Loving Vincent

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Loving Vincent (Te quiero, Vincent. Reino Unido y Polonia, 2017). Dirección: Dorota Kobiela y Hugh Welchman. Guion: Jacek Dehnel, Dorota Kokbiela y, Hugh Welchman. Intérpretes: Robert Gulaczyk, Saoirse Roman, Jerome Flynn, Douglas Booth, Josh Burdett, Holly Earl, Robin Hodges, Chris O´Dowd, John Sessions y otros. Duración: 94 minutos.

Los amantes de ese genio de la pintura de todos los tiempos, Vincent Van Gogh, están de festejo. Y no es para menos. El estreno de Loving Vincent le rinde un nuevo homenaje, pero de características diferentes a las películas que ya se habían dedicado al maestro holandés, como lo fueron Sed de vivir, de Vincente Minnelli; Van Gogh de Maurice Pialat o Vincent y Theo de Robert Altman. Diferente por su abordaje técnico y también por el aspecto de la historia del pintor que aborda, ya que Loving Vincent es una película de animación, pero también un thriller, una investigación sobre las causas del suicidio del artista, hecho que en general se da por cierto aunque pudo no haber sido un acto de esa naturaleza sino un simple accidente con un arma, que él encubrió –su agonía duró varias horas y él estuvo gran parte de ella consciente y en condiciones de hablar- para no perjudicar a sus autores, que eran unos jóvenes amigos.

      Como film de animación, este largometraje partió de un rodaje con actores reales, que duró varias semanas, luego de lo cual 125 profesionales de las artes plásticas tomaron ese material y, durante cinco años, pintaron al óleo y en el estilo de Van Gogh más de 62.000 fotogramas, llevándolo al dibujo animado mediante la técnica del rotoscopiado. El resultado es un verdadero prodigio técnico que permite ver la historia que se cuenta transcurriendo en medio de los cuadros y las escenas más conocidas de la obra del extraordinario creador: una noche estrellada sobre el río Ródano, la terraza del café de la Place du Forum, el dormitorio del artista en Arlés, los campos de trigos entre cipreses, el viñedo rojo, sus famosos retratos. Pero todo en movimiento, en acción porque los personajes, dentro del universo plástico generado por Van Gogh y recreado por los 125 profesionales, viven lo que se está narrando.

        Gran parte de la información utilizada en el film se nutre de las 800 cartas enviadas por Van Gogh a su hermano, su familia y sus seres queridos. Allí describe a muchos de los personajes que luego aparecen en sus cuadros y el rol que cumplían en el lugar donde estaban. El hilo de la investigación, que el largo de animación propone, es la que realiza Armando Roulin, el hijo del cartero personal de Van Gogh. Resulta que muchos meses después de la muerte del artista, ese cartero le encomienda a su hijo la tarea de entregar una carta que Vincent le había escrito a Theo, su hermano, y que no pudo entregar. Esto, sin saber ese hombre que Theo ya había muerto. El hijo intenta entregar la carta pero se entera de ese deceso y al intentar entregársela a otro conocido llega hasta el doctor Gachet, que tanto como los anteriores fueron individuos también retratados por Van Gogh y que tuvieron que ver con su existencia en los últimos años.

        Mientras espera el regreso del doctor Gachet, Armando Roulin comienza a conversar con otras personas del lugar y se interesa por la muerte de Van Gogh, que ha sido atribuida a un suicidio y va tejiendo otras posibles hipótesis: que puede haberlo matado el propio Gachet porque no veía con buenos ojos la relación que mantenía con su hija, Marguerite; otra posibilidad es que haya sido herido accidentalmente por unos amigos a quien el pintor en su agonía no quiso denunciar. Con todos estos elementos, muy bien trabajados en el guion, la película trasciende el mero hecho técnico de la animación –realmente de una enorme belleza- para ofrecer al público también una peripecia con misterio y suspenso. La técnica utilizada por la directora polaca Dorota Kobiela y el director inglés Hugh Welchman, responsables de este trabajo, no es nueva, pero su uso en el caso de la obra de Van Gogh alcanza un nivel de virtuosismo formal poco visto. Esa técnica fue utilizada en películas como Despertando a la vida (2001), de Richard Linklater, y en Vals con Bashir (2008), de An Folman. También de manera semejante por Akira Kurosawa en el capítulo quinto de Sueños (“Los cuervos”), en 1990.

       Presentada en el Festival de Cine de Animación de Annecy, Francia, el largometraje se llevó el premio a la mejor película. Entre los fans del pintor, la circulación del film por Facebook produjo una verdadera explosión viral: 200 millones de visitas en los últimos meses. De cualquier modo, y como recomendación, para disfrutarla bien, lo más conveniente es verla en una pantalla de sala cinematográfica. Es una experiencia deliciosa y muy emotiva, porque pocos artistas como Van Gogh sufrieron tanto la indiferencia de una época ante su obra y lograron, a pesar de ese desinterés, llevar delante de manera tan rotunda su sueño creativo. En ese sentido, la película rescata con acierto todo lo que significó su hermano Theo como apoyo a esa enorme proeza humana que fue crear una obra tan maravillosa y revolucionaria en medio de desvelos afectivos y escollos económicos de la intensidad que Vincent padeció.

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