Entrevista al actor Luis Machín

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Dueño de un temperamento actoral único, Machín trabajó en una veintena de películas, más de 30 tiras televisivas y un amplísimo repertorio de espectáculos teatrales. Hoy se lo puede ver en I.D.I.O.T.A. y El mar de noche. 

 “El mar de noche es un grito ahogado. El desamor diseccionado. La soledad escandalosa con la que se topa un hombre lejos. La espera y su agonía. Los intentos antes de hundirse. El silencio que retumba después de cada palabra. No poder nombrar, porque lo que queda cuando el amor se ha retirado es un campo arrasado, escombros, la nada, un hueco”. Con ese calibre dramático se presenta el unipersonal que sobre una historia de Santiago Loza y con dirección de Guillermo Cacace se podrá ver hasta fin de octubre en el Apacheta Sala Estudio de la Calle Pasco. La obra, ensayada durante muchísimo tiempo, fue aclamada por la crítica como una experiencia teatral íntima y conmovedora. El propio Luis Machín, su protagonista, la definió como “un relato poético de un hombre en crisis amorosa” que lo obligaba a dejarse atravesar por el texto y redoblar la apuesta cada vez. No por nada el actor fue nominado a los próximos premios ACE en la categoría “actuación masculina en obra de un solo personaje”.

Pero como tantas veces les sucede a los actores independientes, Machín reparte varias de sus noches entre el Apacheta y el Picadero, donde junto a María José Gabín y bajo la dirección de Daniel Veronese brilla –también- en I.D.I.O.T.A., del español Jordi Casanovas. El actor se pone allí en la piel de un hombre que para conseguir algo de dinero se presenta a una serie de pruebas psicológicas remuneradas que, lejos de lo que aparentaban ser en un principio, terminan por transformarse en pesadilla. “Por momentos la obra muestra aquello en lo que podemos llegar a convertirnos en situaciones extremas”, advirtió Machín, que por esta interpretación mereció una segunda nominación en la misma edición 2016/17 de los ACE, en este caso en el rubro “actor protagónico en drama y/o comedia dramática”.

Ya el 2016 había sido para Machín un año de reconocimientos: de la mano de Vigilia de Noche, de Veronese, fue nominado al ACE y ganó además el Trinidad Guevara. Fiel a su estilo social, política y culturalmente comprometido Machín lo recibió con un discurso encendido en el que habló “de una gran alegría en lo personal” ensombrecida sin embargo por una gran tristeza en lo colectivo “dada la difícil situación tanto del teatro off como del comercial”.

El pecado que no se puede nombrar (de Ricardo Bartís), La familia argentina (de Alberto Ure) y Casa de Muñecas (de Alejandra Ciurlanti) figuran entre las muchísimas obras de las que participó este rosarino que arrancó a actuar a los 16 años para verse hoy transformado en uno de los artistas más respetados del medio.

En cine participó de Vidas privadas, Un oso rojo, Dormir al sol y más recientemente de Los padecientes y Maracaibo, por nombrar solo algunos títulos. Y en televisión –donde se hizo famoso gracias a un recordado comercial de cerveza “tapa a rosca”- descolló en personajes secundarios de tiras centrales como Tiempo Final, Son Amores, Tumberos, Los simuladores, Epitafios, Mujeres Asesinas, Montecristo, Para vestir santos, Cromo, Loco x Vos, Viudas e hijos del Rock & Roll y Educando a Nina. Cinco veces nominado al Martín Fierro –que ganó en 2005 por su papel del doctor Froilán Ponce en Padre Coraje- Machín señalaba por ese entonces que “si se produce con inteligencia y se comprenden sus límites, el fenómeno televisivo puede provocar un ejercicio de actuación enorme”.

Si algo caracteriza el variado repertorio de papeles que a Machín le tocó interpretar es que se trata de personajes bastante reconocibles por lo complejos, expresivos y hasta magnéticos, unos papeles que hacían que a menudo lo pararan por la calle espectadores que por alguna razón se sentían interpelados por su trabajo. “Hace poco escuché una reflexión que me pareció muy atinada”, señaló durante una entrevista. “Decía que el actor nos hace recordar aquello que hemos olvidado. Y es cierto. Porque algunos actores y algunas obras nos hacen reflexionar en los momentos de vida en los que estamos, tanto personales como colectivos, y no porque hablen específicamente de ese tema, sino porque sin proponérselo rebotan en la cabeza del público y entran en sintonía con lo que le está pasando”. De eso, en parte, es de lo que trata el teatro.