Yo, Daniel Blake

Entretenimientos

Yo, Daniel Blake.  (Reino Unido, 2016). Director: Ken Loach. Guion: Paul Laverty. Música: George Fenton. Fotografía: Robbie Ryan. Intérpretes: David Johns, Hayley Squires, Briana Shann, Dylan McKiernan, Kate Rutter, Sharon Percy, Kema Sikazwe, Steven Richens, Amanda Payne y otros. Duración: 100 minutos.

Creador de una filmografía que en las más recientes cinco décadas ha generado unos treinta largometrajes y una copiosa cantidad de trabajos de televisión de fuerte repercusión en el público por las materias tratadas, Kean Loach es a los 81 años uno de los directores más reconocidos de su país y del mundo. Logro este último, el del prestigio internacional, mucho más valorable si se tiene en cuenta que lo conquistó trabajando casi exclusivamente en su suelo y con temas profundamente ingleses, aunque como él mismo lo declaró la financiación para sus películas la obtuvo más en Europa que en Gran Bretaña. Hombre de claras ideas de izquierda, Loach jamás se dejó tentar por la gran meca del cine norteamericano, como otros colegas suyos, y cuando debió filmar afuera de su país fue porque la problemática que lo convocaba así lo requería, como pasó en Tierra y libertad (1995), La canción de Carla (1996) y El viento que acaricia el prado (2006). Esos tres largometrajes fueron filmados en España, Nicaragua e Irlanda y se referían a cuestiones que habían conmovido sus más íntimas convicciones: la trágica guerra civil en territorio ibérico en la segunda mitad de la década del treinta, el terrorismo estadounidense en América Latina y la lucha por la independencia irlandesa (1919-1921) y la posterior guerra civil (1922-1923).

     Con Yo, Daniel Blake, Loach vuelve a centrar la mirada en una historia de todos los días en su sociedad, pero no por cotidiana menos dramática, como han sido Riff-Raff (1991), Ladybird, Ladybird (1994), Mi nombre es Joe (1998), Pan y rosas (2000), En un mundo libre (2007) o La cuadrilla (también conocida como Los navegantes, de 2001), por citar solo algunas. En este nuevo film, posterior al drama histórico Jimy’s Hall, un carpintero de casi sesenta años acaba de sufrir un episodio cardíaco que, según la opinión de los médicos, hace aconsejable no seguir trabajando en los siguientes meses. Impedido de conseguir un puesto laboral por su delicada situación, pero al mismo tiempo discriminado en la posibilidad de obtener una pensión por invalidez temporal, Daniel Blake inicia un itinerario de pesadilla por las oficinas burocráticas de la administración pública británica para encontrar una solución a su problema que se le niega a cada instante.  Ese es el hilo de su relato central, aunque la historia mostrará luego otras vertientes que la enriquecen, como es la relación del ex carpintero con una madre soltera con dos hijos, Katie, con quien se prestan mutua ayuda como una forma de convivencia que los ayuda a sobrevivir. Y algunas otras vicisitudes en las que, a pesar de la crudeza de la descripción, no falta, como es común en el director, los toques de humor.

     Explicando las razones por las que abordó este tema, Loach dijo que el Estado ha creado una burocracia feroz que trabaja para atrapar a esos trabajadores en una malla de la que no pueden salir y de ese modo desentenderse de ellos. De ese modo, logra que carezcan de dinero y a partir de allí los condena a vivir de la caridad, sin protección de ninguna naturaleza. Eso ocurre en un país como el Reino Unidos, afirma el director, uno de los más ricos de Europa Occidental, pero se repite como fórmula en todas partes al amparo de la aplicación de las normas neoliberales. El de Loach es un ejemplo muy ilustrativo para la Argentina: esta película se estrena en el país cuando el actual gobierno provocó un escándalo inocultable días pasados y el disgusto de la oposición, e incluso algunos de sus propios aliados, al retirar las pensiones por invalidez a miles de argentinos. “Creo que es algo de índole mundial: los Estados deben achicarse, los impuestos deben ser menores para los más ricos, los servicios médicos deben reducirse –comentó hace poco Ken Loach al suplemento “Radar” de Página 12-. Y si eres pobre, debes cuidarte a ti mismo. El Estado se está quitando del medio, dejando de lado el trabajo que tradicionalmente hizo. Es algo que ocurre en todo el mundo, ciertamente en Europa. Lo hemos visto en Grecia, en España. Lo interesante es que ahora parece haber un movimiento para luchar contra eso.” 

          Loach escribió esta historia con Paul Laverty, el guionista que lo acompaña en sus películas desde hace 25 años y que ha escrito los libros de varias de las mejores de ellas. La misma fidelidad le ha prodigado a Rebecca O’Brien, su productora desde 1990, año en que dio a conocer Agenda secreta. El director nacido en la ciudad de Nuneaton, trabaja tanto con actores profesionales como aficionados, según las necesidades que le plantea la película. Para el rol de Daniel Blake realizó un largo y arduo casting pues necesitaba un hombre que diera el tipo de un trabajador. Y lo consiguió al toparse con el actor Dave Johns, un comediante de stand-up en su actividad más regular, que da perfectamente el carácter que buscaba el director. Tanto él como la actriz Hayley Squires, en el papel de Katie, están muy bien, han comprendido a fondo a sus personajes. Como se sabe, el cine del director inglés es de una marcada tendencia realista, por lo que las actuaciones deben impresionar siempre como muy naturales, verosímiles y convincentes. Y, como en la mayoría de sus películas, esta no es una excepción a la regla en el buen nivel de la interpretación.

         De hecho, Loach recibió en 2016 la Palma de Oro del Festival de Cannes, que es el premio a la mejor película, como la había ya recibido en 2006 con El viento que acaricia el prado, título con el que se conoció en Argentina y América Latina. En España fue traducida como El viento que agita la cebada. En la ceremonia en que se le dio la distinción en 2016, el director dijo, fiel a sus principios: “El cine debe luchar contra el poder.” Su cine, habiendo atravesado él ya el umbral de los ochenta años, sigue tan leal a sus convicciones como siempre. Es un cine transparente y duro, pero que no deja indiferente a nadie y hace pensar. Y de una gran sensibilidad por los desprotegidos de este mundo. Y difícilmente alguien quede decepcionado por su calidad, pues sus historias están en todos los casos muy bien elaboradas.  En síntesis: Yo, Daniel Blake, un Loach auténtico y luminoso, más Loach que nunca. 

Notas relacionadas