Luis Pescetti: el que juega con las palabras

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Aquí y allá, reparte sus delicias hechas canción, poema, cuento, juego. Por la empatía que logra, los niños lo consideran un superhéroe, cuya arma más poderosa es la palabra. Por su capacidad de llevar a la emoción sin golpes bajos, los adultos ven en él a un aliado, un confidente, un espejo. En cualquier caso, se trata de un maestro.

En “Cartas al rey de la cabina 2”, el espectáculo de lecturas y canciones que comparte con el músico tucumano Juan Quintero, Luis Pescetti revive las historias de Paloma, la joven enamorada y no correspondida del operador de una grúa, al que le escribe con el corazón. El adjetivo intimista no le hace honor al clima que ambos logran en una suerte de contrapunto mágico, en el que relatos hablados y cantados cuentan una historia… o muchas. A una carta de Paloma le sucede una canción que viene a cuento, pero nunca recurriendo al artificio de la literalidad.

Luis María Pescetti, que nació a la vida en San Jorge, provincia de Santa Fe, y algunos años más tarde volvió a nacer al arte de interpretar a los niños —es decir, entenderlos para luego, de algún modo, representarlos—, desde hace algunos tiene esta otra existencia, en la que el principal destinatario es el público adulto, que el 20 de octubre tendrá sede en el Teatro del Picadero, en Buenos Aires, y el 24 de noviembre en el Teatro de la Ciudad, en México DF. O, dicho de otra manera, sus dos patrias, los lugares que ama y donde es amado. Porque lo que se da en llamar carrera, en su caso transcurre esencialmente en la Argentina y en México (aunque también en Estados Unidos, España, Colombia, Chile, Brasil, Perú, Uruguay y Cuba), países parecidos pero diferentes, con dos versiones de un mismo idioma. “Lo de menos son las versiones del idioma —dice Pescetti a Revista Cabal—, lo más fuerte es que no es el mismo personaje el que habla en una versión del español, que el otro. Cambia el narrador, sobre qué hace foco cada cultura. Y eso, luego, se expresa, o la capa visible es el idioma”. En cualquier caso, jura que en ambos sitios se encuentra “muy feliz y a gusto”, y que se siente “muy local”.

“¡No nos digan siempre no!
¡No nos digan no!
Queremos jugar a lo que nos gusta.
Y jugar y jugar y jugar…
con gente que nos gusta.”

Pescetti también eligió otras dos patrias: la niñez y la adultez. Dos mundos diferentes, a veces antagónicos —¿o no tanto?— en los que, sin embargo, parece haber un mismo espíritu y la misma vocación por jugar con las palabras. “Lo más fácil (aunque cierto) es arrancar diciendo que todos los niños quieren ser grandes y todos los adultos volver a ser niños; pero no explico nada con eso. Hay zonas de las experiencias humanas que son las mismas, pero moduladas por las experiencias que viven unos y otros: de niño, miedo a que te abandonen los padres; de grande, quizás el amor. Pero con los grandes voy más de uno a uno y sin red, con los chicos siempre más alerta, para cuidarlos”, explica.
En la patria de la niñez todo es vertiginoso, participativo, ruidoso, gozoso. En la de los adultos todo es reflexivo, calmo, profundo, casi silencioso. O, como define el propio Pescetti, un ámbito en el que “se trata de desplegar otro aire, otras experiencias, las de la vida adulta. Jugar otro juego, dejar que hable el poeta ciego que llevamos dentro, algo así, y conversar, pero de alma a alma”.

“Querido Rey de la Cabina:
¿No sabías que te iba a buscar por todas partes, por donde fuera? ¿Por qué no lo hiciste más fácil? No hubiera ido contigo de todos modos, si no querías, pero, ¿acaso no lo querías? Júralo que no. Pero, entonces, ¿por qué irse de esa manera?
Ahora que sé que esta carta te va a llegar, aunque no te la den mis manos te va a llegar, me pregunto: ¿cómo será tu mundo ahí? Todo lo tuve que adivinar, tu silencio me llenó de palabras que iba encontrando, hebra con hebra.
¿Querías estar solo? ¿Era tanto ruido el amor?
Son demasiadas preguntas, incluso para quien no las puede oír.”

Una treintena de libros publicados con más de dos millones de ejemplares vendidos, catorce años de radio y siete de televisión, innumerables actuaciones aquí y allá en importantes teatros y festivales (Festival Cervantino, Sala Nezahualcóyotl-UNAM, Teatro de la Ciudad y Centro Nacional de las Artes, en México; Teatro General San Martín, Teatro Metropolitan, Conferencia TED, en la Argentina; Círculo de Bellas Artes de Madrid, Casa Encendida, Salamanca Capital Europea de la Cultura, en España; White Ravens Festival, en Alemania; Hay Festival, en Inglaterra y Cartagena, Colombia), nueve discos, tres DVD y prestigiosos premios (Grammy Latino, Teatro del Mundo, Caniem, Konex, Gardel, The White Ravens, Pregonero Radial, Alija, Casa de las Américas), conforman un inventario reunido durante más de tres décadas de trabajo constante. Años en los que Pescetti fue acompañando a varias generaciones de niños, primero, y luego de adultos, y en los que también tuvo que actualizar los contenidos, aunque no dramáticamente, en función de los cambios sociales y los avances tecnológicos. “Desde hace años —cuenta— escribo esquivando meter tecnología en los textos, porque envejece demasiado rápido, cualquier referencia que hagas queda obsoleta en… nada. Pero a la vez escribo sabiendo que los chicos tienen esos estímulos en su vida”.

– Mamá, me voy a un lugar a hacer una cosa.
– ¿A dónde te vas?
– A un lugar… que queda por allá.
– Por allá, ¿es lejos?
– No… más o menos, no tan lejos; es cerca del coso.
– ¿Qué coso?
– Ese coso que una vez te contaba…
– No me acuerdo, Natacha.
–…dale, si yo una vez te dije y vos me dijiste: Bueno, andá.
– Pero ¡¿dónde vas a ir?!
– ¡Y, ya te dije, mamá! ¿¡O no me oíste!?
– Te oí, pero no entendí nada.
– Voy cerca de la casa de la nena.
– ¿¡Qué nena!?
– De esa que un día me hizo un regalo.
– ¿Un regalo?, ¿cuál?
– ¡Ufa, no me acuerdo! … es esa que tiene el pelo todo así.
– ¿Enrulado?
– No, todo como así… ¡qué vive cerca de ese lugar que vimos una vez!
– ¿¡Qué lugar, Natacha!?
– Ese que queda cerca del quiosco que está a la vuelta de por allá, ese que tiene todo como una cosa así con colores y qué sé yo.
– ¿El quiosco de la esquina?
– No, uno que tiene un aparato que da vueltas…
– ¿La maquinita que da caramelos?
– ¡No! ¡Nada, pero nada, pero nada que ver! ¡Uno que da vueltas, mamá!
– No sé, Natacha, en un quiosco algo que da vueltas… qué sé yo qué será.
– Bueno, pero vos dejame.
– Está bien, pero ¿qué vas a comprar en el quiosco?
– No, en el quiosco no, yo voy como si fuera más al lado, más para allá…
– No sé dónde es, Natacha.
– Que uno vez vos me dijiste: Bueno, andá.
– ¡Sí, ya sé que te dije eso!
– Y bueno, entonces dejame de nuevo y listo, para qué pegar tantas vueltas ¿no?

(Natacha tiene una mamá que inventa cuentos de monstruos, una amiga, Pati, con quien forma “Las Chicas Perla” y un perro, Rafles, un poco destrozón. Natacha es una chica divertida y preguntona).

Por otra parte, con sus alianzas lírico-musicales para adultos (además de la ya consolidada con Juan Quintero recientemente se reunió con Lito Vitale al piano en un “encuentro de dos amigos de toda la vida que recién se conocen”) de algún modo se convierte en militante de la magia poética. Dice: “En un abrazo está ausente la tecnología, en un encuentro íntimo también. Si una película o una obra de teatro te vuelan la cabeza y alguien saca una pantalla... lo querés mandar al diablo. Si tu hijo vuelve de un viaje de dos años y mientras le preparaste un desayuno para que te cuente lo hace mandando whatsapps, no vas a querer tecnología. Es eso: otro momento, uno más de los tantos en la vida en que ‘apagamos la luz’ y estamos de a uno, porque medio más sería multitud”.