Crítica de cine: Al fin del mundo



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Al fin del mundo. Argentina 2014. Guión, producción y dirección: Franca González.
Fotografía y cámara: Franca González. Montaje: Miguel Colombo. Música original: Guillermo Pesoa y la participación en vivo de Los Lengueros. Dirección: 80 minutos. Cine Gaumont.

Enclavada en el centro del territorio provincial, Tolhuin es la ciudad más joven y la tercera en importancia de la Isla Grande de Tierra del Fuego. Sobre la ruta nacional 3, se ubica al norte de la ciudad de Río Grande (105 kilómetros) y al sur de Ushuaia (111 kilómetros) y en las orillas del lago Fagnaro, uno de sus grandes atractivos para la pesca de la trucha y otros deportes. En épocas de tiempo benévolo es muy apta y seductora  para diversas actividades, que el turista puede desarrollar en medio de la imponente belleza de sus contrastes naturales, como es, por ejemplo, el encuentro de la meseta fueguina con la montaña andina, siempre cubierta de nieve.

      Fuera de estas maravillas tan deliciosamente turísticas, hay otro aspecto que se conoce menos de Tolhuin: que gran parte del año es duramente castigada por vientos de hasta 120 kilómetros por hora y sus condiciones climáticas son muy adversas y hacen la vida allí difícil. Antes que introducirse en la localidad con una visión de reflejar sus paisajes deslumbrantes, el documental de la pampeana Franca González prefiere armar un trabajo sobre la existencia de varios de los habitantes del lugar, que residen allí sin haber nacido en su suelo pero que han decidido compartir su destino. En una travesía que se cuela por el interior de los hogares de la zona o de los trabajos de varios de los residentes, González dibuja la extraordinaria odisea de esa sobrevivencia en el día a día, de sus duras dificultades, de la lucha contra la nieve y el frío, del alto espíritu de pelea contra la destemplanza de la naturaleza, bella pero sorda y ciega a cualquier debilidad frente a su poder.

      Algunos de esos pobladores de Tolhuin filmados son una señora mayor cuyo marido se suicidó y ella decidió continuar allí sola en la dura lucha de cortar leña, hacer agua calentando el hielo, llevarle flores a la tumba de su ex cónyuge; otra señora que cocina unos fideos sensacionales pero también maneja un camión que transporta leña y la cámara la sorprende cuando el vehículo se le detiene en la nieve y debe llamar a su marido para que la auxilie con un tractor; un hachero que trabaja la madera como nadie y también un personaje que se empecina en hacer un carnaval en invierno porque es la época en que la gente se entristece más. González penetra en los diálogos de esta gente y los capta con naturalidad, con una profunda autenticidad cuando hablan de sus enfermedades, de sus escollos ante las nevadas o los cortes de luz. Es un retrato vívido, de un gran valor.

       Hay que decir que en el mismo día que se estrenó Al fin del mundo, la misma autora dio a conocer otro trabajo en idéntico género, Totem, que trascurre también en tierras heladas. Muy elogiado también por la crítica, el documental fue rodado en Vancouver, en la orilla occidental del más norteño de los países americanos, Canadá. Y refleja la reconstrucción, por parte de un miembro de la tribu Kwakiutl, de un tótem que estuvo cuarenta años cerca de la Plaza Canadá, en pleno Retiro, y que arrumbado en alguna oficina municipal se echó a perder. Ahora el gobierno de la ciudad encomendó la realización de uno nuevo y ese proceso es el que registró González. Una buena oportunidad para ver las dos realizaciones y descubrir, para quien no lo conozca, a un talento que promete mucho más.  
                                                                    

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