El ruiseñor, el amor y la muerte

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Como cada gesto o cada palabra de Carlos Alberto El Indio Solari, que se espera con expectativa y anticipada aprobación, cada disco, como en los tiempos de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota, la mítica banda que integró durante 25 años, es una celebración por adelantado, más cuando cabe pensar, no por rumores sino por indicios del propio interesado, que podría ser el último, así como su último recital-misa, etc. El ruiseñor, el amor y la muerte, su quinto álbum solista, no es la excepción. Y allí están sus devotos aprendiendo de memoria sus melodías y buscando dilucidar el misterio de sus letras, como es costumbre.

A sus 69 años, entonces, con la salud afectada, empieza a desandar su vida y la convierte en música y poesía. Ya desde la tapa, rinde tributo a José y Celina, sus padres, y en el arte interior a artistas de diversas épocas, disciplinas y nacionalidades: cineastas, músicos, artistas plásticos, escritores. Y a la Pasionaria y Evita, mujeres militantes. En sus quince nuevas canciones hay regresos a La Plata, su ciudad adoptiva, en la que surgió su banda legendaria; hay amores de antaño, reflexiones sobre la muerte y sobre el “perro viejo” que ve cuando se mira al espejo. También hay, a su manera, miradas sobre la realidad y sobre las conductas humanas.

En términos musicales, el sucesor de El tesoro de los inocentes (Bingo fuel), Porco Rex, El perfume de la tempestad y Pajaritos, bravos muchachitos, siempre con el soporte de Los Fundamentalistas del Aire Acondicionado (en este disco, Baltasar Comotto y Gaspar Benegas en guitarras; Fernando Nale en bajo; Martín Carrizo en batería; Sergio Colombo en saxo; Miguel Tallarita en trompeta; Déborah Dixon, Luciana Palacios y Marcelo Figueras en coros) es probablemente el más inspirado y menos crispado, quizá por los motivos antes dichos.

Hay rock, mucho rock más o menos redondito en Pinturas de guerra (“Cuando ya abandone mi nombre/ a merced de miserables, Ay!/ Tal será mi vergüenza/ que enviaré mi fantasma/ a librarme de ellos/ Con pinturas de guerra/ volveré a dar batalla/ Si la adversidad triunfa/ dolerá porque fui feliz”), La oscuridad (“La oscuridad cubre toda la ciudad/ Vos fuiste la derrota que mi alma no soportó/ Ya están aquí, los vi/ Fantasmas de juventud/ Llegan para despedirse de mí”); Strangerdanger (“Mis enemigos me van a asustar/ cuando comiencen a tener razón/ Esos chimangos no tienen piedad/ y sí el poder de mentir por los satélites”); Canción para un terrorista bonito (“El muchacho es bonito/ obediente y sensible/ lo viejo no muere/ y lo nuevo no nace”); A bailar que no hay infierno (“No sos más su héroe querido/ Y en ese rock and roll te va mal, muy mal/ Y no querés, vos perro viejo, escuchar amigos”); La pequeña Mamba (“Fuiste lo más valioso en mí mundo/ Me propuse estropearlo todo/ a eso me dedico yo/ pero no pude, linda, todo se dio bien”); La ciudad de los encandilados (“Esta oscura ciudad,/ inmensa ciudad/ es para héroes solitarios/ Esta fría ciudad,/ ventosa ciudad,/ es para los encandilados”; Panasonic y el mundo a sus pies (“Él piensa mal de todos/ desde el principio al fin/ dice que es para ahorrarse el tiempo/ que le van a robar”), y El que la seca la llena (“Gasta tu vida alguna vez/ bailando hasta el amanecer/ El que la seca la llena/ allí en tu barrio”).

Pero también otros modos, con algo de canción folk como en El callejón de los milagros (“Un estampido no te cambia el gesto/ son los billetes los que te dan ilusión/ Esos pibes no sienten nada/ No sienten que se pueden morir/ y nada por vos”); balada de fogón en El ruiseñor, el amor y la muerte (“Todo viejo amor nos importuna siempre/ Sabés ocultar, entonces amás/ Me amaste mucho, poco tiempo y ves/ tu suerte te abandonó/ ¿Qué rosa oscura vive y florece en los pantanos?/ Será que ya no puedo bailar/ El ritual simple y gris de un soñador”),en El martillo de las brujas (“Barrio bonito, barrio cuidado/ la moderna soledad/ Barrio sereno y custodiado/ la compasión allí no está”) y en La moda no es vanguardia (“La muerte, esa tonta,/ me vino a buscar ayer/ Vestida de negro se vino/ a llevar mi piel/ Con una falda floreada/ quizá le hubiera aceptado”); algo de pop rock en El tío Alberto en el Día de la Bicicleta(“Mi mundo exterior/ mi mundo interior/ fueron lo mismo por el sendero que recorrió/ Bravo por el tío, por el tío Alberto/ Si ves en el fondo, vos ves el fondo gracias a él”) y Ostende Hotel (“Amor fugaz, turístico/ en el aire del Ostende Hotel/ que me quitó su suave y bella piel/ No he visto mucho de su mundo/ ni de qué es capaz de hacer/ con quien ella abandona/ y deja a un lado”).

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