Crítica de cine: Magia a la luz de la luna



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Magia a la luz de la luna. Magic in the Moonlight, en el original. Estados Unidos, 2014. Dirección y guión: Woody Allen. Fotografía: Darius Khondjl. Intérpretes: Colin Firth, Emma Stone, Simon McBurney, Eileen Atkins, Hamish Linklater, Marcia Gay Harden, Jacky Weaver y otros. Duración: 97 minutos.

 Luego de habernos deslumbrado hace un año con Blue Jasmine, una de sus mejores películas en su larga filmografía, Woody Allen regresa con una comedia romántica donde, respetando las clásicas modalidades del género, aborda una vez más paisajes e ideas que lo han acompañado en su larga trayectoria como cineasta. Magia a la luz de la luna, que transcurre en un idílico paisaje del norte de Francia en los primeros años del siglo pasado, no está a la altura de sus grandes films y difícilmente pueda ubicarse, dentro del catálogo de trabajos del director norteamericano, en un lugar destacado o siquiera entre los largometrajes realmente más rescatables. Decir esto no significa, sin embargo, considerar a esta nueva entrega como un bodrio. Nada de eso. Como todo lo que hace Allen, el film tiene fluidez narrativa, diálogos inteligentes, muy buenas actuaciones y bellísimos paisajes. Para los fans del director eso es más que suficiente para verlo. Y tienen todo el derecho a hacerlo, pero es sin duda un paso atrás en relación a su opus anterior.

     ¿Por qué? Porque a pesar de la inteligencia de los diálogos, de los toques de humor y otras cualidades, el guión es a menudo forzado con recursos muy artificiales y lo que se desarrolla en la trama como una lucha entre los dos personajes centrales: un profesional cuya agudeza racional que conoce todos los trucos de la magia y una supuesta médium urdiendo una estafa (el hombre ha sido convocado a la mansión de una rica viuda para desenmascarar a ésta última mujer, que se supone quiere casarse con el hijo de la dueña de casa y apropiarse de su fortuna), termina con el triunfo del primero, pero cede luego a cierto ilusionismo –concesión evidente a la comedia romántica- cuando se produce el  feliz enamoramiento entre ambos personajes. Prueba clara que Allen no quiso complicaciones y fue director a construir una comedia romántica sin complejidades accesorias, aunque para eso debiera violar algunas verosimilitudes.

   El maestro de magia es Colin Firth, quien compone a un inglés avinagrado y algo caricaturesco en su rigidez, y la supuesta médium Emma Stone, una pelirroja de ojos celestes y actriz con encanto, que desempeña bien a la pícara y habilidosa manipuladora de personas. Se podría decir que, por su experiencia personal, Allen no podría haber apostado a otra carta y que, después de todo, en la vida real a veces esas variantes se dan. Pero el final, suena a película demasiado edulcorada. En el epílogo, y en otra vuelta de tuerca ingeniosa pero algo retorcida, se sabe que, en realidad, la pelirroja se puso de acuerdo con otro mago, amigo del personaje de Firth y algo envidioso de su fama, un tal Howard Burkan (Simon McBurbey) que lo ha traído hasta allí para demostrarle a todos los demás que no es tan bueno como parece y puede ser convencido por la joven.

    Todos estos intérpretes cumplen sus papeles dentro de parámetros coherentes con su calidad actoral. Si algo sabe Allen, además de dirigir bien, es elegir buenos actores. Es muy delicada también la composición de la conocida Eileen Atkins como la tía del maestro del ilusionismo, aunque un poco puesto con forceps por el guión para resolver algunos puntos de la trama. En definitiva: si alguien ama la filmografía de Allen no dejará de pasar un rato agradable viendo la película, porque el director de Manhattan sabe filmar muy bien, pero nadie con un criterio desprendido de esta adhesión absoluta podrá considerarla en el nivel de esas otras producciones de él que supieron además de emocionarnos hacernos reír, sin dejar de reflexionar seriamente sobre lo que nos mostraba.       

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