Hernán Belón y su película "Sangre en la boca"

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El director de Sangre en la boca relata con detalle los pormenores de su última película desde que apenas fue una idea hasta que llegó a la gran pantalla. 

A menudo el cine se define como “magia”, o “ingeniería de la ilusión”, o “séptimo arte”, o “fotografía en movimiento”, pero lo cierto es que hacer cine se parece mucho más a una gran remada, una batalla contra toda clase de imprevistos en la que el tiempo apremia, los problemas  llueven y unos costos siderales amenazan con echar todo a perder. “Terminar una película es un milagro”, dice Hernán Belón, director de la recién estrenada Sangre en la boca. El film -que narra un momento de quiebre en la vida de un boxeador y cuenta con los protagónicos de Leonardo Sbaraglia y Eva De Dominici- siguió un derrotero de seis años antes de emerger en la cartelera de estrenos. “Seis años en los que además hubo que comer”, dispara el realizador.

Antes había dirigido El Campo (un drama acerca del ocaso de una pareja), el documental Beirut-Buenos Aires-Beirut y el corto Sofía cumple cien años. Siempre con el empuje del independiente, un cuidado especialísimo por lo técnico y asumiendo con altura el riesgo que de por sí implica filmar, tal como lo explica a Revista Cabal al repasar el making-of de su última obra.

“Uno nunca sabe para quién va a terminar trabajando. En 2008 viajé a Venezuela a hacer unos contenidos para la National Geographic y el canal local que nos había dado los servicios de producción me pidió que dirigiera una serie de diez capítulos de quince minutos sobre cuentos latinoamericanos. Era poca plata, pero el proyecto estaba buenísimo. Uno de esos cortos estaba basado en el relato de una periodista venezolana sobre el derrumbe de un boxeador: Sangre en la boca. Lo hicimos en tres días -el presupuesto era realmente chico-, la gente quedó encantada y yo muy enganchado con el tema del boxeo. Hacía años que quería hacer Antonio y Cleopatra en teatro y me pareció que esta historia tenía algunos puntos en común: la diferencia de edad entre los personajes,  el paso del tiempo, la cuestión del cuerpo. Justo atravesaba mi crisis de los cuarenta y le dije a Marcelo Pitrola, el guionista: ‘adaptémoslo para un largometraje’”.

Lo que sucedió después podría ser el guión de otra película. El italiano que había producido El Campo estaba más que entusiasmado con “la de los boxeadores”, pero antes de concretar su apoyo –y asunto de faldas mediante- se separó de su socio, dejando huérfano al proyecto. Cuando supo de la noticia Belón estaba en Cannes, terreno más que fértil para buscar alternativas de financiación. “Alguien me dio un ticket y me explicó a qué fiesta ir y con quién hablar para poder entrar con El Campo en el Festival de Venecia y mover contactos ahí”, recuerda.
“También en Cannes conocí a un colombiano que quería hacer una película en la Argentina. Y a mí me resultaba muy interesante una coproducción con Colombia, porque lo que pasó en estos últimos años es que hay tantas películas latinoamericanas que se acotaron las posibilidades de conseguir fondos de Europa. Los franceses, por ejemplo, piensan que ya no necesitamos ayuda y entonces se la dan a África. No les importa lo que hagan… o en realidad sí: no les interesa una pareja de raza negra que vive en un departamento y se divorcia; sí una que vive al lado de un pozo de agua contaminada. Digamos: los africanos con taparrabos, no con saco y corbata. Porque para cine de personajes con saco y corbata ya lo hacen ellos”.

Hernán Belón viajó entonces a Cartagena. “Gané mejor proyecto en Cartagena, quedamos entre cinco finalistas y pasaron tres: nosotros no estábamos. No lo podíamos creer, todo ese esfuerzo en vano”, dice. Sin embargo no todo estaba perdido: más tarde logró ir con El Campo a Venecia, donde finalmente dio con la productora que haría Sangre en la Boca.
El giro en la producción derivó en ciertos cambios en el film: la protagonista ya no sería una colombiana sino la mexicana Stephanie Sigman, actriz de Miss Bala. “Y cuando estaba todo arreglado con ella, se fue a hacer la película de James Bond. Así que nos quedamos sin figura central femenina, cosa que terminó siendo una suerte porque Eva (De Dominici) es lo máximo. No la había visto en mi vida, la descubrí en el material de otra chica. Estaba de espaldas, pero le noté cierto porte de boxeadora. La llamamos y cuando llegó al casting  la descosió”.
Los apoyos siguieron sumándose, los problemas no cesaron. “Sangre en la boca es una película chica , para darse una idea tiene la tercera parte del presupuesto de cualquier film de Polka. Tuvimos que hacerla en cinco semanas cuando otras se hacen en siete u ocho y con un despliegue mucho mayor”, advierte Belón.
Y hay más: “Contábamos con un financista privado que nos iba a adelantar la plata del Incaa, pero el viernes antes del rodaje se bajó dejándonos un agujero gigante con todo listo para filmar. Tuvimos que salir a buscar plata de cualquier lado”, recuerda. “Hasta último momento soy como un marine que tiene que controlar todo, cuestiones de las que el espectador tal vez no tiene ni idea. Qué sé yo: para estrenar tenés que tener los libre deuda con todos los sindicatos. Y a último momento aparecieron unas cargas sociales mal liquidadas y hubo que correr a poner 20 lucas”, concluye dejando en claro que más allá de las alfombras rojas y del glamour, e incluso de la inspiración y de la sensibilidad y del arte, esto también es hacer cine.


No es magia, es técnica

Los críticos dicen que Belón “filma bien”, que consigue un impacto visual notable, que tiene ojo. “Pude contar con Bill Nieto –explica-, que es un director de fotografía muy particular con quien ya había trabajado en El Campo. Bill no se fija nada más donde poner la cámara, sino que también construye cada encuadre. En El Campo poníamos una rama de árbol sobre un trípode y la entrábamos en cuadro para que arriba quedaran unas hojitas fuera de foco. Entonces en vez de decir ‘ahí está la realidad’ y luego poner la cámara, poníamos la cámara y le empezábamos a armar una realidad adentro de ese encuadre”.

 

La transformación física de los protagonistas fue otro de los grandes desafíos del film. “El cuerpo de un boxeador no es igual al de alguien que hace fierros – cuenta el director-. No tienen bíceps marcados los boxeadores, porque en ese caso no podrían cerrar la defensa”.  También fue necesario armar el guión de cada pelea, “porque vos podés decir ‘va ganando’, pero ¿cómo se ve eso en golpes? Entonces fuimos generando secuencias de siete u ocho golpes: recto, recto, gancho, gancho, clinch.  También hay trucos que se hacen durante el montaje, como sacar un frame o dos en el momento del golpe para que se genere un impacto que sobresalte”.
Belón confiesa que para él, a la película le faltan un par de semanas de rodaje. “El final se desencadena demasiado rápido, había un par de escenas más que quería filmar. En algunos momentos me hubiera encantado tener más planos aunque también hay otros que me gustan mucho, como el que muestra a los protagonistas en la cama tras su primer encuentro sexual y que tiene todo lo que quería: una única toma que dura como tres minutos y medio con una puesta en escena muy sofisticada y hasta un guiño a una película de Godard”.

La banda sonora de Sangre en la boca merece un capítulo aparte: es pura potencia. El realizador lo explica en estos términos: “Cuando uno hace un documental el sonido casi siempre es el sonido directo. Acá no: se agarró todo el sonido directo y de ahí se rescataron solamente los diálogos, a los cuales hubo que ‘limpiar’. A casi todo lo demás que suena se lo reproduce en una sala, es lo que se llama foley y tiene que ver con sonidos de lo más sutiles, desde una cucharita en una taza hasta pasos, o en este caso los golpes durante las peleas. Después hay otra capa que tiene que ver con sonidos grabados en ambientes, como podría ser el de la multitud en el estadio. Eso no se puede hacer en foley y se compra en una librería. Y finalmente está la música, tanto la de fondo como las canciones que en este caso son cumbias de Los Palmeras y de Gilda”.

“Muchas películas argentinas se escuchan muy mal, sobre todo las más viejas, porque el sonido se hacía a último momento, cuando la plata ya empezaba a escasear. Y la verdad es que acá nos podría haber pasado lo mismo, pero ganamos un premio de Ventana Sur para trabajar durante 14 semanas  gratis con el mejor sonidista de la Argentina, que es José Luis Díaz. Por eso la banda es tan potente. La idea es esa: te vas a sentar en la butaca y te voy a moler a golpes”.

El box y todo lo demás
Más que el box, lo que a Belón le gustaba eran las películas sobre boxeo, como Gatica, el Mono (de Leonardo Favio) o Cuando éramos reyes (sobre la vida de Mohamed Alí). “Me interesa esta idea de historia en la que el protagonista resuelve sus asuntos físicamente. Mi desafío era hacer un film poderoso expresivamente fuerte, muy al borde. Sentía que para hablar de la pasión tenía que ser una película apasionada, por eso traté de subirle los decibeles a todo lo que pude”, resume y concluye: “Quería hablar de lo impulsivo, de lo irracional, de unos personajes que primero hacen y después piensan. No tienen la lógica de un tipo psicoanalizado, en ese sentido es como la ‘anti Woody Allen’ Sangre en la boca. En la historia del mundo la pasión es un factor que casi nunca se tiene en cuenta. Tendemos a pensar en una sucesión de eventos lógicos cuando las cosas no siempre se resuelven por la lógica: hay pasiones muy primitivas que terminan cambiando la historia”.