Tito Cossa, un dramaturgo de alma

Entrevistas

El gran autor argentino se refiere en este diálogo a su última obra, Daños colaterales, un texto duro y sin concesiones, pero no le saca el cuerpo, como es su estilo habitual, al desafío de opinar sobre temas puntuales de la realidad política nacional e internacional. La cuestión del Papa, la muerte de Chávez o la tara del dólar son todos asuntos que aborda aquí con su habitual lucidez.  

Sigue al frente de Argentores, pero esa responsabilidad no le ha impedido seguir escribiendo teatro, la pasión que lo convirtió en uno de los grandes dramaturgos de la historia argentina. Para demostrarlo Roberto “Tito” Cossa estrenó a mediados de febrero pasado, Daños colaterales, una historia dura y sin concesiones, que cuenta la trágica secuela en que deriva una tortuosa relación nacida entre un militar y una mujer en época de la represión dictatorial. Texto sombrío, pero muy bien escrito y de milimétrica precisión dramática, expone hasta qué punto la mentalidad que imperaba en aquel período brutal del país no ha cambiado ni un ápice entre la mayor parte de los victimarios. La obra tiene tres personajes, el principal de los cuales es un ex hombre de armas, ahora encargado de la seguridad de un edificio, que encarna José María López en un trabajo que ha sido elogiado en forma unánime.


Cossa no estrenaba desde 2009, en que presentó en sociedad Cuestión de principios, una pieza que giraba en torno al conflicto de un padre y una hija (él sindicalista, ella editora), que ajustaban cuentas entre sí por los largos silencios, peleas y desencuentros ideológicos que habían protagonizado en sus últimos veinte años. No obstante, muchos textos del autor, como La nona, Yepeto, El viejo criado, Angelito y varios otros, se han seguido reponiendo en los últimos años tanto en Buenos Aires como en el interior del país, manteniendo siempre su figura en el candelero. El presidente de Argentores es además una personalidad pública reconocida que, de manera regular, es entrevistado por el periodismo para conocer sus opiniones sobre distintos temas, no solo los de su producción artística, o que escribe, cuando tiene necesidad de expresar un pensamiento o contar una anécdota en Página/12.  
Esta charla, que abordó en primer término el reciente estreno de su obra teatral, tampoco   desaprovechó la oportunidad de solicitarle su parecer sobre distintos tópicos de la vida política o intelectual del país o el extranjero.


¿Por qué Daños colaterales, más allá de sus compromisos con el Teatro del Pueblo, no se estrenó en la Av. Corrientes, que es donde más público va?
Porque yo y otros autores argentinos no escribimos para la avenida Corrientes. Esa calle tiene a menudo espectáculos hechos en base a autores interesantes –de los que después nadie se acuerda ni el nombre- y una estética cuidada. En general son autores cuyos derechos se compran en Nueva York y se negocian acá.


He oído decir que a la hora de elegir autores para la Av. Corrientes hay un cierto prejuicio con los autores nacionales.
Es muy posible. Pero en este caso concreto no sé si esta obra hubiera ido bien para el público que va a esos teatros. Me pregunto: ¿Qué hubiera pasado con alguno de los empresarios que asume riesgos, como Carlos Rottemberg, de haber estrenado este texto en alguna de sus salas? Escucho decir mucho: es una obra muy dura. De modo que no me parece que sea para recomendar demasiado a la gente que no quiere ir a sufrir al teatro.


¿Cómo nació el proyecto?
Empezó hace más de dos años con unas improvisaciones que encaré junto a los tres actores que hoy están en el elenco. Pero, al principio, no pasó nada. Quise escribirla en casa y no pude avanzar. Hasta que cambié de idea respecto de los personajes. En vez de ser el hijo de un guerrillero el que buscaba noticias sobre su padre desaparecido en la casa de otro  ex guerrillero, imaginé que sería el hijo de un ex represor el que buscaba información sobre su progenitor en el domicilio de un militar amigo. Y esa mutación del enfoque, la posibilidad de escribir la peripecia desde los victimarios, me sacó de la parálisis. Y una vez terminada me dije que debía hacerla con los integrantes del elenco con el que había estado improvisando e incluso montarla en sala chica del Teatro del Pueblo. Y estoy conforme con los resultados, con la forma en que funciona esa ceremonia teatral en la sala pequeña. 

 

En sus últimas obras se ha diluido bastante el humor. ¿Le encuentra alguna explicación a ese cambio?
No sé por qué sucede eso. Llegan las primeras imágenes, las primeras puntas del diálogo, y vienen con el estilo puesto. Yo pienso mucho por medio de diálogos, no en  forma descriptiva, como haría un novelista. Y eso que aparece me va imponiendo el estilo. Por otro lado, no hubiera podido abordar este tema de otra manera que no fuera el drama. En Cuestión de principios tuve también la necesidad de escribir sobre eso que conté. Finalmente ese soy yo. No puedo traicionar lo que procede de mi propia persona, de mis imágenes.


Vivimos una época donde el autor cada vez tiene menos presencia. ¿A qué se debe ese problema?
Es un problema cultural. Contra eso me parece que se puede hacer poco. Hay ejemplos de olvido realmente notables. En la revista Ñ hace un tiempo salió una nota recordando un aniversario de la película Esperando la carroza. Hablaba maravillas del filme, al que consideraba un clásico, e incluso citaba bocadillos dichos por los actores. Pero no nombraban a su autor, Jacobo Langsner. Y he leído reportajes de doble página a actores o directores donde pasa lo mismo. No es un problema de enemistad, hecho a propósito, es un olvido cultural. El autor primero perdió el rol literario, nos expulsaron de la literatura. Después la Academia Sueca nos quiso reivindicar y les otorgó el Premio Nobel a dos dramaturgos: Darío Fo y Harold Pinter, pero fue un intento nada más. Aquel autor universal, aquel dios del teatro no existe más.


Pasemos a otros temas fuera del ámbito artístico, que siempre son interesantes tratarlos con usted. ¿Cuándo le hacen un reportaje siente temor a que se lo pueda asimilar con las posiciones del oficialismo?
No, al contrario. Por otra parte no creo que digan de mí: el oficialista Roberto Cossa.  Porque no soy una persona que aparezca tanto o que haya aceptado puestos o cargos. Pero apoyo este proyecto de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner y recibí con gusto una distinción que me hizo, porque proviene de un gobierno democrático. Por lo demás, la oposición empuja cada vez más a apoyar al kirchnerismo. Cuando se escuchan las canalladas que se propalan –que si fueran críticas estarían bien, pero son canalladas, nada más- uno piensa que no queda más que respaldarlo. Y hay muchos otros puntos que reprocharle a la oposición: no plantea el tema de los derechos humanos, no habla de los juicios a los represores, no tienen contacto con los organismos de las madres o de las abuelas. Y ahora que se suscita la necesidad de reformar el funcionamiento de la justicia, tampoco está. Todo lo que hace es estar en contra. Así no se puede. 

En estos días, desde los medios, y con apoyo de la oposición, se ha iniciado una campaña contra los intelectuales Horacio Verbitsky y Horacio González.
Uno podría discutir con Verbitsky algún punto de vista, pero no se puede negar que es el mejor periodista de investigación que tenemos. Tengo un enorme respeto por él. Y por Horacio González, que me parece una figura emblemática, muy querible. Es alguien que está haciendo una gran tarea en la Biblioteca Nacional. Y tiene una obra escrita de gran valor. Son dos tipos a los que respeto profundamente. Y, aparte: supongamos que la actuación de Bergoglio bajo la dictadura no fue algo muy cuestionable. Que hacía la plancha, esquivaba situaciones. Se podría decir: durante la dictadura jugarte te costaba la vida. Mirá lo que le pasó a Angelelli, a los curas palotinos. No era fácil. Ahora digo yo: en democracia el ahora Papa Francisco nunca recibió a las madres. ¿Cómo es posible? El habla de sensibilizarse ante la bondad y la ternura. ¿Hay algo más tierno que las madres y las abuelas? Él no se sensibilizó nunca, nunca se le ocurrió decirles: vengan. Eso es lo que le cuestiono más al Papá además de algunas declaraciones desafortunadas. Pero eso es parte del pensamiento de la Iglesia sobre el aborto, el matrimonio igualitario, que es muy conservador.


¿Cómo le cayó la muerte de Chávez?
Me produjo mucho dolor, era un verdadero líder, como todos discutible, pero una figura de relieve en América Latina. Fue el tipo que más avanzó. Se trata de una desgracia muy fuerte. Vamos a ver ahora que vienen las elecciones qué pasa sin él, si su herencia puede seguir. Pero no hay caso, algunas figuras son irremplazables. Yo lo respetaba mucho, a veces decía para qué dijo esto, pero fue el dirigente del continente que más entendió el momento, el primero y el que más lo llevó a fondo, con todos los problemas que tenía que afrontar para aplicar su modelo en su país y en un mundo ganado todavía por las teorías neoliberales.


¿Usted lo conoció?
Cuando asumió Kirchner vinieron Chávez y Fidel. Y alguien nos invitó a una charla con  Chávez. Por entonces le tenía simpatía, pero todavía me parecía un caribeño inteligente y divertido, pero no lo conocía a fondo. Nos citaron a varias personas de la cultura, ninguna muy renombrada, al Hotel Hyatt a las 19 horas. Llegó a las 21. Nos dio la mano a todos y para cada uno tuvo un comentario respecto de su profesión. Lamentó la demora y alguien de su equipo nos dijo que nos dedicaría media hora. Estuvo hablando más de dos horas. Y una de las cosas que descubrimos, además de su seducción (varios decían “me quiero ir a Venezuela”), fue su cultura, era realmente un dirigente muy formado, de muchas lecturas. Y mientras hablaba con nosotros, un asistente le entregó un celular y él dijo: ‘Hola Fidel, disculpa, pero estoy aquí con unos intelectuales argentinos’. Y uno de los presentes le pidió: “Que venga Fidel”. Y él le transmitió: “Dicen que vengas’. Bueno, al rato terminó la charla y le comenté a Rubens Correa y a su mujer Patricia: vamos a saludarlo y le agradecemos. Y nos fuimos quedando para hacerlo. Éramos ya poquitos y en eso se escuchan unos pasos de gigante. Eran los de Fidel que preguntaba: “¿Dónde está el impuntual de Chávez?” Y miramos hacia el lugar y lo vemos a Chávez muy graciosamente arrodillado pidiéndole perdón a Fidel. Tenía esas salidas que eran increíbles. Y entonces comenzaron a charlar para los pocos que quedábamos: éramos cuatro o cinco. Fidel había hablado frente a la Facultad de Derecho. Y se lo veía muy entusiasmado, destacando la importancia del hecho. Y yo pensaba: éste hombre que ha hablado ante millones de personas y ahora está deslumbrado de haber hablado a 50.000 personas. ‘Me dijeron que no vaya. Y yo contesté: ¿Cómo? Solo muerto no podría ir’, dijo Fidel. Después nos saludamos y se fueron. Pero volviendo a Chávez: realmente nos deslumbró. No era simplemente un populista, que te convencía, era muy sólido. Y tenía muy claro que quería y eso fue lo que después hizo.


Es que la desconfianza inicial provenía del hecho de ser militar.
Claro. Pero al poco tiempo empezó a hacer cosas. Había un escritor venezolano con el que estaba conectado y recuerdo que le escribí para preguntarle de qué se trataba ese proceso y él me contestó que estaban haciendo una “revolución bonita”. Me acuerdo esas palabras. Él estaba encantado y participaba. Y es verdad, Venezuela ha avanzado mucho. Todos los índices sociales han mejorado. Faltan cosas por hacer, pero se hizo mucho. Y con la prensa siniestra en contra y la conspiración de los poderes económicos. Pero, ¿quién iba a decir cuando él apareció que veríamos a esta América Latina de hoy? Si lo afirmabas te decían que estabas borracho.


¿Seguirá como presidente de Argentores?
Bueno, en agosto próximo hay elecciones para renovar el mandato de la junta. Estamos viendo qué decisión tomar. Por un lado pienso que cumplí un ciclo, pero la tarea me gusta. Además, Argentores se normalizó mucho. Esto ya empezó con Migré. Pensemos que es una sociedad que estuvo a punto de desaparecer. Hoy es una entidad normal, tranquila, transparente, no hay ningún tipo de trapisondas ni despilfarros. Pero vamos a ver, como digo, no tengo una decisión tomada.


¿Cómo ve el futuro acá y en el mundo?
Con cautela. El capitalismo es muy fuerte aún, no solo nacional sino el internacional. Y los medios de comunicación que están a su favor también. No hay más que mirar a Europa. El modelo que plantea la mentalidad tecnócrata para una sociedad madura, sólida y permanente implica que la tercera parte de la población se va a la lona. España es el ejemplo clásico. Allí están haciendo bien los deberes, pero tienen el 25 por ciento de desocupados. Y la mitad de los jóvenes está sin trabajo. Un tipo sin trabajo es nada, es un fantasma, una persona resentida. Lo peor que te puede pasar es no tener trabajo. Y eso me asusta. Me inquieta mucho el poder que todavía tienen los medios y la influencia que tienen sobre la gente. Miremos lo del dólar aquí. Un negocio especulativo que hacen unos pocos y, sin embargo, el tipo que nunca vio un dólar siente de pronto que algo no anda bien. Son eficaces a la hora de crear ciertas atmósferas. Porque es loco pero en este país se piensa en dólares. Si este gobierno lograra, y no creo que pueda hacerlo en dos años, desdolarizar el imaginario del país se ganaría la historia. Porque hay que desdolarizar. No puede ser que pensamos en dólar. Vas a comprar una casa y te la tasan en dólares. En otros países como Brasil eso no pasa. Es una dependencia cultural muy fuerte, nefasta.
                                                                                             A.C.