Una serena pasión

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Una serena pasión. (A Quiet Passion; Estados Unidos/Reino Unido, 2016).Guion y dirección: Terence Davies. Fotografía: Florian Hoffmeister. Música: Ian Neil. Montaje: Pia di Ciaua. Intérpretes: Cynthia Nixon, Jennifer Ehle, Duncan Duff, Keith Carradine, Jodhi May, Joanna Bacon, Catherine Bailey y Emma Bell.

        Director cinematográfico, guionista, actor y novelista, el británico Terence Davies ha estrenado, desde su primera realización como largometraje, Voces distantes, de 1998,  solo seis películas más de esa duración: El largo día acaba (1992), La biblia de Neón (1995), El profundo mar azul (2011), Sunset song (2015) y el año pasado La serena pasión (2016). Es verdad que su trabajo no se  ha expresado exclusivamente en el largometraje. Entre 1976 y 1983, realizó una trilogía de cortos que le depararon muchos premios y un reconocimiento unánime en el mundo del cine: Niños, Virgen con el niño y Muerte y transfiguración. Ha hecho también documentales como Of time and the city, sobre Liverpool, y ha montado obras de teatro, entre ellas Tío Vania. Pero en el arte en el que se trasluce su mayor poder creativo tiene una producción poco abundante para su edad, que ya ha traspuesto los setenta años.

       Fruto del rigor estético con que encara sus películas, que algunos productores suelen considerar como poco aptas para el negocio de taquilla, pero también de la firmeza con que se opone a que le impongan limitaciones que distorsionen sus proyectos, esa escasez ha tenido como precio el de una distribución menguada, al punto que muchos de sus films no han sido estrenados comercialmente en Argentina y otros países. Podría decirse al mismo tiempo que esa coherencia ha logrado que sus obras tengan una enorme fidelidad a su pensamiento cinematográfico, ligado siempre a la belleza visual, al tratamiento inteligente de los guiones, al alto rendimiento artístico de los actores. Y lealtad además a lo que es su temática personal, que gira en torno a la memoria y la niñez, la contención emocional y la pesada herencia en distintas generaciones de la cultura religiosa.

      La serena pasión enfoca la vida de esa inmensa poeta que fue la norteamericana Emily Dickinson. Nacida en 1830 en Amherst, Massachusetts, y fallecida en 1886 en el mismo lugar, la  vida de la artista transcurrió casi por completo dentro de su casa familiar donde, en especial en los últimos años, se recluyó voluntariamente para dedicarse a la intimidad de su labor poética, que dejó como producción unos 1800 poemas, de los cuales solo cinco o seis fueron publicados en vida en diarios, no sin antes ser modificados. Ese formidable tesoro poético fue preservado gracias al cuidado que le brindó la hermana menor de la artista, Lavinia quien además de adorarla era la que le creaba las condiciones de tranquilidad y aislamiento para que pudiera dedicarse por entero a su tarea. Su primer libro se publicó luego de su muerte, aunque fue recibido con prejuicios por la crítica, que recién avanzado ya el siglo XX revaloró su obra y la consideró como una de las grandes voces de la lírica estadounidense.

      Terence Davies hace un profundo e intenso retrato de la poeta, sugiriendo solo aspectos de su vida personal amorosa, de la que existe un desconocimiento casi total y sobre la que existen nada más que conjeturas apoyadas en algunos versos y cartas que expresan cálidos y fuertes sentimientos hacia personas de las que nunca se revelan sus nombres. Entre las escasas suposiciones que se barajan están las de un estudiante de ciencias jurídicas que Emily conoció en Amherst y también la del pastor protestante Benjamín Franklin Newton, al que la poeta conoció en Filadelfia. Pero no hay ninguna prueba de que haya tenido un noviazgo o que haya sido amante de alguno de los dos.  Otra hipótesis, que se baraja en biografías más recientes, es que ese objeto de encanto amoroso era su consejera, amiga y cuñada, Susan Huntington Gilbert. Como en los casos anteriores no son más que sospechas.

       De ahí que Davies roza apenas con insinuaciones muy veladas esos posibles lazos y marca, sobre todo, la poderosa relación que Emily mantenía con su familia, tanto con sus padres, como con sus hermanos. Familia de muy buena posición económica –el padre de la poeta fue abogado y juez en la ciudad-  y formación religiosa muy ortodoxa dentro del protestantismo, los integrantes de ese grupo y su entorno, y muy en particular su progenitor, tuvieron una nítida influencia en la educación y la mirada del mundo de la poeta. No obstante lo cual, nunca fue un vínculo de sometimiento, pues Emily combinaba una devoción entrañable por sus familiares con actitudes de clara rebeldía frente a sus imposiciones, que se expresaron desde joven. Esto Davies lo describe con una maestría impar, sin cargar nunca las tintas, pero sin disimular tanto los amores como los choques que con frecuencia se producían dentro de ese núcleo.

       El resto de la película, que no es poco sino mucho, es la belleza visual de la película, que logra a través de un trabajo múltiple y tenaz de la cámara imágenes que son muy difíciles de olvidar. Repasar una a una de las escenas –hay trabajos en Internet que lo hacen mediante la reproducción de entrevistas de estudiosos con el director- es un propósito que excede las posibilidades de este espacio y comentario. Pero realmente es una de esas películas en que los cuadros, acercamientos o enfoques que la cámara pone a disposición del ojo del espectador asombran por la armonía, casi siempre simétrica, de sus composiciones, por los tonos casi pictóricos de las escenas. En el plano actoral, el trabajo como la protagonista de Cynthia Nixon (a la que muchas personas recordarán como la Miranda Hobbes de Sex and the City) es de una hondura sorprendente y es en particular llamativo todo lo que puede decir con su rostro solo en una escena. Prueba de ello es la secuencia en que Emily le da a leer a un pastor que visita su casa una de sus poesías, cosa que casi nunca hacía, salvo con sus seres más próximos. En un rol delicioso por su ternura y humanidad se luce mucho también como su hermana Lavinia, la actriz Jennifer Ehle. Algunos planos del rostro de Keith Carradine como el padre son también memorables, siendo el resto del elenco muy competente.

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