Crítica de teatro: Esto también sucederá



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Esto también sucederá. Autor: Mariano Saba. Dirección: Andrés Binetti. Elenco: Alejandro Lifschtiz, Mariela Asensio, Fernando Gonet, Alfredo Martín y Mariano Saba. Diseño y realización de vestuario: Ana Algranati, Mariano Saba y Andrés Binetti. Diseño y realización escenográfica: Magali Acha, Mariano Saba y Andrés Binetti. Diseño de luces: José Binetti. Teatro del Pueblo, Avenida Roque Saenz Peña 843

    Pensar que el sueño de un viaje a Marte es solo producto de la fantasía de creadores geniales de la ciencia-ficción, como Ray Bradbury o Stanislaw Lem, parece ya un anacronismo, un suposición desactualizada por la existencia de cientos de personas que se han anotado y están en lista de espera –hay documentales filmados al respecto en los Estados Unidos- para un eventual traslado hacia ese destino. El fin de esa expedición es habitar el planeta rojo, convertirlo en una nueva morada de los seres humanos que deseen abandonar la Tierra o se vean obligados ante alguna catástrofe de las que cada tanto se auguran. En ese aspecto, calificar la obra teatral de Mariano Saba, uno de los muy buenos dramaturgos jóvenes que han surgido en los recientes años,  como una pieza de ciencia-ficción es solo en parte correcto, porque la ficción, aunque no se sepa cuando se concretará aquel proyecto y haya una cuota evidente de delirio que lo tiñe, se ha vuelto real. 

     Lo es, sin embargo, en otro sentido: el de referirse a un futuro sobre el que se predicen hechos, una distopía en la que todo lo peor que se podría imaginar acerca del porvenir se produce. Ese viaje al que muchos seres terrenales tienen hoy asidas sus esperanzas en lo real, sale en la ficción en una fecha no precisada de los años venideros de la Argentina y llega a Marte. Esa travesía se produce como consecuencia de la renuncia que el país hace de una porción de su territorio, Córdoba, seguramente ante un nuevo poder mundial, en canje por un precario pedazo de territorio en Marte. Esa Argentina imaginada está invadida por las aguas y hasta el tango está prohibido para que no produzca peligrosos derrames de lágrimas que puedan empeorar las cosas. La necesidad de nuevos territorios, de remozadas conquistas del desierto, se vuelve imperiosa.

     En el momento en que comienza la obra, la expedición argentina ya ha llegado al lugar y vive en una nave de la cual se muestra una de sus cabinas, totalmente equipada con objetos del pasado totalmente desechables y de uso extraño a sus funciones: televisores viejos, carcasas de calefones, teléfonos en desuso, etc. Todo ese ambiente está a punto de desvencijarse y se sostiene con alambres, a la antigua usanza de la patria de otros tiempos. Pero, no es solo eso: la tripulación, un grupo de cuatro individuos inflamados por el espíritu épico (Dandy, Wolfinsky, el Cordobés y Perdomo), sigue realizando tareas de toda clase para llevar adelante los objetivos del proyecto, entre ellas enviar  patrullas, cada tanto, a zonas riesgosas del planeta a buscar agua. Actúan como si la posibilidad del triunfo fuera todavía posible, cuando la evidencia es que todo ha fracasado. No obstante, y como en una pesadilla que repite una lengua ya muerta, que ha olvidado su sentido, los personajes dialogan entre ellos apelando a toda clase de clisés, de giros retóricos y palabras ya vacías de contenido.

     En eso están, cuando llega una sombra y anuncia una información que no por dolorosa es inesperada: la Tierra ha cancelado la misión. La conquista de ese páramo galáctico, el nuevo extravío nacional, en la ocasión desarrollado en los pagos de la bóveda celeste, fracasa una vez más, como en un ciclo de eternos retornos que obligan a arrancar siempre de cero, si eso fuera posible. Clara parábola de un itinerario que, aunque en la Tierra, este país ya ha cumplido varias veces, y que podría intentar volver a cumplir –no hay más que leer los diarios o ver la televisión para comprobarlo-, el hecho de que ocurra en el cosmos habla, desde una supuesta crítica colocada en el futuro, incluso de la irracionalidad de la actual civilización humana, que dilapidó todas sus posibilidades de cuidar al medio ambiente de nuestro planeta y prefirió, antes que defender su supervivencia, preparar, mientras jugaba con fuego, las futuras naves con la que habitaría el espacio. Hay qué imaginarse qué no haría este tipo de ser humano en cualquier constelación donde se instalara.
     Plena de ingenio satírico y contundencia dramática, la obra, que obtuvo el primer premio en la tercera edición de los premios de ARTEI, está construida en dos planos perfectamente detectables, aunque ellos se entremezclen a cada momento y no exhiban como propósito exhibir sus existencias sino como partes de un todo indivisible. Uno es el de la fábula, que se puede recorrer de principio a final como esa aventura fracasada que cuenta la historia y que ofrece, en sí misma, mucho material para reflexionar. Otro es el del lenguaje. El libro original elabora una suerte de barroco lingüístico muy rico, lleno de referencias intertextuales (Jorge Luis Borges, Rainer María Rilke, Raúl González Tuñón, Samuel Beckett, Shakespeare), juegos de palabras y sutilezas verbales que, aunque coloreen claramente el paño de su estilo dramático, puede estimular al espectador a desarrollar otras expectativas desde lo poético-literario y desde lo semántico. Saba es un autor que trabaja mucho en colaboración con Andrés Binetti y juntos han compuesto un dúo muy inspirado y que ha escrito algunas obras muy valiosas de la dramaturgia argentina contemporánea.

    En esta ocasión, sus roles –sin dejar de capitalizar el conocimiento que les dan sus experiencias en colaboración- se han delimitado: Saba es el autor exclusivo del texto (y actúa también) y Binetti se dedica a la dirección, con mucha eficacia hay que decirlo. Ambos eso sí han intervenido también con otras personas en el diseño y la realización de vestuarios y escenografías, que muestran mucha solvencia e ideas. Esa suerte de nave-cambalache de la argentinidad que se ve en escena es todo un logro. En cuando a la actuación, Binetti sacó al máximo el jugo a un quinteto de actores de primera, muy compenetrados en sus respectivos trabajos. Hay que decir que todos tienen momentos de excelencia, pero anotemos que la composición de Alfredo Martín como el comandante de la nave es una de las más efectivas que le hemos visto en los últimos años y que, la aparición de Mariela Asensio, a quien regularmente ubicamos en los programas más como autora que como actriz, es también una bocanada de buen oxígeno en esa nave loca. 
                                                                                                              A.C.

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