Entrevista a Ignacio Apolo

Entrevistas

Autor teatral, docente de dramaturgia, director y novelista, Ignacio Apolo, ex integrante del grupo Caraja-ji en los noventa, forma parte de una generación de creadores que desde esos años ha aportado mucho a la escena argentina. Trabajador incansable, sus obras han sido representadas en distintos lugares y recibido varios premios. El año pasado dirigió su propio texto La alegría, en el teatro El Extranjero; Punto muerto (una obra suya breve que integró un ciclo de teatro político que incluyó también a Andrés Binetti, Mariano Saba y Héctor Levi-Daniel) y más recientemente Locos de contento, del uruguayo Jacobo Langsner, primero estrenada en Mar del Plata y ahora en Buenos Aires. Sobre esta última experiencia, se refirió a la adaptación del libro original, los problemas con un público que en estos días tiene estándares de atención cada vez más acotados.

Concebida como una obra para gira –con pocos actores y una escenografía fácil de adaptarse a distintos ámbitos-, se estrenó en marzo y se verá todos los domingos en el teatro El Tinglado, de Buenos Aires, una nueva versión de la comedia Locos de contento, de Jacobo Langsner. La obra se dio a conocer acá luego de estar dos meses en Mar del Plata en una de las salas del viejo Hotel Provincial, reinauguradas para esta temporada luego de estar cerradas durante dos años. La intención de los impulsores de esta iniciativa, al frente de la cual están como intérpretes los actores Victoria Onetto y Adrián Navarro y en la dirección Ignacio Apolo, es seguir el periplo de visitas con la pieza durante todo 2018 y en diversas localidades bonaerenses y ciudades del país. Dada a conocer en 1991 por la dupla formada por Oscar Martínez y Mercedes Morán, y luego llevada al cine en 1993 por Beda Docampo Feijóo con Luis Brandoni y Mirtha Busnelli, Locos de contento es un texto eficaz que ironiza con mucho humor sobre los desvelos de un matrimonio de clase media que, en su intento de salir de la crisis económica y anímica que la aqueja, urde una cena con un senador para convencerlo de que nombre al marido de la pareja embajador en un país extranjero, pero fracasa con estrépito y sin siquiera poder concretar el encuentro. Típica obra de costumbres que aplica su aguijón en la piel de las eternas fantasías de salvación de cierta clase media con aspiraciones rápidas de ascenso social, el libro ha servido como base a distintas puestas en escenas en varios lugares del país en los últimos años.

Ignacio Apolo, el director de esta versión, en un encuentro que mantuvo con Revista Cabal en una confitería del barrio de Belgrano ubicada sobre una librería, le explicó al cronista que este proyecto se empezó a ensayar por noviembre y la primera posibilidad fue mostrarlo los fines de semana en Mar del Plata. “Las temporadas allí ya no son lo que supieron ser –dijo-. Los ciclos de verano arrancaban en diciembre y a veces se extendían hasta marzo. Eso no ocurre más, pero nosotros, en una sala chica, pudimos salvar la ropa y mantenernos esos dos meses. Ahora con el formato que tenemos pensamos hacer visitas breves a varias ciudades y descontamos que nos irá bien porque es una pieza que divierte mucho a la gente.” La obra original tenía el doble de duración que ésta que se ve en el Tinglado. El director comentó al respecto: “Ese detalle testimonia el paso del tiempo. Cuando se estrenó era otro momento del teatro, el público tenía otros tiempos de atención. Un espectador de estos días a la hora y diez minutos prende el whatsapp y es muy difícil cautivarlo por un lapso mayor a ese. No está mal que alguien escriba textos de más de dos horas, cada creador opera de acuerdo con sus criterios artísticos, pero solo con dos actores y en un ambiente único, es complicado sostener el interés de la gente por un tiempo más largo. La iniciativa de hacer Locos de contento partió de la actriz Victoria Onetto, con quien yo había trabajado en otras oportunidades. Ella tomó el texto y me propuso a mí dirigirlo. Pensaba que debido a la persistencia de la crisis económica y los rebusques que ciertos sectores imaginan para zafar de ella la obra podía ser repensada. Y a mí me pareció que tenía razón. Y nos pusimos a trabajar para contextualizarla en el aquí y ahora.”

¿Y cómo trabajaron el texto?, preguntamos a Apolo. “Lo que hicimos en realidad fue un recorte dejando más que nada el esqueleto pelado –contestó-. Y respetamos el recorrido de la acción dramática. Había mucha digresión que se expurgó, porque el texto abundaba en detalles que lo estiraban mucho. Se trataba de ese modo de convertir el espectáculo en algo más eficaz y que pudiera funcionar bien en el marco de un plan de gira. Había que preparar las condiciones escenográficas y de iluminación que permitiera adaptarla a situaciones distintas, montarla en teatros de escenarios cambiantes. Ya el traslado de esa cama que aparece en toda la historia era un tema a solucionar. Pero ya hemos hecho muchas funciones y el público responde. Por otra parte, los actores están muy asentados y componen sus papeles con mucha pericia.” Lo consultamos también al director sobre lo que piensa de la intolerancia del público a detenerse demasiado en una obra, un libro o lo que sea. “A mí se me ocurre una obra y escribo sesenta páginas y enseguida pienso: ¿y ahora cómo hago para montarla? En una película con los efectos especiales, el sonido y la pantalla grande, es menos complicado estimular la atención del público, aunque cada vez más se ve más en los cines a algunos espectadores que se distraen y encienden la luz de la pantalla de sus celulares. Esto es parte del nuevo estilo de vida, donde la gente está conectada en red de forma permanente. Es raro que no se esté, por lo menos, en dos lugares al mismo tiempo. No hay nadie manejando en la ciudad que no esté mirando el GPS y de paso echando una mirada a los mensajes de texto en el móvil. Esto un rasgo diferencial de esta época en muchas personas: la falta de atención duradera en un solo objeto. En teatro, salvo casos que son excepcionales, la tendencia es a ir resignando la extensión de las obras con el propósito de lograr que los espectadores se concentren en ese acontecimiento vivo que ocurre delante de sus ojos. Por último, todos queremos que cuando ponemos una obra la gente se siente y quede atrapada mirando lo que sucede arriba del escenario, le guste lo que ve, se ría o se entretenga, y no haga otra cosa.”

“El teatro sigue teniendo, sin embargo, un rasgo peculiar –continuó Apolo-. Yo puedo mirar un capítulo de una serie o una película en el recreo de una clase a otra o quedarme en casa y combinar esa atención con otros menesteres, pero para ir al teatro debo vestirme e ir a una sala. Y eso, que todavía se mantiene, rescata al teatro como una actividad diferente, específica, que requiere otra disposición y te sustrae de la cápsula. De cualquier manera, lo que ocurre hoy me parece que es un fenómeno dinámico y en algún momento se empezarán a gestionar los esfuerzos para que esa capacidad de atención que hoy se dispersa tanto se recupere cuando sea necesario, para las cosas que exigen una concentración especial. Por ahora lo que sabemos es que esa atención es más breve, dura menos, que muy rápido te empieza a picar la ansiedad. Los cambios tecnológicos y culturales suscitan una sensación de inmediatez que es difícil resistir. Te mando un mensaje y no espero un día para que me contestes. Si el otro lo leyó te das cuenta por los famosos “vistos”, y pretendes que te contesten ipso facto. Y esa ansiedad te intercepta el flujo de las otras actividades. Habrá que aprender a regular ese hábito, buscar nuevos equilibrios. La clase que doy a mis alumnos dura cuarenta y cinco minutos, lo mismo cuando voy a nadar, y en ese lapso no veo nada. Pero a veces la ansiedad te copa. Y son cuarenta y cinco minutos nada más. No pasa nada si no se mira el celular durante ese período.”

Sobre su actual actividad y sus proyectos, Apolo nos contó: “Estoy dando clases como siempre y preparando la parte de escritura de una obra bastante pequeña y breve donde quiero incorporar a mi hija de diez años. Es un tema que quiero indagar. Voy a hacer que baile y que cante unas canciones en el espectáculo. Y probablemente esté también yo en el escenario para vehiculizar eso. Voy a trabajar además con una actriz adulta, que llevaría la carga de la actuación principal. Posiblemente yo lea textos, en lo que puede constituir el hilo narrativo de la obra. Es una experiencia de cámara. Veremos qué pasa. Después de un año como 2017, que fue muy agitado y con mucho trabajo, me estoy volcando a este proyecto. Y sigo con las clases como te digo, que exigen una dedicación muy fuerte. A diferencia de las clases de actuación, donde el objeto es efímero, se hacen los ejercicios durante algunas horas y luego la cosa termina, las clases de dramaturgia son muy demandantes, porque después de las clases debes leer decenas de borradores de obras, de las cuales hay que hacer devoluciones regulares y seguir su proceso de escritura hasta llegar al resultado final. Es un trabajo desgastante, que te agota, por más entrenamiento que tengas. En la actualidad doy clases en la Escuela Municipal de Arte Dramático (EMAD), en los talleres privados de Mauricio Kartun, y en las clase que dicto on line en el Celcit. En medio de todo este ajetreo, que me hayan llamado en noviembre pasado para dirigir una obra de otro autor, como ocurrió con Locos de contento, es gratificante, en especial por lo que significa como elemento de variación para alguien que como yo suele estar vinculado a proyectos de teatro más relacionados con mis propios textos. A esta última veta he regresado con lo que estoy tratando de escribir ahora, que es más experimental y narrativo y está en el polo opuesto de lo que dirigí de Langsner.”

                                                                                                                                                       A.C.