Crítica de cine: El patrón, radiografía de un crimen



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El patrón, radiografía de un crimen. (Argentina/Venezuela, 2014). Dirección: Fabián Schindel. Guión: Fabián Schindel, Nicolás Batlle y Javier Olivera, sobre el libro homónimo de Elías Neuman. Intérpretes: Joaquín Furriel, Luis Ziembrowski, Mónica Lairana, Germán de Silva, Andrea Garrote y Guillermo Pfening. Duración: 98 minutos. 

La irrupción en la ficción cinematográfica de un director joven y talentoso es siempre un hecho para festejar. Fabián Schindel no es, precisamente, un director nuevo, porque tiene ya una importante y reconocida labor en el documental. Es autor, entre otros, de varios trabajos dedicados a ese género, que fueron recibidos en distintos años con una aprobación generalizada: Mundo Alas, El rascacielos latino, Rerum Novarum, Que Sea Rock, German y Cuba Plástica. Pero, ya desde los comienzos de su carrera en el documental, Schindel acariciaba el sueño de largarse algún día a la ficción. Y, como dijo en una entrevista, mientras hacía su primera realización en el género documental leyó un libro del famoso criminólogo Elías Neuman, llamado El patrón, radiografía de un crimen, que enseguida lo pensó como posibilidad para hacer, en el futuro, una película. En el estilo de la novela de no ficción, como A sangre fría de Truman Capote, ese abogado, fallecido en 2011, contaba la historia real de un hombre procedente de Santiago del Estero, bautizado en el film como Hermógenes Saldívar, que viene a probar suerte con su mujer en Buenos Aires y cae en las manos inescrupulosas de un dueño de carnicerías que, aprovechando su capacidad de trabajo, lo convierte en un virtual esclavo.

     Desde las primeras imágenes, como ya por otra parte lo adelanta en el título, el director deja en claro que el hecho central del que hablará es el crimen perpetrado a cuchillazos por ese hombre de la provincia santiagueña contra su ex empleador. La película empieza cuando el abogado que le eligen en tribunales toma el caso e inicia las investigaciones para organizar su defensa en un juicio oral. Cuando se produjo el asesinato real, en 1984, no existían los juicios orales, pero el director trasladó los hechos al presente para darle mayor vigor cinematográfico a la narración. Tampoco el nombre de Hermógenes es auténtico y el tiempo que trabajó bajo la tutela de su empleador fueron 17 años y no un año y medio como se relata en el film. Todos esos detalles fueron modificados en función de darle mayor actualidad al tema que, como se sabe, tiene una absoluta vigencia: no solo hay casos de esclavitud laboral en los obreros golondrinas de Brasil, como explicó el director en una entrevista en Página 12, también en un campo del actual presidente de la Sociedad Rural se encontraron hace poco a dos peones viviendo en condiciones virtuales de servidumbre, sin hablar de los muchos casos similares que aporta la trata de mujeres con fines de sometimiento sexual.

      La película es pues un descarnado y duro testimonio de la persistencia en algunos lugares de la Argentina y del mundo de casos de condiciones de trabajo propias de la Edad Media y que, gracias al impulso que le dieron en tiempos de Carlos Menem y Fernando de la Rúa distintos proyectos de ley favorecedores de una mayor precariedad laboral, todavía no han sido hoy extirpados del todo. Es interesante acotar que, Elías Neuman, era un penalista muy prestigioso y caro y que ejerció la defensa del santiagueño inculpado totalmente gratis, ya que éste era un indigente y además con un absoluto desconocimiento de las leyes. Pero el abogado de la película, interpretado por Guillermo Pfening, está descripto social y psicológicamente en forma distinta a Neuman para darle a la historia un sesgo distinto del que tuvo en la vida real.

      A pesar de todos estos factores y de conocerse el final de la película desde el comienzo la narración tiene una verdadera respiración de thriller y sostienen el interés del espectador a lo largo de la narración que va haciendo un vaivén entre el momento en que el juicio se está preparando y las escenas anteriores al crimen. A pesar del fuerte carácter testimonial de este largometraje, el director no apela casi nunca a la idea de introducir mensajes aleccionadores o pedagógicos, sino que deja al público meditar libremente sobre los acontecimientos. Porque es evidente que se está frente a un asesinato, pero en un contexto donde el asesinado es un individuo inhumano y despreciable, uno de esos casos en que alguien toma justifica por mano propia –con toda la ilegalidad que esto supone- pero a la sombra de una sociedad y sobre todod el Estado que la representa, que no es inocente, que de hecho ha desamparado al trabajador y consiente que el explotador haga de él una verdadera bestia de carga. Tema siempre atractivo para pensar, sobre todo porque en la Argentina y en cualquier lugar del mundo estos episodios de producen con cierta frecuencia.

        Además de las claras virtudes narrativas de la obra –en un estilo donde sin duda la formación del director como documentalista se nota-, este primer largo de Schindel tiene varias otras cualidades: una exhaustiva investigación sobre el mundo del comercio de las carnes para consumo de la gente (las trapisondas para mejorar el aspecto y el tiempo de durabilidad de las reses, que es un asunto que se conoce en general pero que aquí se lo detalla con escalofriante precisión) y un nivel actoral de primera línea, en el que sin duda descuella, por el minucioso trabajo de composición de su personaje, la labor de Joaquín Furriel. Hace ya varios años que este joven actor, al que muchos creían solo condenado a los roles de galán, ha optado por aceptar en teatro y cine desafíos cada vez mayores. Y lo ha hecho con solvencia y talento, transformándose en un verdadero ejemplo para las generaciones de su edad. A su lado, Luis Zembrowski como Latuada, el dueño de una red de carnicerías, encarna a un villano con todas las de la ley –aunque no se ajuste mucho a ella en la ficción- y convierte a su actuación en otro de los grandes logros de la película. También cumple su rol con toda idoneidad Guillermo Pfening y Germán Silva, como el hombre que le enseña a Hermógenes el arte de cortar una media res y luego maquillarla, está excelente, un verdadero prototipo del embaucador simpático. Las mujeres, en papeles no tan relevantes, también se lucen, en especial Mónica Lairana como la mujer de Hermógenes.

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