Entrevista a la escritora Samanta Schweblin

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Es una de las mejores autoras argentinas, y con mayor proyección. En esta nota con Revista Cabal, habla de la forma en que encara su trabajo y de su último libro publicado Siete casas vacías, que recibió el Premio Rivera del Duero en España y que la editorial Páginas de espuma distribuye en Argentina.

Los personajes de Siete casas vacías, su último libro de cuentos, se mueven alrededor de las casas, se ven impulsados a salir de esos espacios de confort, para buscar soluciones diferentes, y verse desde otro ángulo. En ese punto, lo cotidiano se vuelve inquietante, se aleja por momentos de la cordura, les devuelve una imagen de extrañeza. Samanta Schweblin (1978) es la inventora de esos seres de mirada dislocada que se atreven a cambiar, a salirse de los moldes, a probarse en situaciones que no siempre controlan. “Ese movimiento es la buena noticia”, dice ella, que se enamoró de la literatura leyendo a autores latinoamericanos –Juan Rulfo, Mario Vargas Llosa, Adolfo Bioy Casares-, pero dice que aprendió a escribir leyendo a los norteamericanos: John Cheever, Flannery O’Connor, y J. D. Salinger, entre otros. “Acá hay algo de locura pero es una locura saludable –dice-, que revela parte de ese costado insensato del mundo y una intención de dar con soluciones nuevas y extrañas, incluso insólitas.”
  Samanta fue alumna de la argentina Liliana Heker y en sus clases aprendió el oficio y forjó un estilo y un punto de vista que definen sus relatos.

  A Schweblin, la aceptación de la crítica y el público la acompañan desde el comienzo de su carrera: en 2001se alzó con el primer premio del Fondo Nacional de las Artes y el primer premio del Concurso Nacional Haroldo Conti, por su primer libro, El núcleo del Disturbio (Planeta, 2002). Los cuentos de Pájaros en la boca (2008), distinguidos por Casa de las Américas, fueron traducidos a trece idiomas y la consagraron como una de las escritoras latinoamericanas más destacadas de su generación, mientras que Distancia de Rescate, su primera novela, fue reconocida por lectores y críticos como una de las revelaciones del año pasado. Ahora, con Siete casas vacías, vuelve a sorprender con serie de historias protagonizadas por personajes que por distintos motivos se corren de lo conocido, de la supuesta normalidad, y experimentan nuevas posibilidades: relatos en los que Schweblin demuestra, una vez más, su capacidad de observación y la habilidad  narrativa para traducir, al lenguaje de la ficción, la verdad oculta que hay debajo de las formas.

- ¿Cómo comenzó todo esto? ¿De dónde proviene tu vocación? 
-Creo que es algo que siempre estuvo ahí. No hubo un momento mágico de revelación, es algo que hice desde que tengo memoria. Cuando no sabía escribir le dictaba las historias a mi mamá. Lo que si tuve fue una infancia muy estimulante. Mis papás me leían muchísimo. Y mis abuelos maternos, los dos artistas plásticos, tuvieron una presencia muy fuerte también en mi formación. A los ocho años, por ejemplo, yo ya asistía al taller de grabado de mi abuelo Alfredo de Vincenzo, que era en ese momento uno de los talleres de aguafuertes más importantes de Latinoamérica. Ahí escuchaba a los adultos discutir por horas sobre tintas, chapas y proporciones áureas. No sé si tenía verdadera consciencia del tipo de cosas que se discutían a mí alrededor, pero sí recuerdo envidiar la pasión, la energía que esas discusiones despertaban en los adultos.

-¿Hubo algún momento preciso en que asumiste o sentiste que eras escritora?

-Según la teoría de un escritor amigo uno empieza a ser escritor después del quinto libro. Así que a mí todavía me faltaría uno para entrar al club. Pero sí empecé a asumirme como escritora cuando pude empezar realmente a vivir de eso. Y acá hay que hacer una aclaración. Y es que todavía no vivo específicamente de los libros, pero sí, al menos, de todo lo que rodea la escritura -lecturas, talleres, charlas, invitaciones a festivales, ferias, -residencias...-. Finalmente la figura del escritor siempre tiene que ver con estas cosas, con los otros, que es además la parte de "ser escritor" que más me cuesta. Si se tratara solo de escribir sería mucho más fácil.

-¿Qué es lo que más te divierte, en lo personal, del proceso de planificación y armado de un libro?

-La escritura. El momento en el que al fin sé más o menos qué es lo que quiero contar, y empiezo a trabajar en una historia. Antes podía hacer una distinción entre la etapa de escritura y la de reescritura, o corrección. Ahora prácticamente se dan juntas, hace tiempo que reescribir y corregir dejó de ser un ejercicio de recorte para convertirse en uno de amplitud, en parte de la propia escritura.

-¿Que tienen en común, en tu visión, los cuentos de Siete casas vacías?

-Casas, cajas, listas, cuerpos desnudos, vecinos, jardines, ropa y angustia. Lo que más me impresionó fue encontrarme, casi con sorpresa, con un libro tanto más realista que los anteriores, tanto más cercano y hasta por momentos autobiográfico. Y aún así descubrir también que esta sensación constante de que algo terrible y fuera del registro de lo real podría suceder de un momento a otro -que es algo aparentemente muy presente en lo que escribo-, podía mantenerse intacto en un registro tanto más cercano al realismo. Quizá sea esa grieta, esa zona oscura, lo que siempre estoy buscando, escriba el género que escriba.

-Las convenciones sociales y de la vida doméstica tienen un costado absurdo, incluso siniestro. ¿Te interesó especialmente explorar ese límite en que la cordura o la normalidad se desdibujan?

-David Lynch dice algo que me encanta: una obra de arte solo puede querer decir, siempre, una sola cosa, y es que el mundo es un lugar extraño. Me interesa ese límite porque creo que la "normalidad" es una convención, una mentira, un punto medio que es siempre un puente entre mundos extraños, pero en el que en realidad no hay nada auténtico.

- En el primer cuento, Las casas ajenas también funcionan para el personaje de la madre como aquello que encarna el deseo por lo que no posee, no es... ¿Hasta qué punto y de qué manera crees que las casas revelan quienes son sus dueños, o aquello que quisieran ser?

-Supongo que revelan mucho más de lo que uno quisiera. Y justamente porque de alguna forma esos espacios van a amoldándose a nosotros, tan bien se vuelven estructuras rígidas. Son paredes que encierran zonas de confort, circuitos ya conocidos, estereotipos de los que es muy difícil escapar. En este libro las casas están vacías y eso es una buena noticia: los personajes se animan a salir de esos moldes, se animan a cambiar, a ver lo cotidiano con extrañeza, a encontrar soluciones distintas a los problemas de siempre.

-¿Qué tipo de lecturas son las que a vos más te movilizan o conmueven?

-Las que me ayudan a descubrir o entender algo nuevo, aunque solo se trate de un detalle en el que no había pensado antes.

- ¿Las ficciones revelan de manera inevitable algo de la psicología de su autor, o es posible escribir sobre lo que no se es o no se comprende?

-Un lector atento puede deducir mucho de un escritor, más de lo que al escritor le gustaría. Cuando uno lee, lee la historia pero lee también al autor. Es incómodo, pero finalmente el lector sigue las huellas de un recorrido que siempre es personal, incluso cuando no es autobiográfico.

- ¿Trabajas los cuentos en función del final o podés partir de una idea sin tener claro dónde te lleva? ¿Qué podes contar acerca de tu método de trabajo?

-Puedo jugar un rato con algo que no sé qué forma tendrá, a modo de prueba o de ejercicio. Pero para meterme más en la historia y ponerme realmente a trabajar necesito entender un poco más el final, hacia dónde voy. A veces esto puede ser descubrir la imagen final con mucha nitidez, otras, apenas tener una idea de clima, o una sensación, pero avanzar a ciegas me trae muchos problemas. Si no sé hacia dónde voy prefiero leer, caminar, pensar, rondar la idea sin las fatalidades de tener un lápiz a mano, que fija y concreta las palabras más rápido de lo que puedo elegirlas.

-¿Le das más importancia a la trama, a la atmósfera, a la construcción de los personajes, o el relato es una unidad en la que cada uno de esos elementos debe tener peso propio?

-Es una unidad. A veces tengo claras las ideas pero no puedo avanzar hasta no encontrar al personaje, a veces veo con claridad el personaje, pero sin una idea que lo empuje a moverse es imposible ponerlo en acción. A veces tengo ambas cosas pero ni el clima ni el tono parecen acompañarlos. Pero con el tiempo también fui descubriendo que hay que prestarle mucha atención a la primera impresión que uno tiene de una idea. Todo está ahí, la extensión, el género, el personaje, la cadencia del narrador. El germen más auténtico de una idea tiene a veces todas las pistas que se necesitan para avanzar.

- Liliana Heker fue tu maestra, ¿cuál dirías que fue la lección más valiosa que supo transmitirte o que aprendiste en sus clases?

-Fueron tantas... Liliana es una gran maestra. Quizá la más importante haya sido asumir la fatalidad de que la primera versión de un cuento es solo un mal necesario. A no enamorarse del material. También me enseñó a leer de otra manera. Creo que una de las cosas más importantes que puede darte un taller es aprender a leer lo que realmente dice tu texto, y no lo que uno quiso decir. Parece una tontería, pero es una de las herramientas principales de un autor, y requiere una distancia de uno mismo muy extraña.

-¿Reconoces características comunes a los escritores de tu generación, hay algo que los distancie de la tradición y los distinga de algún modo?

-No puedo identificar nada en particular, pero quizá sea porque justamente pertenezco a esa generación, quizá se necesite un poco más de distancia para contestar esto. Sí creo que nos leemos mucho más entre nosotros. No porque las generaciones anteriores no se leyeran entre sí, sino porque los tiempos entre los que un uruguayo terminaba un libro y en los que ese libro llegaba finalmente a manos de un colombiano eran mucho más largos. Hoy nos leemos prácticamente en vivo, nos influenciamos más, discutimos o nos entendemos a través de los libros de una forma más inmediata, y seguramente eso tendrá su impacto sobre lo que escribimos.

-¿Cuál es tu próximo proyecto literario? ¿Y personal?

-Ahora estoy trabajando en un cuento bastante largo. Me está dando trabajo la forma, la estructura de lo que quiero contar, pero contar algo nuevo siempre implica aprender también cómo se cuenta esa historia en particular, supongo que es parte del proceso.
En lo personal, creo que todavía me quedaré unos años más en Berlín, escribiendo, estudiando alemán, dando mis talleres literarios en español y viajando a veces un poco.

                                                                                                                                                                                                                                                                         Verónica Abdala
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