Crítica de cine: Hermanos de sangre



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Hermanos de sangre. Argentina, 2013. Dirección, cámara y edición: Daniel de la Vega. Guión: Nicanor Loreti, Martín Blousson y Germán Val. Intérpretes: Alejandro Parrilla, Sergio Boris, Juan Palomino, Carlos Perciavale, Gimena Anganuzzi, Natalia D’Alena, Luis Arosky, Lorena Vega y otros.

Un poco a mitad del río entre el cine gore o de terror y la filmografía fantástica, Hermanos de sangre es una formidable historia de humor negro, en el que se prueban todos los recursos de la actuación, desde el naturalismo y la farsa hasta el grotesco. No por nada la historia, y sin perder ni un ápice de su calidad y rigor cinematográficos, se enriquece por un registro interpretativo que procede de esas vertientes, logrado sobre todo por la participación de una gran cantidad de actores del circuito independiente –quien haya frecuentado este ámbito los recordará- que le dan un nivel muy creativo a los personajes.
La película tiene como eje los avatares vitales de Matías, un joven empleado pasado de kilos, pero excelente persona, que sufre las constantes humillaciones y burlas del medio, desde las que provienen de algunos compañeros de trabajo como ese fotógrafo insoportable que se babosea con la chica que a él le gusta (Eugenia) hasta su jefe o los distintos personajes que se cruzan en su existencia. Uno de ellos es un patovica que no lo deja entrar a un boliche nocturno porque es gordo, tiene anteojos y usa unos zapatos viejos de su papá. Esa misma noche, Matías conoce a un personaje extraño, Nicolás, que dice ser su amigo de la escuela primaria (la prueba de eso es la foto de un coro donde el tal Nicolás se está tapando el rostro). Desde el mismo momento en que Matías conoce al su supuesto ex compañero de primario su vida cambia, porque el recien venido le dice que es un amigo suyo dispuesto a hacer lo que quiera por él para evitarle humillaciones.

Y lo hace, pero a un precio alto que dispara la película hacia su verdadero género, que es el de una serie de crímenes horrendos concretados con distintos personajes que interfieran o molestan con sus vejaciones la vida de Matías, incluida la tía Dora, que le presta el departamento en el que vive, pero lo somete a cambio a distintas imposiciones. Todos estos personajes, la tía y su hijo –un catch sordomudo y perverso-, una joven que trae Nicolás a vivir con Matías y le toma mucho cariño, la novia fuera de quicio y varios otros constituyen una verdadera galería de criaturas siniestras pero a la vez cómicas que, mientras la pantalla se tiñe de rojo por las sucesivas carnicerías, provocan un magnetismo muy grande sobre el público.

Con algo de fábula moral –es muy clara la crítica a la estigmatización del débil de carácter o el ingenuo, una vieja práctica social, y la reivindicación de una suerte de justicia poética final- y abundancia de un humor que de tan truculento produce más gracia que escalofrío, la película transcurre en un tiempo sin baches ni desniveles. Para los amantes de ese género, puede ser expuesta como uno de los mejores productos de los últimos años. Habría que agregar, aunque se anticipó antes, que desde los papeles más pequeños hasta los más protagónicos (Alejandro Parrilla, Sergio Boris, Juan Palomino), el filme es una verdadera maratón de buenas composiciones actorales

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