como discreta aproximación al tema de la esclavitud, es posible que esta historia no se encuentre en ninguno de esos dos polos. Ni en la excelencia superlativa que la ha hecho acreedora a nueve nominaciones de la Academia de Cine de Hollywood ni al desdén de algunos críticos que, tal vez, esperaban de ella una obra maestra que no es.

      El filme está inspirado en la autobiografía de Solomon Northup, un músico negro que vivía libre con su familia en Saratoga Springs, Nueva York, y un día de 1841 fue secuestrado y vendido como esclavo, logrando recuperar su libertad en 1853, doce años después como lo señala el título de la película. Al volver a su antigua condición de ser libre, Northurp se dedicó a la lucha por los derechos civiles y humanos y escribió una biografía, Twelve years a slave, que luego de ser objeto de una película para la TV (La odisea de Solomon Northup) en 1984, pasó ahora a la pantalla grande. La filmación, que cuenta con un guión del consagrado John Ridley, se atiene bastante a los detalles de la autobiografía.

     Muestra como es apresado en el año señalado en Washington D.C., adonde ha sido llevado por dos individuos blancos para hacer música en un circo y ganar más plata, y sus doce años en el estado de Louisiana para trabajar en las plantaciones de algodón. Primero es vendido al propietario rural William Ford, que es un dueño relativamente liberal para esos años. Pero una pelea con un carpintero blanco, John Tibeats, hace que Ford lo venda, para protegerlo, a Edwind Epps, un algodonero cruel y fanatizado por la lectura de la Biblia, que le ayuda a justificar todos sus atropellos. Es allí donde ocurren los episodios más brutales de la película, como, por ejemplo, las violaciones de ese propietario a la esclava Patsey y luego su martirio a latigazos para calmar la ira de su mujer con ella. Allí es donde Northup (al que han cambiado de nombre y llaman Platt, como a un esclavo fugitivo de Georgia), gracias a la ayuda de un trabajador canadiense, Bass, logra enviar una carta y consigue que lo rescaten.

     McQueen filmó antes en el Reino Unidos dos películas. Una es Hunger, que trata de una huelga de hambre de Bobby Sands y otros presos políticos en las cárceles de Irlanda del Norte en 1981, durante el gobierno de Margaret Thatcher, y que llevaron a la muerte de varios de los que concretaban esa forma de protesta. La otra es Shame, que describe el problema de la adicción sexual, un fenómeno típico de esta época donde más del 80 por ciento del tráfico en Internet se relaciona con la pornografía. Con Doce años de esclavitud, intentó también seguir en la línea de denuncia de los flagelos que se han infligido sobre los hombres en cualquier época. McQueen es un director negro con antepasados africanos y ha comentado que, mientras en Europa es sumamente conocido el caso de Ana Frank, casi nadie sabe lo que significó la inmolación de tantos esclavos en Estados Unidos.

     Desde ese punto de vista la historia es aleccionadora y muestra en escenas muy bien filmadas de lo que era la esclavitud y el ambiente en los que tenía lugar, pero la historia queda como un hecho del pasado y no hay hilos que permitan adivinar los componentes más políticos y económicos de aquella terrible institución y asociarlos con algunos del presente, en el que la discriminación se sigue expresando, siempre bajo la presión del poder, en otras formas igualmente humillantes. En ese sentido, tiene como algo de película políticamente correcta, si bien no le pueden negar valores. Pero afirmar que es la historia más valiente que se ha escrito sobre la esclavitud parecería excesivo. Sin ir más lejos, el filme de Quentin Tarantino, Django sin cadenas, aún siendo una suerte de western, cala más hondo en las raíces de la esclavitud.

     En relación a la actuación, hay algunos trabajos muy buenos, en especial el de Michael Fassbender (Epps), quien ya había trabajado con McQueen en sus dos películas previas, y también los de Chiwetel Ejiofor como Northup, Lupita Nyong’o, una actriz de Kenia, como Patsey, y Brad Pitt en corta pero eficaz aparición como Bass

Notas relacionadas