Entrevista al escritor Kike Ferrari

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Kike Ferrari, una pluma trabajadora

“Mi vida es un quilombo”, advierte por teléfono el escritor de cuentos y novelas policiales mientras coordina el encuentro para el reportaje con Revista Cabal. En efecto, este autor del género negro, premiado en Argentina, Cuba y España, no tiene mucho tiempo libre: entre el cuidado de sus tres hijos y su trabajo de limpieza en la estación Pasteur-AMIA del subte B, son pocos los huecos disponibles.
Para tener horarios todavía más ajustados, también se desempeña como delegado gremial, es decir que representa a sus compañeros ante cualquier tipo de reclamo. “Cuando hay paritarias, no pedimos solamente plata. Somos personas, también exigimos derechos y mejores condiciones laborales, o no hay acuerdo”, comenta con orgullo.
Haciendo honor a su apellido, Ferrari pasó a la vida pública tan rápido que casi ni se dio cuenta. La historia de este empleado de maestranza que crea textos sombríos, con fuertes críticas al sistema capitalista, recorre el mundo desde hace semanas. Así apareció en diarios de países remotos como Vietnam, China, Tailandia, Canadá, Estados Unidos y Francia.

Por ese motivo, decenas de oficinistas metropolitanos estampan sus ojos contra las ventanillas del subterráneo cada vez que pasan por donde trabaja Kike, sin éxito. “No me van a encontrar, estoy en el horario nocturno”, explica el entrevistado, refugiándose en la oscuridad capitalina.
Con mucha cordialidad, el artista recibe a Revista Cabal junto a las corridas de niños que van y vienen por toda la casa, demandando la atención de su padre. En un clima cálido, pero ruidoso por los llantos infantiles, comienzan las preguntas hacia este porteño de 44 años que publicó ocho libros sin haber ido a la universidad.

¿Qué situaciones laborales plasmás en tus escritos?
No hay hechos concretos, es más bien un clima. Se ve mucho eso de mirarse todo el tiempo al ombligo, como los que se hacen los dormidos para no dar el asiento, entre otras cosas de la miseria cotidiana. El subte es un lugar de paso, vertical. La gente va del punto A al B, lo usa para llegar rápido. Está lleno de personas y repleto de ruido. Bueno, yo estoy en un horario tranquilo, con un recorrido circular. Me quedo en la estación. Lo que para todos es pasada, para mí es permanencia. Puede que cuando vuelva a narrar muestre algo sobre eso, veré en su momento.

En tus obras se ve que escribís como hablás, hay un lenguaje muy crudo y directo. Por citar un ejemplo, Rodolfo Walsh solía utilizar un vocabulario simple en sus producciones, podía entenderlo desde el académico ilustrado hasta el trabajador más humilde del conurbano bonaerense. ¿Cómo construís esa relación con el lector?
Hay un montón de laburo en el lenguaje despojado, para que se perciba esa dicción coloquial. Vos sos periodista, lo sabés, hay que hacer recortes, si ponés todo textual, no se entiende nada. Si los escritores tenemos una patria, es el lenguaje, más allá de las historias. Es importante saber qué palabras requiere un relato, esa es una de mis grandes preocupaciones. Tengo una novela llamada Lo Que No Fue (está solamente en Cuba pero llagará a la Argentina este año) que trabaja en una cuerda distinta del vocabulario.

El libro titulado Que De Lejos Parecen Moscas muestra a un ex jefe tuyo de la vida real, Luis Machi, quien se encuentra  con un  cadáver en el baúl de su BMW y por primera vez tiene que solucionar sus propios problemas. ¿Qué quisiste expresar?
Es un odio objetivo. Igual, no detesto a cada uno de los patrones y tampoco quiero que les vaya mal en la vida. Debe haber algunos tipos macanudísimos. Incluso tal vez crean que le hacen un favor a la gente, pero cumplen un rol de mierda. Viven de la plata de otro. Es horrendo. Formé ese personaje porque necesitaba un villano, aunque un poco de bronca les tengo.

¿Te acostumbraste a tu nueva vida?
Se me hizo normal que me llamen de medios, trato de ser afectuoso porque es parte del laburo. Quiero que me lean, la literatura es diálogo, si no, no hablo con nadie. Estoy alegre por saber que ahora tengo más lectores, estos meses los libros se vendieron mucho más que en toda mi carrera, aunque no puedo vivir de la literatura. No hay más que eso, sigo yendo a trabajar todos los días y escribo cuando puedo.

¿Cómo te llevás con el personaje que construyó la prensa? Para muchos sos “el escritor del subte”.   
Después del primer artículo en un medio masivo, salí un segundo de la estación y me pararon en la calle, gritando: ‘¡Vos sos el de la nota!’. Es raro, me divierto porque sé que no es duradero, son los cinco minutos de fama. Cuando aparecí en la tele, mi Facebook explotó. Unos obreros que estaban arreglando una parte del subte, antes ni sabían mi nombre. A partir de ahí, me dijeron: ‘¡Eh, Kike! ¡El escritor!’. Después me felicitaron los arquitectos e ingenieros de la obra. Se vio la división social claramente, los ‘proletas’ me habían visto en Crónica unos días antes y los profesionales, en La Nación.

Tuviste muchos empleos, entre ellos fuiste fletero, vendedor de seguros, mozo y también estuviste en un call center. En ese aspecto, tus textos reflejan mucha conciencia de clase. ¿Cuándo se desarrolló tu sentimiento anticapitalista?
Nació muy temprano, empecé a hacer cosas desde chico. Activé en política desde los 13, me acerqué a un local del MAS en el ’85. La crítica al sistema está en la base de mi formación. En primera instancia, tiene que ver con que el mundo percibido es feo e injusto. Todos trabajamos, pero no todos saben el lugar que ocupan.

Tenés un tatuaje con el rostro de Marx, quien suponía que este sistema económico y social se terminaría rápido. ¿Creés que falló en su predicción?
Sí, estamos cagados en ese sentido. Tal vez no veamos su fin, pero sí su punta de lanza, qué se yo. Es como dice Ricardo Piglia, recordando la frase de Bertolt Brecht: ‘¿Qué es asaltar un banco, comparado con fundarlo?’. Esa oración resume todo. De todas formas, me cuesta mucho imaginar al género negro en el post capitalismo.
 
¿Qué le aconsejarías al trabajador que puede estar leyéndote ahora?
Le diría el final del manifiesto comunista, pero un poco más lindo. Unámonos. A mis compañeros de clase les recomendaría lo contrario a lo que decía Perón: de la casa al trabajo y del trabajo al sindicato, centro cultural o a estudiar. Recién después, a casa otra vez.

¿Por qué escribís?
Laburar es una desgracia, reivindico el derecho al ocio. Todos necesitamos una válvula de escape y este es el oficio más lindo. Haciéndolo puedo ser el dueño y emperador del mundo que invento.