Crítica de teatro: Amor cliché



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Amor cliché. Autor y director de escena: Roberto Mauri. Diseño de escenografía y vestuario: Maite Corona. Diseño de luces: Lucía Feijoó. Música original: Juan Lastiri y Juan Martín Yansen. Asistencia de dirección: Pablo Hofman. Elenco: Eduardo Arias, Juan Manuel Artaza y Adela Sánchez. En el Opalo Espacio Teatral, Junin 380. Los jueves a las 21 horas.

Aunque el tema de los secuestros de estrellas no es nuevo en la dramaturgia argentina –Jardín de otoño, de Diana Raznovich, es un clásico digno de recordarse al respecto-, la repetición de una trama no invalida una obra, si el tratamiento justifica, con una visión propia, el giro de la peripecia u otras alternativas que la honren en lo estético. Habrá que decir de entrada, que Amor cliché retoma el asunto pero con personajes cambiados: en vez de ser dos solteronas las que raptan a un galán de televisión, aquí será un joven el que, en complicidad con su madre, secuestra a un cantante popular un poco venido a menos o, al menos, en una faz menguante de su carrera. Y lo secuestra en la propia casa del ídolo. Hay también otras variantes, pero no las adelantaremos porque restarían la cuota de sorpresa que la obra reserva para el espectador.

       No se puede decir de Amor cliché sea una obra importante. En la Argentina se estrenan con frecuencia títulos más elaborados en materia dramática, tanto en su aspecto formal como de contenido. Pero este texto no se plantea objetivos pretenciosos, aspira simplemente a provocar en el espectador una cuota de sano entretenimiento mediante una comedia que, en el contraste entre el deliro absurdo y cierta apelación al costumbrismo, logra pasajes felices y graciosos y otros que no lo son tanto. La puesta es sencilla y encuentra en el pequeño y cálido ambiente de El Ópalo un espacio adecuado para desarrollar la historia cuyo peso principal recae sobre los hombros de los actores, que responden con eficacia, dependiendo, en gran medida, de las posibilidades que en los distintos tramos le ofrece el libro, no siempre igualmente parejos. El papel más intenso lo cumple el joven Juan Manuel Artaza, que en un comienzo presenta un aspecto algo bobalicón que después ensombrece poco a poco hasta mostrar otras aristas menos tranquilizantes. La madre, a cargo de la actriz Adela Sánchez, cumple su cometido con fino sentido de su rol y de los matices cambiantes que le exigen. Por último, el artista famoso raptado, al comienzo muy ofuscado y más tarde conforme por ciertos beneficios que le trae aparejada su nueva situación, tiene en Eduardo Arias a un comediante que defiende bien su presencia en el escenario pero sin darle un atractivo especial.

      La obra cuenta también con una buena iluminación y el aporte de algunas secuencias musicales, originales de Juan Lastiri y Juan Martín Yansen, que le brindan al montaje en general un clima muy a tono con la historia.

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