Crítica de cine: Qué extraño llamarse Federico



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Qué extraño llamarse Federico. (Che strano chiamarsi Federico. Italia, 2013). Dirección: Ettore Scola. Guión: Ettore Scola, Paola Scola y Silvia Scola. Fotografía: Luciano Tovoli. Música: Andrea Guerra. Intérpretes: Tommaso Lazotti, Maurizio De Santis, Giacomo Lazotti, Julio Forges Davanzati, Ernesto D’Angenio y otros. Duración: 90 minutos       

Quien hay disfrutado alguna vez del cine de Federico Fellini (1920-1993), y también de tramos de su vida seguramente recibidos a través de los medios o los libros, accederá con alborozo a ésta película, que es un amoroso homenaje a su extraordinario talento y a la huella que dejó en la cinematografía italiana y universal. El homenaje se lo realiza nada más ni nada menos que otro “monstruo”, Ettore Scola, que a los 82 años, se da el gusto de evocar no solo la trayectoria del creador de La dolce vita, sino de revelar aspectos de una amistad entre ellos que, acaso conocida en Italia, no lo era tanto fuera de ese país. Resulta que Fellini llegó a Roma en 1939, proveniente de Rimini, para presentarse en la mítica revista de humor  Marc’Aurelio, que proveyó a algunos de los más conocidos e inteligentes guionistas del cine popular italiano.

      Allí se desarrolló como caricaturista y autor de chistes e historietas hasta que decidió volcarse de lleno al cine. Ocho años después que él, y sin que Fellini estuviera ya en la redacción, entró a la publicación y con los mismos propósitos que su antecesor Ettore Scola. Y a través de algunos amigos comunes, sobre todo del nexo que procura Ruggero Maccari, guionista de primer nivel que intervino en algunos guiones de Scola como los de Feos, sucios y malos y Un día muy particular, por ejemplo, ambos cineastas se conocen y hacen a la vez muy buenos amigos, además de disfrutadotes impenitentes de las noches romanas. Todas las secuencias relacionadas con este tiempo están filmadas en blanco y negro para lograr una mayor fidelidad a la época, el resto de la película es en color muy resaltado, en armonía con la paleta felliniana.

      Hay rasgos de la personalidad del gran director, como su carácter imaginativo, que son expuestos a través de testimonios de algunos de sus actores preferidos como Alberto Sordi, Marcello Mastroianni o la propia Gulietta Massina, que además de su actriz fue su  esposa. El hilo del relato lo lleva un narrador que, como en los soliloquios del teatro que rompen la cuarta pared para dirigirse al público, va señalando distintas circunstancias de la vida de Fellini y Scola. Gran  parte de las escenas, incluso las de la noche italiana, están recreadas en los estudios de Cineittá, donde Fellini desplegaba toda la desbordante fantasía de sus historias. Hay también, como corresponde a un film italiano de esos autores, abundante humor y una tendencia clara, a pesar de lo sentido del homenaje, a desmitificar ciertas cosas. En una escena Fellini habla con Mastroianni y Scola y, refiriéndose a su tan mentada libertad en la elección de sus historias –que sin duda también la ejercía-, dice: “A veces lo que ocurre es que me dan un adelanto para hacer una película y luego, como no puedo devolver el dinero, no tengo más remedio que hacerla.”

      Son especialmente reveladores, además de deliciosos, tres pasajes donde Alberto Sordi, Ugo Tognazzi y Vittorio Gassman, en apariencia haciendo un casting para el Casanova de Fellini que nunca hicieron (finalmente se seleccionó a Donald Sutherland), expresan opiniones sobre el tema que son un testimonio único. Lo de Gassman, que se confunde o inventa unos datos, es realmente fabuloso. Los últimos minutos del largometraje están dedicados a evocar distintas secuencias de las películas del gran maestro italiano. Es un verdadero festival Fellini y es improbable que, quien haya amado a este genio artístico, no derrame alguna lágrima también en su honor y en agradecimiento por todo lo que nos brindó.

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