Ejercicios fantásticos del yo

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Ejercicios fantásticos del yo. Dramaturgia y puesta: Sabina Berman. Dirección: Néstor Valente. Elenco: Gael García Bernal, Rita Cortese, Fernán Mirás, Vanesa González, Martín Slipak, Javier Lorenzo, Fernando Sayago, Nacho Pérez Cortes y Lucas Crespi. Diseño de escenografía e iluminación: Philippe Amand. Diseño de vestuario: Geneviéve Petitpierre. Música original: Gaby Goldman. Teatro Coliseo.

El poeta portugués más importante del siglo XX, sin lugar a dudas, Fernando Pessoa (1888-1935) no solo construyó un universo lírico singular e inconfundible, sino que provocó una alteración profunda y renovadora en las letras de su país. Además de su libro Mensaje, el único que publicó en vida (una verdadera epopeya en la que canta la grandeza del pasado de su nación a través de los nombres de sus héroes), produjo una vastísima obra descubierta con  posterioridad a su muerte, que en gran parte se ha publicado y un tramo aún sigue siendo clasificada. En ella, a través de los escritos de sus heterónimos (autores ficticios inventados por él mismo, incluso con fecha de nacimiento y muerte) y de los trabajos que fueron redactados bajo su firma, Pessoa alcanzó un impacto y una celebridad que tal vez solo se asemeje a la lograda luego de su muerte por Franz Kafka, el otro gran escritor europeo cuya producción se conoció en forma póstuma. Desde entonces, la narrativa y el teatro suelen recordar cada tanto, y por medio de distintos títulos, la vida y la presencia artística de Pessoa en el mundo y en la literatura del siglo anterior, lo mismo que ocurre con Kafka. En narrativa, por citar dos ejemplos que vienen enseguida a la memoria, están Los últimos tres días de Fernando Pessoa, de Antonio Tabucchi, o El año de la muerte de Ricardo Reis, de José Saramago. En teatro, acá en Buenos Aires, entre lo más reciente que recordamos está la obra Pessoa. Escrito en su nombre, de Alfredo Martín, de 2015.

        “La duda y la vacilación son las dos absurdas columnas maestras del mundo de Pessoa”, dice Richard  Zenith en la introducción a El libro del desasosiego, uno de los trabajos más conocidos del poeta pero en prosa y que es atribuido al auxiliar de tenedor de libros de la ciudad de Lisboa, Bernardo Soares, uno de sus más conocidos heterónimos, que en total llegaron a sumar 72. El propio Pessoa decía de Soares: “Es un semiheterónimo, porque no siendo su personalidad la mía, es, no diferente de la mía, sino una simple mutilación de ella.” Esa mutilación se refería a la débil personalidad y falta de humor de Soares, dos rasgos que en Pessoa fueron muy fuertes. Es interesante rescatar este detalle, porque en Ejercicios fantásticos del yo, obra teatral de la dramaturga y novelista mexicana Sabrina Berman que se presenta por ocho semanas en nuestra ciudad, lo que se introduce con mucho acierto y osadía es una mirada cargada de humor en la vida de Pessoa, no precisamente en la vida sino en las 27 horas de un día largo de su existencia en junio de 1914,  fecha que además coincide con la movilización de los ejércitos de distintas naciones de Europa que darían comienzo a lo que se conoció como la Primera Guerra Mundial.

        En ese clima tenso de una humanidad que se acerca al abismo, las dudas y vacilaciones que expresa Pessoa en ese mínimo tránsito de horas, las reflexiones continuas de sus heterónimos acerca del vacío metafísico y la imposibilidad de definir con precisión que es la verdad, la existencia o la identidad, parecerían constituir el testimonio más patente –o uno de los más elocuentes al menos- de una civilización que, confundida y sumida en el odio, se arrastra hacia la autoinmolación. Algo de eso latía en ese microcosmos que era la propia vida y obra de Pessoa, que acosado por sus propias tinieblas y enigmas no dejaba sin embargo de crear, tal vez como un modo de poder sobrevivir y no entregarse tan fácilmente a las incompresibles fealdades de la tierra. Durante esas 27 horas en que transcurre la pieza, Sabrina Berman, es posible que tomándose algunas licencias respecto a fechas y exactitudes históricas, cuenta distintos hechos poco afortunados que le ocurrieron al poeta: la pérdida de una cuenta en una agencia de publicidad donde trabajaba, su separación con quien fue el amor de su vida, Ofelia Queiroz; la frustración de no haber ganado un Concurso de Poesía Reina Victoria en el que tenía fuertes expectativas, y un litigio que lo separó de la editora inglesa que le iba a editar su obra en esa lengua.

      Junto a eso, señala otro hecho más auspicioso: la escritura de dos de sus poemas más conocidos y bellos: “Tabaquería”, que fue escrito bajo la máscara de Alvaro de Campos; y “El guardador de rebaños”, imputado a Alberto Caeiro. Como se sabe, cuatro de los más conocidos heterónimos de Pessoa fueron: Ricardo Reis, un latinista y monárquico, amante de las formas simétricas y armónicas; Bernardo Soares, de quien se ha hablado más arriba; Alberto Caeiro, un campesino y poeta pagano sin estudios formales, como se lo presentaba, y que nunca escribió en prosa; y por último, el ingeniero Álvaro de Campos, cuya poesía es la más variada e intensa, el que desea “beberse todo en todos los sentidos” y a la vez estar aislado y cultivar el sentido de la nada. “No soy nada, nunca seré nada. No puedo querer ser nada, aparte de esto, tengo en mi todos los sueños del mundo”, dice al comienzo de “Tabaquería”. Es la voz más compleja y afortunada de Pessoa, la que va cambiando de un futurismo con resabios simbolistas hacia formas más depuradas, un personaje aficionado al opio, la sensualidad secreta y a la bebida, en muchos aspectos similar a su creador. 

       En la obra aparecen todos los heterónimos dialogando con Pessoa en una suerte de trama dramática en la que toman decisiones consultándose, elaborando poemas o acompañando a su autor en las distintas vicisitudes que atraviesa. Una de ellas es el supuesto enfrentamiento con un hermano de Ofelia, que se ofende porque Fernando no cumple su promesa de concretar el compromiso con ella y al ir a pedirle explicaciones es herido de un balazo por el propio poeta. No sabemos si esta anécdota es verdadera, pero lo cierto es que su separación de Ofelia fue real. En algunas informaciones se dice que ella se enojó definitivamente con él porque, en una de sus extravagantes conductas, le envió una carta firmada por Álvaro de Campos, personaje al que la mujer odiaba seguramente porque lo identificaba con varias de las debilidades de Pessoa. Él contestó con otra carta, que se cita en el texto teatral, donde afirmaba que toda su vida giraba en torno a la literatura y que exigirle sentimientos de un hombre común y corriente, por más dignos que fueran, era como pedirle que fuera rubio y de ojos azules.

         Frente a ese Fernando, que se sustrae una y otra vez a cualquier obligación que no sea la de su arte, que deambula desorientado y errático en muchos aspecto de su existencia y muy volcado a la bebida (como se sabe falleció joven a los 47 años de las complicaciones de una cirrosis hepática provocada por el exceso de alcohol), Sabina Berman señala en esa incompatibilidad, en esta imposibilidad de someterse al tedio y el orden del medio social como un signo de resistencia vital, de rebeldía, pero también expresión de cierta locura, que deja a Pessoa acorralado y solo junto a sus fantasmas y sus heterónimos. Una especie de Quijote que lucha contra los molinos de viento con las únicas armas que tiene, que son las de su poesía. Un atrevimiento que, como en la novela de Cervantes, provoca cierta hilaridad, un humor algo patético pero humor finalmente por lo que indica de desproporcionado en su pretensión –ya vencida en su espíritu por su propio pesimismo- de batirse contra las fuerzas en juego, que dejan casi siempre al poeta en una posición descolocada, casi ridícula, como el de un clown dado golpes contra el aire. El libro rescata ese aspecto, mostrando a un Pessoa que, en ese dibujo, puede ser tan divertido, desubicado y torpe ante a las cosas cotidianas como genial en su labor literaria, que es lo que lo reivindica de todo.

     La puesta en escena, y dado que trabajan los cuatro heterónimos mencionados, han requerido la participación de varios actores, entre ellos Gael García Bernal como Pessoa, Fernán Miras (Ricardo Reis), Martín Slipak (Alvaro de Campos), Javier Lorenzo (Bernardo Soares) y Lucas Crespi (Alberto Caeiro), todos ellos en composiciones muy satisfactorias, en especial  los tres primeros. Son también lucidas las intervenciones de Rita Cortese como Gertrude y la tía, y Vanesa González como Ofelia. El marco escenográfico está resuelto con un dispositivo visual muy efectivo: se usa una arcada rectangular en cuyo interior –que hace las veces de caja escénica- se mueven tres paneles en distintas direcciones. Sobre la superficie de estos objetos se proyectan imágenes que ambientan con paisajes de los más variados (calles de Lisboa, zonas portuarias o marítimas, espacios de campo, etc.) los lugares donde suceden las escenas, todas imágenes tan perfectas y fugaces como las propias certidumbres del gran Pessoa.

 

                                                                                                                                              A.C.

 

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