Patricio Contreras, un actor intrépido

Entrevistas

Sutil, lúcido, irónico y muy reposado –en contraposición con la exuberancia que suele derrochar en escena-, Patricio Contreras reflexionó sobre sus últimos trabajos en la Argentina, un país al que hace 35 años honra con su talento. En especial lo que hace para teatro, un espacio en el que su labor ha alcanzado cotas de calidad muy altas.

Hace muy poco tiempo, una veterana periodista lo calificó, después de ver su trabajo como Edward Carr en Cenizas, como un actor talentoso e intrépido. Y a Patricio Contreras lo satisfizo esa definición, porque la primera cualidad se la habían señalado muchísimas veces –y tiene más de veinte premios por interpretaciones en distintas producciones teatrales, cinematográficas y televisivas para probarla-, pero la de ser un  actor osado no la había oído con frecuencia, tal vez alguna vez de uno que otro colega.
Y es verdad: Contreras es un actor con una enorme capacidad de riesgo, virtud dorada para los actores creativos, porque multiplica sus posibilidades, pero que no suele verse en todos, sobre todo en aquellos con muchos años de oficio, que a menudo se vuelven conservadores.

Su labor en Cenizas, del norteamericano Neil LaBute (autor también de La gorda, Una cierta piedad y La forma de las cosas, todas vistas en Buenos Aires en los últimos tiempos), es una demostración cabal de ello. Una hora veinte minutos de actuar solo frente al público, en una obra vertebrada sobre un largo monólogo de alguien que cuenta cómo fue su vida con la mujer que amó y que ahora vela en una capilla ardiente, es un desafío difícil de abordar con éxito para cualquier actor. Y Contreras logró superarlo poniendo en juego una ductilidad de transfiguración y un arsenal de recursos técnicos que, a lo largo de una carrera que pronto cumplirá cincuenta años, se han refinado hasta límites muy sutiles. Es la misma depurada aptitud que mostró en la temporada 2011/2012 del Teatro San Martín en su estupenda composición del rey Basilio en La vida es sueño de Calderón de la Barca.

Contreras comenzó su travesía en la profesión en el Teatro Ictus de Chile cuando tenía 17 años. Aceptado que cumple 65 años el próximo 15 de diciembre, lleva ya casi medio siglo de actuación, como se dijo. En la Argentina se radicó en forma definitiva en 1975, después que la instalación de la dictadura de Augusto Pinochet en su país en 1973 iniciara una serie de persecuciones y acosos contra los integrantes de su grupo. Pocos años antes de radicarse había visitado Buenos Aires con la compañía logrando una gran repercusión en el teatro Lasalle. Su primera película en nuestro territorio fue No toquen a la nena, en 1976. Y desde entonces ha actuado en cerca de 40 largometrajes, en algunos de los cuales fue premiado por su trabajo, como en La historia oficial, Made in Argentina, La frontera, La última siembra o Después de la tormenta.

En forma simultánea inició su labor en teatro en distintos títulos, entre otros en La granada, Seis personajes en busca de un autor, El hombre elefante, La señorita de Tacna hasta llegar al suceso de Muerte accidental de un anarquista, de Darío Fo, que se dio entre 1983 y 1985 y en donde hizo cinco personajes. La lista que sigue desde entonces es muy amplia y está integrada, entre otras, por obras como Made in Lanús, El tirano Banderas, Luces de Bohemia, Esperando a Godot, Aniquilados, Telémaco o el padre ausente y Blackbird. Por su parte, desde 1984, y con el retorno de la democracia, también fue contratado para distintos papeles en televisión, algunos de los cuales, como el de Buscavidas, contribuyeron, junto a su labor teatral y cinematográfica, a darle una fuerte popularidad.

Muy dotado tanto para el drama y la tragedia como para la comedia, Contreras ha desarrollado su oficio en todos estos géneros, pero siempre en producciones de muy buena calidad, que le han conferido a su trayectoria profesional un rasgo de marcada coherencia. En sus últimos años, su esfuerzo más intenso se desplegó en teatro, ámbito que en general los actores prefieren por la mayor posibilidad que les ofrece de explotar su creatividad. No obstante eso, Contreras no ha dejado de aparecer de tanto en tanto en televisión (El elegido o Víndica) cuando le han ofrecido un papel satisfactorio o en distintas películas, algunas de ellas realizadas no sólo en Argentina sino también en Chile, como Sexo con amor –la película trasandina que más se vio en su país hasta 2012, de Boris Quercia-; Sal, un western moderno filmado en el desierto de Atacama al norte de Chile y dirigida por el argentino Diego Rougier; y La pasión de Michelángelo, de Esteban Larraín, no estrenada aún, que relata los episodios protagonizados por un supuesto vidente y que produjeron gran alboroto religioso y político entre 1983 y 1988 en Villa Alemana, una población cercana a Valparaíso.

Como decíamos al principio, Contreras es de esos actores que busca siempre nuevos retos en su trabajo, propuestas que desafíen la probada solvencia obtenida a través de los años. Eso le ocurrió con Cenizas. “Al comienzo –dice- me preocupaba no encontrar en este monólogo un conflicto agudo. Y eso porque el teatro se concibe esencialmente como una pugna, un antagonismo. Pensaba en cómo haría para crear expectativa en el público a lo largo de casi una hora y media. Pero poco a poco con Alejandro Tantanián, que es un director además de talentoso con una gran intuición teatral, le fuimos encontrando a la estructura las bisagras, los climas, a través de los cuales se podía seducir a los espectadores. El éxito de la obra demuestra que lo logramos. El otro temor era memorizar un texto tan largo, teniendo en cuenta que la versión definitiva, la alcanzada mediante algunos cortes y ajustes que adaptaran el lenguaje original a cierto tono coloquial más nuestro, se logró ya avanzados los ensayos. Estaba un poco aterrado, la experiencia más cercana a eso la había tenido en La vida es sueño, que arrancaba con un monólogo de diez minutos en verso barroco, castellano arcaico, un texto endemoniado para entenderlo y después encontrar la forma de que los demás lo entiendan. Pero Cenizas era un unipersonal, estaba solo en escena. Y entonces me empecé a preguntar si, a pesar de mi eficiencia en otros trabajos, no sería que acá no tenía tal vez la habilidad o destreza necesarias para entretener a una platea una hora y veinte. Por suerte, el trabajo despejó las incertidumbres y superó las dificultades. Y el espectáculo se sostuvo. Y lo hizo a través de la palabra. Las dos cosas que más me gustan en el teatro son disfrazarme y manejar las palabras, las ideas. Me fascina la virtud que tienen las palabras de provocar imágenes, evocaciones y sensaciones."

Cenizas, como antes Blackbirds, de David Harrower, la otra pieza en la que hace unos años Tantanián también lo dirigió a Contreras, es una obra sinuosa, que aborda tabúes con una  franqueza inusual, no para tomar partido por la transgresión que describe sino con el fin de proponer el tratamiento de temas que habitualmente sustraemos del debate, con un resultado que es realmente mucho peor. “Cenizas o Blackbirds son obras que están en la línea estética del teatro de Sarah Kane, del “in your face” (en tu cara) –comenta Contreras-. Es una línea teatral que nos provoca con aquellas cosas que no queremos ver, que no queremos enfrentar: la fantasía del incesto, del abuso, para ver qué nos pasa con eso. No es un teatro que proponga un ‘viva la pepa’. Todo lo contrario. Es el abordaje de temas difíciles pero que se deben hablar. En el arte los tópicos no se agotan, siempre hay nuevas ventanas que abrir. Y esto de enfrentarnos a los fantasmas que habitan en nosotros, que negamos, escondemos y ni siquiera en la intimidad más profunda nos permitimos tocar, es sanador. Por eso me parece bien que esos asuntos se lleven a escena, aunque sean inquietantes. Para eso está el teatro: para inquietar y hacernos pensar.” Con humor, el actor chileno-argentino agrega: “Ya le dije a Tantanián que en la próxima obra tendríamos que hacer al Pato Donald para ver que relación rara o perversa tiene con sus sobrinos."

Por ahora, y más allá de bromas, entre los proyectos concretos de Patricio Contreras está actuar el año próximo en el Teatro San Martín en la obra El crítico, del español Juan Mayorga y que dirigirá Guillermo Heras. Sin perjuicio de aceptar ciertos trabajos en la televisión (“Trabajar mucho en ese medio te hipoteca la vida, por eso los jóvenes actores como Pablo Echarri o Joaquín Furriel la alternan con el teatro. Es gratificante el reconocimiento del público y lo que te aporta en lo económico, pero para eso te ‘chorean’ la existencia y no haces lo que querés”) o alguna propuesta en cine, la apuesta más fuerte seguirá siendo en teatro. ¿Se puede hoy vivir del teatro, le preguntamos a Contreras y responde con gracia: “Sí, si se tiene continuidad y se le pega el palo al gato”. O sea, si también se acierta.

En cuanto al valor del teatro señala: “Los actores tenemos fama de narcisistas y egocéntricos y en alguna medida es posible que eso sea cierto. Pero al mismo tiempo damos prueba de cierta humildad en esta concesión que hacemos de trabajar en grupo, colectivamente, un ámbito en el que hay que negociar. No sé como un escritor se las arreglaría para negociar. Hay a veces en mucha gente una incapacidad de considerar la mirada del otro. Y en el teatro eso es muy importante. Y en una época en que todo tiende al aislar, el teatro tiene esa gracia de recuperar la experiencia humana del contacto personal."

Patricio Contreras ha estado vinculado también al Centro Cultural de la Cooperación, donde trabajó hace poco en Los poetas de Mascaró. En estos días en que se festejan los diez primeros años de ese complejo, el actor recuerda una imagen del día en que se inauguró oficialmente: “Había salido de mi departamento, y me fui caminado desde Las Heras y Pueyrredón hasta Corrientes, entre Montevideo y Paraná, donde se abrían públicamente las puertas del CCC. Y mi visión en el camino fue la de un verdadero aquelarre: chicos revoloteando por las calles, un violinista pobre tocando su instrumento para ganarse unos pesos, los grupos de cartoneros que recorrían las calles y que parecían venir de otro mundo, uno no estaba acostumbrado a ellos. El país había entrado en un agujero que no se sabía donde terminaba. Y eso estaba en la atmósfera. En esos días yo salía a correr por Libertador y a veces me preguntaba si corría o huía de algo. Y al llegar a Corrientes al 1500, encontré esa cuadra poblada por miles de personas y un escenario en la calle. Y ese discurso de Floreal Gorini, a la vieja usanza socialista, con toda su retórica incluso. Parecía un cuadro surrealista. Se habían caído las Torres Gemelas un tiempo antes y el flamante siglo XXI nos amenazaba con sus inquietantes espectros. La Argentina, en consonancia con ese contexto apocalíptico, se deslizaba por el abismo. Y, sin embargo, una voz hablaba de esperanza, se inauguraba un centro cultural de inspiración socialista. Me pareció extraordinario, conmovedor. Era, es, un testimonio de la gran sensibilidad, de la conciencia del valor de la cultura que todavía tiene esta sociedad.”

                                                                                                     Alberto Catena