Entrevista a Dora Barrancos

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Socióloga, historiadora y directora del Conicet por Ciencias Sociales y Humanidades, Dora Barrancos es una de las intelectuales de su generación más lúcidas de la Argentina. Y una académica y militante  comprometida intensamente con las luchas por los derechos y la emancipación de las mujeres en el país y Latinoamérica, como entre otras cosas, lo prueban su continua labor de investigación y sus ensayos sobre el tema, sus permanentes conferencias y encuentros en distintas entidades. Trabajadora incansable, rasgo que dice haber heredado de una madre calvinista que sentía horror por las horas muertas, y fuente de irradiación de una energía creadora que no deja nunca de pensar y generar ideas, Dora no da sin embargo el perfil de una mujer hiperactiva, en ebullición, sino todo lo contrario. Su imagen, sentada en el sillón de dos plazas del living de su casa, donde la entrevistamos, transmite una imagen de equilibrio y calidez, que envuelve todo lo que dice en un clima distendido, arrullador. 

El encuentro con Dora Barrancos fue en los primeros de abril, en una Buenos Aires cruzada por toda clase de protestas. Ex legisladora por el Frepaso y profesional informada al detalle de todo lo que sucede en materia política en el país, no fue difícil que los primeros tramos del diálogo apuntaran a la situación que vive la sociedad argentina en estos tiempos. “Hay un rasgo muy preocupante en la actual etapa de la Argentina –dice-, que es: la distancia que separa a los gobiernos de derecha del pasado y éste que hoy preside Mauricio Macri. Es una distancia que marca una diferencia. En los gobiernos del pasado había un sistema de representación, en el actual todo se sustancia por gestión directa, por presentación. Hoy la representación casi no existe. Los empresarios que están al frente del gobierno no son aquellos gerentes criollos de los que hablaba Pablo Neruda, son CEOs que forman parte de la trama de todos los negocios que se realizan en la nación. Y otra cosa clarísima es la articulación directa de los negocios, de los cuales es el regente el presidente de la República. Y como decíamos, gran parte de los cuadros de la gobernanza son integrantes directos de las empresas. Ya no necesitan la mediación de los abogados. Aranguren es parte de la Shell, es accionista de esa compañía y trabajó en ella en puestos directivos. Sus lazos siguen en pie. Todo eso ha construido una malla de negocios combinados entre sí, donde sobresalen los del presidente, y en los cuales las primeras líneas del gobierno están involucrados como socios o testaferros.”

Dora Barrancos

Esto no se daba en la política argentina anterior, incluida la de la dictadura impulsora del terrorismo de Estado. No había allí mediación política, porque los partidos estaban proscriptos, pero en un punto se establecía una cierta mediación. El espectáculo hoy es el de los grupos concentrados que gobiernan no por representación sino por intervención directa en la gestión de sus negocios a través del Estado. La política como forma de negociación no existe, virtualmente se ha abolido –agrega Dora Barrancos-. Impera la metonimia, que provoca el desplazamiento. No hay metáfora. Y la política se hace con metáforas. Esta es una novedad y no precisamente buena. Y además, fuera de lo estructural, hay un problema con las edades. Salvo en el caso de Rogelio Frigerio, Marcos Peña y algún otro, que tienen un ingreso a la política desde una franja joven, Macri es un parvenu demográfico, un advenedizo en la política, un tipo que ingresa a ese campo y para defender sus intereses a los a los 40 años. Para la Argentina, la suya es para iniciarse en política  una edad vieja, generalmente las militancias se empieza a desarrollar desde los veinte años o un poco más o menos. Además, este presidente no tiene respeto por la experiencia, por el know how. Entonces se produce una extrañísima combinación entre necesidad de actuar por interés y evitar la mediación política, porque, como digo, no hay metáfora. Y la política es, antes que nada, mediación.”

Para peor, añade Dora Barrancos, hay un sector de Cambiemos que podría haber contribuido a ese ejercicio de mediación, que es el radicalismo, y no lo hace. “A pesar de sus muchos errores a lo largo de los últimos años, y pienso sobre todo en el gobierno de De Rúa, el radicalismo es una organización que ha acumulado en el país una larga trayectoria en política que podría usar, pero no, ha decidido actuar como una verdadera furgoneta. Ni siquiera un furgón de cola –expone con más detalle-. La implosión de ese partido merece ser realmente estudiada. Porque esta articulación con la derecha más recalcitrante confunde incluso a no pocos de sus adherentes. Conozco a mucha gente de ese partido por mi paso como diputada por el Frepaso, y me pregunto si efectivamente piensa que este modelo es más republicano que el anterior. Algunas de esas personas tuvieron actitudes progresistas durante el gobierno de Raúl Alfonsín y hoy han adherido a esta soldadura extraña de un modo llamativo. Se podría hasta aceptarles que fueran fervientes antiK, como lo han expresado en distintos momentos, pero no esta rara convulsión que han provocado en su partido con esta alianza, la falta total de sentido crítico. ¿Cómo pueden aceptar hoy ir a negociar con el capo di mafia? Sería gracioso, si no fuera tan patético, oír ahora al presidente, en su permanente juego de ejercer la no verdad, salir a retar a la mafia cuando su grupo viene de esa composición histórica. ¿Qué es sino la Stranghetta? El estropicio de confusiones que dejan esos discursos y la desolación que produce ver como contraste la forma en que está organizada la gobernanza, es pavoroso.”

        Le preguntamos qua Dora qué reflexión le provoca el hecho de que ese discurso de la no verdad y la grosera mentira, transparentes para cualquiera que analice con un poco de detalle las cosas, sigan igual convenciendo a ciertas personas, sobre todo de clases no pudientes. Y ella responde: “Sí, es verdad, hay ciertos sectores de las clases medias, algunas bajas incluso, que están impactadas por este efecto. Me viene un recuerdo de una expresión que utilizaba Hannah Arendt en su libro Origen del totalitarismo acerca de un segmento de la sociedad que funcionaba  como una incubadora de los movimientos más autoritarios y que llamaba “la ralea”.  Era un sector que desde el punto de vista de su ubicación de clase estaba desvariado, como un desprendimiento que no sabía dónde articularse en el espectro social, porque no era ni burgués ni tampoco proletario. En la Argentina estos grupos que son también costos de oportunidad para algunos movimientos autoritarios, serían una suerte de “ralea” no social sino más bien política, que va migrando de un lado al otro del espacio electoral arrastrada por ciertos vientos que habría que precisar bien. Ha habido una migración en las preferencias de ese sector a la que, en su sentido ideológico, le debemos todavía un mayor análisis. Es como un grupo que, como dije, que tiene cierta disponibilidad migratoria en un sentido y en otro. Siempre teniendo como norte ciertos sentimientos de resentimiento preventivo que le produce la movilidad social. Es como si, de pronto, dijeran: ‘Ah, como yo me moví, ahora también otros quieren hacerlo. No, no vamos a caber todos’. No es que están resentidos porque les fue mal en la vida, sino más bien por prevención de lo que podría provocar en su situación el mejoramiento de otros sectores más sufridos. Esto ocurre incluso en los estratos académicos. “

      “Este fenómeno se da claramente en el espectro de algunas sociedades, como por ejemplo la jujeña –sigue argumentando  Dora-. ‘Cómo esos negritos o indios que vienen de abajo van a venir a ocupar un lugar que yo conquisté por mérito propio”, gruñen o protestan. Esa idea meritocrática, que es profundamente individualista, es la que da sentido, asistencia y cultivo a esa posición. ‘Ahora les dan a estos vagos una notebook. ¿Por qué se las tengo que pagar yo?’, afirman. Son magmas muy individualizados. Y que tienen desde hace tiempo una expresión política en un sentimiento muy antiK. Conozco varias personas que han justificado su voto a la derecha apoyados en esa posición. Antes llamábamos a eso configuración fascista, pero me parece demasiado llamarla hoy así. Sin embargo, se basa en una prevención persistente contra los sectores bajos de la población.” El beneficio de haberse corrido un poco en el espectro social o el haber conseguido no un cambio de clase pero sí una consideración de estatus distinto los hace sentir que se han modificado. Conozco personas que pudieron educarse porque recibieron esas pensiones de amas de casa que les dieron un poquito más de aire y que se volvieron muy antiK. Decían: ‘Yo me lo merecía. No le voy a reconocerle nunca a ella lo que me dio. Y pronuncian ese artículo, ‘ella’, como si viniera de un ente demonizado, como lo hacían aquellas señoras gordas que describía el humorista Landrú. Socialmente gordas, porque la adjetivación provenía del hecho de identificarlas con el pensamiento de los de arriba. Hay larga literatura sobre esto. No estoy diciendo nada original, porque estos fenómenos reaparecen y hay que estudiarlos en su especificidad para que no se nos escape la tortuga, para que después no nos sorprendan.”

        Le preguntamos a Dora si no cree que desde los sectores políticos que buscaban transformar al país en un sentido progresista, no se creyó, con cierta ingenuidad, que las mejoras sociales iban a causar de inmediato una adhesión que en muchos casos no se produjo. “Concuerdo con eso –responde-. De todas maneras quiero decirle que en este país hay una constante movilidad ideológica, nadie come vidrio para siempre. Por suerte. Y hay también  una capacidad de movilización, como se ha demostrado en las fuertes manifestaciones de marzo y abril. La derecha en la Argentina tiene un piso bastante menor que en Chile. El de Chile es muy alto y la identificación con los de arriba es mucho más fuerte.  La identificación allí con la dictadura fue bastante extendida. El apoyo a las políticas de derecha en esa nación sube al 35 por ciento. La Argentina no es así. De todos modos, hay que decir que existen cuencas comunitarias, que en otros tiempos eran muy provisorias como reserva de una cultura antifascista, antiautoritaria y que caminaba en un sentido coincidente de cauce iluminista, que se han debilitado. Digo iluminista, porque es el camino de la propuesta utópica del siglo XlX, de las propuestas de un mundo más justo, más fraterno, con mejor distribución y que se ligaba a cosmovisiones en la izquierda. Esos cambios se han sentido en la comunidad judía, que siempre fue un bastión de esas posiciones. Y también en el desencuadramiento que vive la ciudad de Buenos Aires respecto de propuestas más a la izquierda. En esta ciudad hubo una situación que permitió predecir lo que ocurriría después y que fue el modo abrupto en que concluyó el mandato de Aníbal Ibarra. Ahí hubo como una gran frustración y desazón por el fracaso de esas apuestas. Llevamos ocho años de macrismo en la ciudad, aunque supongo que alguna alternativa asomará. Eso cuenta entre las actuales consternaciones que vivimos. Hoy hablamos de un paladar negro afinado con la derecha en la ciudad de alrededor del 29 por ciento. Antes hablábamos de un 34 por ciento gente progre en Buenos Aires. Pero, como digo, hoy creo que se abre una cierta condición de posibilidad.”

       Dora Barrancos es integrante del Conicet desde 1986, año en que regresó del exilio. Allí obtuvo su primer contrato. Ella, dos hijas del primer matrimonio y su actual esposo Eduardo (con él tuvo luego una tercera hija), debieron viajar a Brasil para salvarse de la persecución de la dictadura. Su militancia política en la izquierda provocó que su nombre circulara entre las listas del régimen militar y debió partir o exponer su vida, que estaba realmente en peligro. Desde su vuelta está en el Conicet, del que actualmente es directora en representación de las Ciencias Sociales y Humanidades. Dora afirma que durante mucho tiempo los planteles de científicos se alineaban bastante con la derecha, lo cual no los salvaba de las desconfianzas del poder. Pero que ese panorama ha cambiado mucho en la actualidad. “La composición del Conicet ha cambiado mucho, primero en cuanto a la existencia de su demografía, que hoy es robusta –dice-. No es la misma composición tener mil investigadores que diez mil. El propio acto telúrico democrático modifica los modos de expresión que tienen los científicos y hoy hay mucha mayor contaminación política en el sentido de aceptar que la ciencia puede tener algo que ver con los poderes. Sorprende en algunos grupos ese quiebre. Y ha habido una recomposición etaria muy importante. Y, además, un papel mucho más importante de la mujer.  En el Conicet existe un 53 por ciento de mujeres. En los niveles más bajos y medios, esa proporción es todavía mayor comparada con la de los estamentos que están en la cúspide de la pirámide. Hay algunas expresiones disciplinarias, como Biología, por ejemplo, donde las mujeres son muchísimas más. O en Ciencias Sociales.  O Humanidades, que no fue históricamente un ámbito de mujeres, ahora está completamente feminizada. Historia también. No era así hace 20 años. Filosofía no era un campo para mujeres, ahora sí. Literatura y psicología también. En la facultad de Psicología tiene encima del 70 por ciento de docentes mujeres. Y el alumnado también.”

       Respecto del presupuesto dice: “Tenemos un presupuesto muy acotado, que revela un cambio en esta coyuntura que es gravísimo. Hay una pérdida importante de la autarquía del Conicet por imperativo del Ministerio de Modernización que nos pone en una encrucijada. Por un lado se reza toda la cartilla neoliberal de lo que sería una completa descentración de las responsabilidades del Estado y una apuesta al mercado, pero por el otro hay una función cerrada para el control de los cargos por parte de Modernización. Ahora hay un congelamiento de vacantes, que quiere decir algo más que eso. En estos momentos el Conicet no puede hacer nada, pedir un artículo 9, hacer contrataciones, por ponderadas que sean, y que son atributos que le da su autarquía. Todas las formas de contrato pasan por el control de ese ministerio. Por eso digo: estamos en una coyuntura severa, de pérdida de la autarquía. El directorio tiene sus responsabilidades, debería asumirlas en conjunto, y en ese punto también estamos en una crisis. El directorio no puede abdicar de su responsabilidad de conducir, no puede aceptar ex ante el presupuesto para 2017/2018.  Yo se lo dije al ministro Lino Barañao, al que conozco hace muchos años. Él puede hacer lo que quiere, acata, disminuye el presupuesto, acepta la reducción, se cura en salud y hace un presupuesto más chico y luego funge una justificación. Pero el directorio del Conicet no tiene por qué acatar ex ante la reducción de los recursos, porque su mandato no proviene del Poder Ejecutivo, sino centralmente de los propios científicos. El directorio es el gobierno de esa entidad que tiene cuatro miembros votados por la comunidad científica y cuatro que representan a órdenes institucionales, a las Universidades y a las Provincias.”

       Respecto a sus trabajos de investigación y actividad militante, nos informa: “Soy una persona con energía y trabajo mucho. Tengo una demanda la sociedad civil en compromisos muy militantes, en todo lo que tiene que ver con derecho de la mujer. Y eso me lleva mucho tiempo. Todo ese enorme espectro no se convence todavía de que hay jóvenes en muy buenas condiciones de hacer una militancia por haber reunido un saber académico acrisolado y muy buenas definiciones políticas. Y en el Conicet tengo un plan riguroso que cumplo porque si no las actividades me comen viva. A los directores no nos pagan por ejercer ese cargo, nos dan un reconocimiento (los viáticos) por la presencia en las reuniones de directorio, pero no tengo salario como directora. Estamos tan averiados que trato de que no me hostigue el mal humor interno. No quiero hostigarme a mí misma. En 2018 se cumplirá mi mandato y no veo el momento en que tengamos de nuevo el plan eleccionario. Este período se ha envuelto de una  particular espesura y me lleva bastante energía enfrentarlo. Pero trato de reflexionar y de no derrapar. La otra cosa que tengo que conciliar con eso es la investigación. Acabo de terminar un trabajo que me demandó mucho, que es sobre guerra fría y géneros, comparando tres momentos de la guerra fría en tres países y en circunstancias asociadas a distintas mujeres. Fue dificilísimo, pero lo terminé y se publicará como un capítulo de un libro de una querida colega en Costa Rica, Eugenia Rodríguez. Yo le dedico tres horas por día a ese trabajo de investigación y escritura. Esté donde esté. Es una disciplina. Un querido colega ya muerto de Brasil decía: ‘El camino va del saber al no saber’. Y en esta aventura del libro del que hablé  descubrí a la mujer del ex presidente de Guatemala, Jacobo Arbenz, Cristina Vilanova de Arbenz. Es difícil imaginar lo que fue hostigada esa mujer. Los Arbenz tuvieron un destino muy trágico. Sus dos hijas se suicidaron. Es una historia dramática. Guatemala fue, desde los comienzos de los años cincuenta (el derrocamiento de Arbenz se produjo por un golpe de Estado que orquestó en forma directa la CIA en 1954), uno de los principales focos de la guerra fría. Ese fue uno de los tres trabajos que fueron al libro. En otro puse el ojo en el Plan Conintes, en la Argentina, y la experiencia de un manojo de mujeres que estuvieron bajo la mira de los tribunales militares de ese plan represivo. Y el tercero tiene como escenario a Brasil después del golpe, en una expresión más tardía de la guerra fría, cuando se organiza el Movimiento Femenino de la Amnistía. Y ese a ese movimiento lo conocía mejor porque tuve cercanía a él durante mi exilio. Estoy muy conforme y trabajo en algunos otros ensayos, entre ellos uno cortito que se llamará Historias mínimas del feminismo latinoamericano.”

                                                                    Alberto Catena

Fotos: Sub.coop