Crítica de teatro: Bajo un manto de estrellas



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Bajo un manto de estrellas.  De Manuel Puig. Dirección: Manuel Iedvabni. Con Adriana Aizenberg, Pompeyo Audivert, Héctor Bidonde, Paloma Contreras y María José Gabin. Música original y banda de sonido: Sergio Vainikoff. Diseño de luces: Roberto Traferri. Diseño de escenografía y vestuario: Julio Suárez. Teatro de la Comedia. Jueves, viernes y sábado a las 21 horas, domingo a las 20. 

Parece difícil que, de haber sido conocido únicamente por su escritura dramática –y tomamos como expresión de ella los cinco títulos editados en su Teatro Reunido-, Manuel Puig hubiera logrado para la posteridad la repercusión que obtuvo a través de su narrativa. Es una conjetura imposible de verificar, tal como sucedieron las cosas, pero bastante probable si se constriñe esa apreciación a lo que realmente produjo. Se ha dicho en algún lado, un poco a la manera de un reproche, que la crítica en general ha considerado al artista de General Villegas un novelista rutilante y, en el mejor de los casos, un dramaturgo secreto. Consideración que supone, que su obra teatral no ha sido ponderada en toda su real valía. Es posible pensar que sus trabajos teatrales no hayan sido estudiados con la debida profundidad –aunque análisis no han faltado-, pero deducir o sospechar de ahí que la obra teatral de Puig podría tener la estatura de su novelística es, una vez repasada toda su producción, algo aventurado, en todo caso fruto de la necesidad de crear, en el prólogo de alguna edición o una ponencia académica, cierta sensación de injusticia con el maestro que ahora se viene a reparar. Por fortuna, se podría decir, para todos aquellos que, en posesión de ese descubrimiento, son habilitados por el “saber especializado” para lanzarse a leer su obra teatral y encontrar un tesoro similar al de sus grandes narraciones.

Todo lo cual es un mito, porque la obra teatral de Puig es de menor peso que su creación novelística. Afirmación que no intenta, desde luego, desconocer que ese gran escritor que fue Puig realizó interesantes y en algunos casos, logrados experimentos en la escritura dramática, que intentaron romper, como hacen siempre los grandes artistas, con algunas de las convenciones teatrales más ortodoxas del pasado. No se podía esperar otra cosa de un talento como él, de un escritor que nunca se mostró inclinado a aceptar las reglas ya establecidas y probadas en su oficio. El campo teatral, cuando lo abordó, no tenía por qué ser una excepción. De alguna manera eso se nota en Bajo un manto de estrellas, obra escrita en 1981 en el exilio de Brasil, país que compartió con Estados Unidos y México su destierro, iniciado en 1974 en la última de esas naciones, después de haber recibido amenazas de la Triple A en la Argentina.

Esta obra podría definirse como una comedia de enredos, con leve influencia del mundo de cine, que a él siempre lo deslumbraba. Como se sabe, Puig fue también autor de varios guiones cinematográficos. En el caso de esta pieza, el eco vendría más del cine de gángsters, que parecería permitirle introducir en la trama, el tema de la violencia y de los cuerpos desaparecidos en nuestro país, que siempre lo preocupó. Pero Bajo un manto de estrellas no es una comedia de enredos clásica, ni mucho menos, sino que está cruzada desde un comienzo por el soplo del delirio, de una fantasía desbordada, que se percibe tanto en el lenguaje, como en la peripecia y que toma en préstamo distintos procedimientos de las corrientes de ruptura con el realismo, entre ellas en el texto la del simbolismo o en la actuación sugerida la del expresionismo teatral.

La historia se desarrolla en una casa señorial de la burguesía rural argentina, en una imprecisa época que podría ser 1919 o 1948, porque el propósito de Puig de no dar excesivas precisiones temporales. En el comienzo los dueños de la casa, un matrimonio de sesentones (Héctor Bindonde y Adriana Aizenberg), escuchan un radioteatro mientras esperan la llegada de una criada. Pero, en vez de esa figura, arriba primero su hija adoptiva (Paloma Contreras). Luego llegarán otros dos visitantes (María José Gabin y Pompeyo Audivert), que irán sucesivamente componiendo a distintos personajes. Lo que empieza a ocurrir allí, a partir de ese momento, es un conjunto de hechos de lo más  disparatados, donde la mujer y su hija adoptiva comienzan a confundir a todos los personajes que llegan, con seres que han conocido o amado y los visitantes a aceptar el rol que les adjudican en un vértigo tan absurdo como atractivo, que el autor utiliza para burlarse de las costumbres, siempre hipócritas y mistificadoras, de la gran burguesía y plantear su complicidad con cualquier crimen que favorezca sus intereses. Esto es lo que surge con más claridad dentro de ese calidoscopio de desdibujamientos, ambigüedades y pérdidas de identidades que se producen en ese relato que parece una ficción dentro de otra ficción. Aunque, como es obvio, el texto, en su vasto abanico de posibilidades, deja abierta también la puerta a otras lecturas.

Lo primero que habría que decir sobre este material es que, precisamente por ese nivel de experimentación con el que Puig trabaja, produce en un comienzo cierta extrañeza, cierto desconcierto sobre qué clase de propuesta es la que se está viendo. Esa implantación del “clima” de obra lleva unos minutos, hasta que comienza lentamente a ascender. Y una vez que toma altura, el disfrute es intenso, porque tiene muchos atributos: buen humor, ideas e idioma de calidad, personajes que atrapan. Toda esa latencia, esa potencialidad que exhibía el texto, podía en manos de un elenco de actores, de grandes actores rendir mucho. Cosa que Manuel Iedvabni, un director con una trayectoria de excelencia y mucho olfato teatral, detectó de inmediato. Pero no solo eso, sino que se lanzó a la tarea de armar ese equipo. Era, no obstante, una apuesta de riesgo, porque aunque con sus indiscutibles valores, Bajo un manto de estrellas no es obra de sencilla realización para que guste el público. Es una pieza que requiere audacia, pero a la vez cierto equilibro para no caer en el derrape. Y ese objetivo está muy logrado. El trabajo de los cinco actores es realmente sobresaliente, todos sin excepción hacen un aporte esencial en el propósito de seducir al público y de resaltar los valores de la obra. Lo demás, es una puesta muy cuidada, muy al estilo de las que nos tiene acostumbrado Iedvabni, con una iluminación, una escenografía y una música que contribuyen siempre a la calidad del espectáculo.

                                                                                                            A.C.

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