Federico D’Elía: un simulador que no simula

Entrevistas

Uno de los personajes centrales de la recordada y exitosa serie Los simuladores, el actor Federico D’Elía es, desde hace varios años, una figura con luz propia dentro de la larga lista de cuarentones que circulan por la TV argentina, no siempre calificándola. Y lo es, tanto por su capacidad como por la responsabilidad con que encara su profesión, que además del rol de intérprete incluye el de productor artístico. Entrevistado por Revista Cabal, explicó de qué se trata esta última función, además de recordar sus comienzos en el oficio y hablar de sus relaciones no solo con la pantalla chica sino también con el cine y el teatro. Una charla sabrosa, en la que el artista contestó con lucidez y sinceridad.

Todavía recuerda su propia imagen en la Plaza del Congreso, allá por la década de los ochenta, leyendo hasta los clasificados del diario con tal de matar el tiempo. Hacía poco que había partido de su ciudad de origen, La Plata, luego de concluir la secundaria, con el fin de intentar armar una carrera de actor en Buenos Aires. “Empecé, en elencos que se organizaban en cooperativas para hacer obras teatrales y en los que se ganaban dos pesos con cincuenta, que obviamente no me alcanzaban para vivir -evoca Federico D’Elía-. Todavía me bancaba mi viejo. Y con la guita que gané, en el primer bolo que me tocó en televisión, me fui a vivir a un hotel de mala  muerte en la calle Solís, entre Alsina e Yrigoyen, a la vuelta de la Asociación de Actores. Estaba la mayor parte del día al pedo, porque apenas tenía laburo y las clases de teatro con Carlos Gandolfo eran a la tarde-noche. Uno de mis mayores entretenimientos era pues, devorarme el diario completo.”


“Hasta que ligué un trabajo en Tiempo cumplido (1987), con Alberto de Mendoza, una telenovela en la que hacía de jugador de fútbol –continúa-. Se la filmaba en la vieja ATC, en una etapa de mucho descontrol, donde se tiraba la plata para todos lados. A nosotros, que éramos unos pibes a los que nadie conocía, nos pagaban una fortuna. No lo podíamos creer y todavía teníamos el tupé de ir a pedir aumento. Éramos unos caraduras. Hoy, casi todos los que trabajaban de jóvenes futbolistas en esa serie, son actores consumados y reconocidos. Así que, con esa plata me pude alquilar mi primer departamento y enseguida enganché un trabajo con Claudio Hochman en el Teatro San Martín. Y daba clases de acrobacia en la Escuela Municipal de Arte Dramático y en el Conservatorio. Con el teatro y con eso me pude acomodar. Hasta que me rompí un hombro y dejé de dar clases de acrobacia. A partir de allí, me dediqué por completo a la actuación. Es cuando comencé de lleno con la televisión y más o menos arranqué con la carrera. Y ya pude vivir de esto, superé aquella etapa de sobrevivencia, de la cual, sin embargo, no me quejo. Lo cual no quiere decir que esté todo asegurado hasta el fin de los tiempos. Tengo mi casa, mi auto, no tengo motivos para protestar, pero cada vez que llega una cuenta a casa o me pasa algo, me pongo a pensar, porque esta profesión es un misterio y su inestabilidad sigue siendo grande. Nadie tiene garantizado los períodos de bonanza o de declive laboral. Yo por ahora soy un privilegiado dentro del gremio, pero se sabe que este es un medio en el que se sufren mucho los altibajos. Y eso te da miedo: hoy te llega una cuenta y sabes que podes pagarla, pero si el día de mañana nadie te llama y te llega la misma cuenta la vida se te puede poner difícil, porque generar guita en otra cosa, siendo que uno se ha dedicado siempre a este oficio, no es fácil.”

 

Todo esto, Federico D’Elía lo dice sin dramatismo, con mucha franqueza y sentido de la realidad, que son dos rasgos que se adivinan enseguida en su personalidad. Es un actor que disfruta de una bien ganada popularidad, pero que está en las antípodas de lo que suelen ser los devaneos de algunas figuras conocidas o de ciertas superestrellas. En una observación detenida de la currícula de este intérprete, se ven muchos más trabajos en televisión que en cine o en teatro. Le preguntamos si es una elección. “Es una elección, pero de los otros”, contesta riéndose. “Sobre todo de los productores de cine. Me encantaría trabajar más en películas. En 2012 actué en Errata y hace pocos años en Gigantes de Valdés, pero no me encuentro entre los actores de mi edad que más se eligen a la hora de filmar largometrajes.”
Respecto del mundo escénico le ocurre otra cosa. Y explica: “Lo que me pasa con el teatro es algo muy especial. Me gusta de alma e hice mucho teatro ni bien empecé a trabajar, por ejemplo en el San Martín con Claudio Hochman, con quien adaptábamos teatro para grandes y chicos. Pero si no hago teatro cómodo, si no me siento bien con las personas que están conmigo en una obra, no quiero hacerlo. Porque el teatro es el ámbito donde el actor más padece. Es un lugar donde la búsqueda es incesante y el intérprete debe encerrarse con sus compañeros dos o tres meses a ensayar. De modo que si no me siento muy contenido por las personas que me rodean quiero salir corriendo. Tuve hace algunos años una mala experiencia y eso me llevó a ponerle un freno a la actividad en ese medio. Por suerte esa fue una experiencia superada y el año pasado hice Todos eran mis hijos de Arthur Miller, dirigido por Claudio Tolcachir, y la pasé muy bien. Y crecí mucho, sobre todo teniendo en cuenta aquel otro mal episodio que había tenido. De modo que elijo bien lo que hago, porque además el teatro te come mucho tiempo. La televisión también, pero el teatro más, porque el fin de semana, cuando todos están de joda o comiendo un asadito, vos tenés que irte a laburar. Por eso, además de encontrar entre la gente que me acompaña un ambiente acogedor, le debo tener muchas ganas a una obra para aceptar el desafío de hacerla. Sé que ese es un factor limitante para el trabajo, pero funciono así. Así que en síntesis diría: el teatro es para mí  una clara elección, en el cine no me eligen o me eligen poco y en la televisión sí me llaman seguido.”

 

En relación a cuál es de las tres actividades la que más lo enriquece, Federico afirma:
“El teatro es la experiencia que más hace crecer al actor, sin duda. Te obliga a bucear mucho más profundo que cualquier otro medio. Y a la hora de hacerlo se está con la gente ahí adelante y todo lo que sucede, sucede. Frente a una dificultad el actor debe, para bien o para mal, modificarla o superarla con sus propios recursos. En la televisión los obstáculos que aparecen se suelen salvar cortando la escena o en la edición. En el teatro tenés que salvarte solo. Yo lo veo a mi viejo en teatro y es como un pez en el agua. Y es lo que quiere hacer todo el tiempo. Él es el tipo más feliz del mundo cuando lo convocan a una obra. Y si le toca la tele, hace lo que le proponen porque necesita vivir, pero no es lo que más le gusta. Su verdadero medio es el teatro. Nosotros, los actores de nuestra generación, tenemos una convivencia mucho más relajada con la televisión, nacimos cuando la televisión ya era un medio muy instalado.”

 

El padre de Federico es Jorge D’Elia, un actor talentoso y de larga trayectoria. Dice que el hecho de que su padre fuera intérprete tuvo que ver mucho en su elección. “No sé si mi relación con el medio se hubiera dado de no ser mi viejo actor, cuánta bola le hubiese dado o no –reflexiona-. En alguna época pensaba que sería futbolista. Pero, claro, mi papá actuaba en el Comedia de La Plata y a mí me gustaba mucho ir a verlo.  Y cuando se divorcia de mi vieja y se viene para acá, y empieza más profesionalmente su carrera, me encantaba venir a verlo actuar. Conocí un mundo que era divino. Entrar a estudio, a un camarín, estar frente a una obra de teatro era fascinante. Es una experiencia mágica para un pibe. Yo lo veo hoy con mis hijos. Y recuerdo que tenía quince años cuando me animé a decir por primera vez que sería actor. Se lo confesé a Hugo Arana, quien había ido a La Plata a ver la obra Domesticados, de Aída Bortnik, donde trabajaba, además de Barbara Mujica, Aldo Barbero, mi papá, su esposa y actriz Marzenka Novak. Fue una función en el Opera de La Plata y me acuerdo que acompañé a Hugo a comprar un casete. Tomamos un café y al preguntarme qué haría de grande, le dije que sería actor. Todavía no se lo había confesado ni a mi madre ni a mi padre, a éste último supongo que por pudor. Así que al terminar la secundaria, a los 18 años, me vine para Buenos Aires.”
Además de actuar, Federico D’Elía se dedica a la producción, pero aclara que artística. “Lo mío es producción artística, porque no tengo guita para dedicarme a hacer la producción integral de una serie –comenta-. Producción artística sí, porque allí no se necesita plata sino cabeza. Es como una asesoría de lo que me gusta y de lo que sé. De números y de sentarme a proyectar cosas, no sé. O tal vez me produzca demasiado vértigo encararlo, porque abordar una producción es muy arriesgado desde lo económico. Mi primer trabajo en producción artística fue con Los Simuladores. Luego, junto a Martín Seefeld, intervine en Femenino masculino, que se hizo en el Canal 9 e interpretaban el Puma Goity y Fernán Mirás. Es muy estresante hacer eso y no hay mucho laburo porque ya hay dos o tres productoras muy instaladas. El año pasado, con Pablo Echarri y Martín Seefeld, al frente ellos dos de la totalidad de la producción, me metí a participar desde lo artístico en El elegido, y ahora estoy haciendo un poco lo mismo en Mi amor, mi amor, en Canal 11. Empecé a hace unas dos semanas a hacer una devolución de los libros, hablando con los autores, etc. Lo otro, la producción completa, no es algo que me desvele.

 

Se ha hablado no hace mucho tiempo de llevar Los simuladores, uno de los grandes éxitos de la T.V. de los últimos años, al cine. Le preguntamos a Federico, quién en esa serie hacía el papel de Mario Santos, si es verdad, “Es cierto, el deseo está, pero es muy difícil concretarlo –contesta-. Se dan todas las condiciones para hacerlo: hay productores, hay plata, hay historia, pero no logramos ponernos de acuerdo entre nosotros, los protagonistas. No hay ninguna película en la Argentina que pueda decir: si la hacemos, ganamos. Esta sí, porque se hizo hace diez años y no hay día que no haya gente que no hable de Los simuladores. Pero no encontramos un hueco entre los múltiples compromisos de los actores.” En cuanto a la posibilidad de dirigir, responde: “En perspectiva tal vez sí. Muchos compañeros me preguntan por que no dirijo. Así que hay algo en mí que va para ese lado. Pero, por el momento, no sé si es un lugar que pueda ocupar. Pero es algo que sí me gusta.”
Días atrás se empezó a vender en los kioscos un dvd de la miniserie Volver a nacer, que se hizo en Canal 7 y donde Federico componía un papel importante. Le preguntamos por esa experiencia y contestó: “Sí, me gustó el personaje que hice. Sin ser un tipo que participa todos los días en el tema de derechos humanos, sé de qué se trata y tengo mi historia al respecto. Hubo una época en La Plata en que nos tuvimos que ir por que lo perseguían a papá y hay un tío mío al que mataron en la puerta de un regimiento de la ciudad pensando que era sospechoso de no se qué. Así que conozco toda esa historia y no solo estoy comprometido con los derechos humanos sino que estoy a favor. En ese programa en particular me sentí bien, porque el personaje era interesante y la historia estaba contada con algunos giros que la acercaban al policial y era atractiva. Se trataba de una vuelta de tuerca que permitía al público acercarse mejor a ella. Y el resultado fue mucho mejor de lo que imaginaba.”

 

En cuanto a qué importancia le da a la profesión en relación a su vida, el actor de Los simuladores expresa con toda claridad lo siguiente: “Me gusta mucho mi profesión, pero no la pongo en primerísimo lugar ni menos excluyendo otras cosas que me agradan o son esenciales en mi existencia, como estar con mis hijos, jugar al fútbol, encontrarme con mis amigos y varias otras actividades que podría citar. Soy muy responsable en mi profesión y si se necesita que esté encerrado diez horas trabajando a full lo hago sin plantear problemas. Pero cuando me rajo de ahí, trato de salir de esa burbuja. Me parece bien el compromiso, pero no dejo la vida por eso. Y hay muchas personas, en particular en nuestra profesión, que se enroscan en la actividad y no pueden salir nunca de allí. La televisión es muy estresante y en ciertos momentos lo que manda es la locura. Y hay que escaparle a eso.”


                                                                              Alberto Catena